Nada que objetar. La derrota estaba en los cálculos, incluso de manera categórica. Pero en la madrugada del domingo, Jeremías Ponce se bajó del ring del centro The Armory de Minneápolis (Estados Unidos) con la frente en alto y seguro de haber exhalado hasta la última gota de sus energías. Después de cinco rounds trepidantes, de cruces furiosos, no pudo salir al 6º asalto y terminó viendo, sentado en su rincón, de qué manera el puertorriqueño Subriel Matías se ceñía el cinturón de campeón superligero de la Federación Internacional de Boxeo. Y cortaba su invicto de 30 peleas.
"Me duele porque yo quería ganar. Vine a ganar. Pero no pudimos", dijo Ponce, una vez que pudo recuperar el aliento tras la batalla. "Mi esquina me conoce mejor que nadie. Y a veces es mejor tomar la decisión un minuto antes que un minuto después", reconoció. Y en ese sentido, sus segundos, Alberto Zacarías y su hijo Patricio, dieron al mundo un ejemplo de respeto. No inmolaron a su boxeador porque estaba en juego un título del mundo. No lo mandaron al frente en busca de la mano salvadora ni quisieron someterlo a una resistencia sobrehumana con tal de que termine de pie.
Con mucha sensibilidad, Zacarías padre e hijo detectaron que se había traspasado un límite detrás del cual sólo aguardaba lo peor. Supieron perder cuando ya no se podía ganar. Y evitaron una paliza innecesaria. Quizás Ponce tenga toda una vida por delante para agradecérselo.
El puertorriqueño Matías es cosa seria. Ganó sus 19 peleas por fuera de combate y tal vez ningún welter del mundo hoy pueda sostenerle su ritmo inagotable, su volumen de golpes y el poder de su pegada. Ponce (63,276 kg) se lo llevó por delante en el primer round. Salió a enfrentarlo sin inhibiciones y le trabajó muy bien los planos bajos, con ganchos de izquierda muy fuertes. Pero repuesto del asedio inicial, Matías (63,162 kg) sostuvo todos los cruces y en el golpe a golpe, siempre dio sensación de mayor solidez.
Ponce no pudo moverlo nunca, pero le llegó a menudo, con una eficacia del 33 por ciento en los golpes de poder (106 conectados sobre 319 lanzados). En cambio, con números similares (128 aplicados sobre 347 lanzados, 37 por ciento de efectividad), Matías provocó un daño irreparable. Conmovió a Ponce varias veces y lo desbordó y lo derribó en el 5º. Cuando se aprestaba a acelerar su máquina de pelea para ir por la definición, los Zacarías evitaron males mayores y bajaron a Ponce del infierno. Lo bien que hicieron.
Algunos observadores cuestionaron la opción eminentemente ofensiva que tomó Ponce. Creen que fue un error salir a pelearlo a un cañonero de manos tan pesadas como Matías, y que debió haber enfriado las primeras vueltas a base de piernas y jab, abriendo el ring y rehuyendo los intercambios. Era una de las opciones. Pero Ponce y su rincón eligieron ser fieles a su naturaleza.
En la noche más importante de su carrera, la que podía cambiarle al vida, jugaron su chance a todo o nada. Y en la ley del más fuerte, perdieron. Nada aseguraba que el desenlace hubiera sido diferente si el combate se habría encarado de otro modo. Las cosas pasaron de la manera en la que se vio, y no hay forma de radicar un análisis sobre la base de lo que hubo de haber habido.
Aún así, Ponce quedó bien parado ante los jefazos de la televisión estadounidense y es posible que en el futuro, vuelva a ser convocado. Lo dicho: la derrota estaba en los planes y mucho más ante un peleador tan exhuberante como Matías. Hizo lo que pudo, lo hizo bien y no hay lugar para los reproches. A los 26 años y en pareja con la boxeadora Iara Altamirano, madre de su hijo Alejo, Ponce tiene todo un mañana de emociones por recorrer. La vida continúa.