Hay que remontarse a Colombia 1982 para encontrar a la selección argentina fuera de un Mundial de básquetbol. Para dimensionarlo, se puede rememorar que pasaron 40 años, el nacimiento, el apogeo y el cierre de la Generación Dorada, dos medallas olímpicas, dos subcampeonatos mundiales e incontables podios continentales. Por eso, no acceder a un certamen para el que había siete plazas no puede catalogarse de otra manera que de un estrepitoso fracaso. El 79-75 final del domingo ante República Dominicana fue el último eslabón de una cadena que se notaba más que frágil y que se terminó cortando en el momento menos esperado.
El compromiso mostrado y el cariño del público a un grupo de jugadores que dieron sobradas muestras de orgullo, valentía y capacidad no exime a este plantel de las responsabilidades de una eliminación muy dolorosa y que puede tener otro costo a futuro: acceder a los Juegos Olímpicos de París 2024 será mucho más complicado, teniendo en cuenta que la vía natural a través del Mundial ya está descartada. Pero el fracaso deportivo del equipo es apenas la punta del iceberg de una estructura que se viene cayendo a pedazos desde hace años y que sólo los buenos resultados terminaban maquillando y sosteniendo.
Lo dicho, no se puede desligar de responsabilidades a un equipo que ganaba de local por 17 puntos a poco más de 10 minutos del final del partido. A este nivel y con nombres como Campazzo, Laprovittola, Deck y compañía en el campo, resulta inaceptable desaprovechar semejante oportunidad. Es cierto que Dominicana hizo su parte arriesgando al verse casi eliminada y mostró su mejor versión en ese último cuarto, pero Argentina colaboró muchísimo con errores propios, con acciones individuales fallidas y con decisiones colectivas que no estuvieron a la altura de lo que se necesitaba.
Tampoco aparecieron las respuestas desde el banco de suplentes. No hubo reacción del cuerpo técnico cuando la ventaja que debía ser decisiva se escurría entre los dedos. Y tampoco en el cierre, cuando el equipo se quedó sin vías de gol y no hubo ejecuciones adecuadas para anotar, salvo a través de tiros libres. Para colmo, enfrente estaba Néstor García, un estratega especialista en arriesgar y mover piezas en momentos decisivos, que además aprovechó al máximo el morbo que significaba su presencia en el Polideportivo marplatense después de haber sido despedido el año pasado cuando era el conductor de este proceso.
Sin embargo, quedarse con lo que pasó en la cancha sería mirar sólo una parte acotada de la historia. La realidad del básquet argentino, desde la cúpula que comanda Fabián Borro a los diferentes estamentos que surgen por detrás, se viene resquebrajando a pasos agigantados, algo que incluso jugadores y exjugadores como Luis Scola lo venían manifestando en los últimos años. Lo sufrió el plantel, con ausencia de pasajes para traer jugadores desde ligas extranjeras en las primeras ventanas, cuando se suponía que la clasificación sería un trámite y cuando Néstor García todavía era el entrenador. Y siguió a lo largo del tiempo con una logística inadecuada para los viajes al exterior, con escalas interminables, conexiones sin mayor lógica y hoteles no acordes a deportistas de élite.
También lo sufren las bases, con una Liga Nacional que vive uno de sus momentos históricos más bajos, con nivel de juego muy pobre, con estadios vacíos, con una difusión casi nula y con un calendario incomprensible para atraer al público. Y hasta lo sufren las categorías amateurs o formativas, como sucede con las mujeres de Primera División del basquet metropolitano, obligadas casi a retirarse a los 35 años por una norma que impide más de dos jugadoras mayores en un mismo equipo o las chicas de 12 o 13 años, que saltan del minibásquet —menores de 12 años— directo a Sub 15, porque faltan árbitros y entonces la decisión fue suprimir la categoría intermedia. Son pequeños detalles que suman un cúmulo de problemas que, si entraban los libres fallados por Laprovittola o los triples mal tirados de Campazzo en los minutos finales, se podían haber seguido disimulando. Pero como no entraron, eclosionaron en el peor momento.
Ahora será el tiempo de autocríticas y balances, algo que insinuaron algunos jugadores como el propio Campazzo. "Creo que en el momento que teníamos que estar no estuvimos. Nos superó un poquito la situación por momentos y no supimos jugar con inteligencia", asumió el capitán apenas consumada la derrota. Habrá que ver si el resto de las partes asumen las suyas y cómo se comienza a construir de nuevo desde un terreno que por estas horas parece arrasado.