Las experiencias inmersivas están cambiando la forma de ver el arte. Mirar es necesario (siempre lo será), pero no resulta suficiente. Hay que tocar los trazos y las texturas, recostarse en el suelo o en una cama, bailar con los girasoles o la noche estrellada de uno de los principales exponentes del postimpresionismo, sin brújula ni recorridos específicos, desacralizando el acercamiento a las obras. “La vida es muy corta; el problema es lograr algo con ella”, le escribió Vincent van Gogh a su hermano menor Theo en una de las más de 800 cartas en las que está basada Meet Vincent van Gogh, exposición oficial del Museo Van Gogh de Ámsterdam, que se puede visitar hasta el 30 de abril en el Campo Argentino de Polo. La correspondencia como eje de esta muestra interactiva permite bucear en simultáneo en las pinturas icónicas del artista neerlandés como también en su trayectoria vital: vendió un solo cuadro en vida, estuvo internado en un hospital psiquiátrico, se cortó una oreja y murió a los 37 años, sin haber vislumbrado el reconocimiento que alcanzaría como uno de los grandes maestros de la pintura.

La muestra, curada por Vincent Willem van Gogh, sobrino bisnieto del pintor, sumó más de un millón de visitantes en las ciudades en las que se presentó hasta ahora: Beijing, Barcelona, Londres, Lisboa, Madrid y Santiago de Chile. A diferencia de Imagine Van Gogh, donde se proyectaron 200 obras sobre el piso y las paredes del predio de La Rural, acompañadas por música, en esta propuesta que busca sumergirse también en la vida de Van Gogh, la correspondencia entre el pintor y su hermano Theo es la llave maestra para entrar al mundo de un artista que podía irradiar luces y sombras.

Salvo excepciones que aparecen indicadas en algunos carteles, está permitido tocar las reproducciones de las obras de arte originales; las yemas de los dedos acarician los trazos gruesos de las pinceladas de Vincent como si intentaran leer o traducir algo más que a la mirada se le escapa. Meet Vincent van Gogh despliega audioguías para adultos y para niños, reproducciones de obras en tres dimensiones, proyecciones, mesas de trabajo para experimentar con los colores, animaciones multimedia y propuestas interactivas sobre piezas digitalizadas. Las pantallas táctiles aportan informaciones valiosas. Cuando se examinó a través del microscopio “Paisaje marino en Saintes Maries”, se descubrió que había granos de arena en la pintura. El cuadro lo pintó en la playa de ese pueblo pesquero de Saintes-Maries-de-la-Mer en la costa del mar Mediterráneo. El viento hizo volar arena sobre el lienzo húmedo. Mientras pintaba, la arena raspó la pintura.

Apenas se ingresa al espacio, estructurado en seis escenarios, la audioguía en un español peninsular un tanto contraproducente para los oídos rioplatenses logra que emerjan un puñado de personajes, a través de las voces que interpretan al pintor, a su madre, a Theo y a su cuñada Johanna Gezina “Jo” van Gogh-Bonger -una figura fundamental que se encargó de editar la correspondencia entre los hermanos y jugó un papel clave en el crecimiento y la fama de Vincent-, entre otros.

El teatro de voces se complementa con los decorados que evocan lugares emblemáticos en el itinerario vital del pintor, como el café parisino Le Tambourin, el hospital de Saint-Rémy y la Casa Amarilla de Arlés. ¿Por qué se establece una empatía inmediata, una conexión tan singular, un ida y vuelta entre vida y obra? Una respuesta posible la proporcionó su sobrino nieto: “el arte de Van Gogh era democrático y ahí reside su éxito. Pintaba dormitorios, sillas, calles, flores… objetos que todos tenemos cerca; no le interesaba retratar a la nobleza, sino lo cotidiano”.

El trabajo manual y el alimento

Suena un disparo. Una bandada de pájaros vuela. “No vislumbro un futuro feliz. Siento que fracasaré”, anticipa la voz que interpreta a Vincent al iniciar la muestra inmersiva en el primero de los escenarios. Aunque desde joven tuvo inclinación por el dibujo y trabajó en una galería de arte, se convirtió en pastor protestante y en 1879 se marchó como misionero a una región minera de Bélgica, donde comenzó a dibujar a los mineros. Su sensibilidad ante el sufrimiento ajeno lo llevó a pintar su primera gran obra, “Los comedores de patatas”; para reflejar con más intensidad el padecimiento y las penurias de los campesinos optó por una paleta oscura, con tonos terrosos y sombríos.

“Me he esforzado por expresar la idea de que esa gente bajo la lámpara come sus patatas metiendo en el plato las mismas manos con las que han trabajado la tierra. Con mi cuadro quiero exaltar el trabajo manual y el alimento que ellos mismos se han ganado tan honestamente. El que prefiera ver campesinos almibarados que pase de largo. En lo que a mí respecta, estoy muy satisfecho de no haberlos pintado con refinamiento sino exaltando su rudeza”, explica los propósitos del cuadro. “La pobreza me desalienta de manera grave”, le confiesa a Theo ese joven que junto con su hermano creció respirando religión porque su padre era un pastor calvinista que creía en el progreso de campesinos y obreros a través de la educación.

En en el espacio titulado “Artista emergente” (1886-1887) impresiona ver la letra de Vincent, esa cursiva como una hormiga laboriosa y prolija con la que expresa, por ejemplo, que “al relacionarse con las mujeres, uno aprende mucho, especialmente sobre arte”. En una de las mesas de un bar parisino aparecen viejos cuadernos con otras cartas de Vincent. “Cuando Delacroix pinta a la humanidad, a la vida en general, pertenece a la familia de los genios de la humanidad”, le escribió al pintor francés Émile Bernard.

En la línea de tiempo este período coincidió con el viaje de Vincent a París, donde vivía su hermano Theo; fue una época de estudio, renovación y experimentación en los que pintará bodegones, retratos y algunos paisajes de escenas parisinas. Entonces frecuentó el taller del pintor francés Fernand Cormon y fue conociendo a jóvenes artistas con inquietudes similares, como Paul Signac y Henri de Toulouse-Lautrec. Gracias a los contactos profesionales de Theo, que trabajaba en una pequeña galería, conoció a varios impresionistas como Monet, Renoir y Pisarro, quien le explicó los conceptos impresionistas de la luz. El estallido de color de la pintura impresionista impactó en Vincent, que fue abandonando los colores oscuros de su “período” holandés.

Pinceladas como palabras al hablar

“Una luz distinta”. Eso es lo que buscaba Vincent cuando se instaló en el sur de Francia. La etapa de Arlés (1888-1889) fue la más productiva de su vida. Aunque sus fantasmas mentales lo asediaban cada vez más, creó pinturas y dibujos como “Los girasoles”, “La casa amarilla”, “El dormitorio” y “Noche estrellada sobre el río Ródena”, entre otros. “A veces las pinceladas surgen como las palabras al hablar”, le confesó a su hermano. “Tengo éxito en el sur, gozo de una mejor salud aquí, y hasta parezco otro. El sol en pleno verano te pega en la cabeza y te vuelve loco… Pero como yo ya lo estoy, simplemente lo disfruto”. Muchos de sus grandes cuadros fueron concebidos por la noche, con esos juegos de estrellas como remolinos de luz que son su sello de identidad. “A menudo me parece que la noche es mucho más viva y rica en colores que el día”, le escribió a Theo en otra carta.

¿Cómo se ve el mundo desde la sencilla cama en la que estuvo Van Gogh en Arlés? La ilusión de “estar ahí”, el “como si”, se materializa gracias a la reproducción escenográfica de “El dormitorio”. Muchas jóvenes se recuestan en la cama y piden que les saquen fotos simulando que leen o que descansan. Otros optan por sentarse al borde de la cama, con los piernas estiradas o flexionadas, como si tuvieran cierto pudor de profanar la ambientación de ese dormitorio de “muros lila pálido, el suelo de un rojo gastado y apagado, las sillas y la cama amarillo de cromo, las almohadas y la sábana verde limón muy pálido, la manta roja, la mesa de aseo anaranjada, la palangana azul, la ventana verde”, como detalló el artista en su correspondencia. Los pintores japoneses tenían métodos propios para sugerir profundidad en una superficie plana. Utilizaban colores vivos y fuertes, contornos marcados y recortaban sus composiciones de maneras inesperadas. Los grabados japoneses le enseñaron a Van Gogh una manera de observar: “Siempre me digo que aquí estoy en Japón. Por lo tanto, solo debo abrir los ojos y pintar lo que tengo delante y me conmueve”.

“La tosquedad de una ternura cotidiana”

Otro escenario habilita a los espectadores a zambullirse en el período final, donde se trenzan la patología mental y la creatividad. Antonin Artaud, que estuvo internado en distintos psiquiátricos, describió a Van Gogh como un alienado auténtico que pertenecía al linaje de grandes hombres atrapados por sus fantasmas mentales como Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire, Oscar Wilde y Friedrich Nietzsche, entre otros. “Soy incapaz de describir exactamente cuál es mi problema. De cuando en cuando tengo ataques horribles de ansiedad, aparentemente sin motivo, y otras veces una sensación de vacío y fatiga en la cabeza... A veces tengo ataques de melancolía y de remordimientos atroces”, le contó el pintor a su hermano. Por sus problemas psiquiátricos, después de la automutilación de su oreja izquierda, se internó voluntariamente en el hospital para enfermos mentales de Saint Paul-de-Mausole en Saint-Rémy-de-Provence, en mayo de 1889.

Cada vez más acosado por las alucinaciones, cuando miraba los cipreses del jardín del manicomio le parecía que vibraban. O cuando observaba el cielo nocturno, sentía que las estrellas estaban vivas. Esa vivacidad es la que captó en “La noche estrellada”, uno de los lienzos más famosos de la historia del arte, donde se puede apreciar su característica pincelada “arremolinada”, curvilínea y cíclica. Él mismo definió a la pintura como “el pararrayos para mi enfermedad”, convencido de que pintar lo mantenía a salvo de volverse completamente loco.

De ese período se destaca “Almendro en flor”, uno de sus cuadros preferidos, dedicado al nacimiento de Vincent Willem, el hijo de Johanna Bonger y su hermano Theo, que vivió 88 años. Los ataques de angustia no cesaron. En julio de 1890, en Auvers-sur-Oise, una localidad cercana a París, Vincent salió al campo tras sufrir una recaída y se disparó en el pecho. Tras agonizar durante dos días, murió el 29 de julio de 1890, acompañado por su hermano Theo.

“No se me ocurre otro pintor europeo cuya obra exprese un respeto tan franco por las cosas cotidianas, sin por ello elevarlas en alguna medida, sin salvarlas de su cotidianidad mediante la idealización de lo que representan o de aquello a lo que sirven”, planteó John Berger acerca de Van Gogh. “Chardin, La Tour, Courbet, Monet, De Staël, Miró, Jasper Johns –por nombrar sólo a algunos–, se apoyaban todos en la autoridad de unas ideologías pictóricas, mientras que él, en cuanto abandonó su primera vocación de predicador, abandonó toda ideología. Se volvió estrictamente existencial, se quedó ideológicamente desnudo. La silla es una silla, no un trono. Las botas están gastadas de andar. Los girasoles son plantas, no constelaciones. El cartero reparte las cartas. Los lirios morirán. Y de esta desnudez suya, que para sus contemporáneos era ingenuidad o locura, procedía su capacidad de amar, súbitamente y en cualquier momento, lo que veía delante de él. Agarraba entonces el lápiz o el pincel y se esforzaba por hacer realidad, por colmar ese amor. Un amante pintor que viene a afirmar la tosquedad de una ternura cotidiana con la que todos soñamos en nuestros mejores momentos y que reconocemos instantáneamente cuando la vemos enmarcada”.

Si el arte de Van Gogh es democrático, como postula el sobrino bisnieto del artista holandés, Meet Vincent van Gogh, una exposición de gran interés educativo, condensa una compleja tensión. Los precios de las entradas que oscilan entre los 3900 y 4500 pesos, más allá de una producción que se sabe costosa, devienen poco accesibles y ponen en jaque ese espíritu democrático. “Una vez muertos y enterrados, los pintores hablan a las siguientes generaciones a través de su obra”, vaticinó Vincent en una carta a su hermano, dos años antes de su muerte. Las pinceladas de Van Gogh interpelan a las pupilas de una humanidad tan luminosa como atormentada.s

*Meet Vincent van Gog estará abierta al público desde el 24 de febrero al 30 de abril, de miércoles a viernes de 14 a 21 y sábados y domingos, de 11 a 21 en el Campo Argentino de Polo (Libertador 4096). Los turnos son cada media hora y el aforo máximo disponible es de 175 personas. De miércoles a viernes, las entradas cuestan 3.900; sábados, domingos y feriados, 4500. Los menores de 10 años pagan 2500 pesos y los menores de 2 años ingresan sin cargo.