Desde Barcelona

UNO Así habló James Otis Purdy: "Yo no tengo un público lector pero sí tengo una audiencia lectora. Una audiencia te llega por ti y a través tuyo. Un público, en cambio, es el caprichoso producto de fuerzas extrañas y, por lo general, al poco tiempo pierde todo interés en tu obra... En América todo está en venta y si no eres algo vendible entonces no existes. América está acabada y habitada por zombis que ni siquiera tienen capacidad para la maldad, porque son muertos-vivos. Todo se colapsa, y lo único que permanece son los recuerdos de grandes cosas como Lincoln o Melville... Yo no lo tengo fácil en este mundo tan pequeño en el que no quepo: soy un norteamericano medio, no pertenezco a ninguna banda intelectual, soy blanco y cristiano. Desafortunadamente, no soy negro ni beatnik ni judío. Y soy excéntrico, porque eso es no ser otra cosa que ser uno mismo. Lo que equivale a estar muerto para la intelligentsia neoyorquina y para las páginas de The New Yorker, publicación que ha sido la peor influencia posible para el género del cuento... ¿Que si me considero un escritor gay? No: los escritores gays son para mí demasiado conservadores. De hecho, siempre pensé que el único escritor gay de verdad fue Hemingway. Yo soy un monstruo".

DOS Y Rodríguez lee lo anterior --y se reencuentra con Purdy-- leyendo la biografía James Purdy: Life of a Contrarian Writer de Michael Snyder. Y su clave --primera que se dedica al escritor nacido en 1914 y muerto en 2009-- está en ese Contrarian del título. Contrarian de contreras de contracorriente de contra todos. Un maldito cuya principal ocupación --además de escribir libros magistrales-- era la de maldecir a diestra y siniestra, enloquecer a sus por lo general abnegados editores (que lo consideraban un genio y lo cuidaban más allá de sus amenazas de suicidarse si no lo liberaban de su contrato para saltar a la competencia), escupir sobre el crítico que se atrevía a hacerle mínimo reparo, tomar vidas prestadas sin pedirlas a colegas/amigos para sus ficciones y, hasta casi sus últimos días, enviar cartas anónimas rebosantes de graciosas injurias y desopilantes falsedades, hacer aterrorizantes llamadas telefónicas impostando su voz, pintar graffiti obscenos, invadir presentaciones de libros ajenas y levantar la mano y preguntar si alguien en la sala tuvo el placer y privilegio de haber leído a James Purdy, y denunciar en entrevistas las conspiraciones hacia su persona con arrebatos que bordeaban el antisemitismo y lo anti-freudiano. Alguien quien comenzó autopublicándose en los '50s, enviando sus dos primeros libritos a lectores selectos y, de inmediato, recibiendo glorias y aleluyas de Edith Stiwell, Tennessee Williams, Langston Hughes, James Cowper Powys, James T. Farrell, Miles Davis, Gloria Vanderbilt, Samuel Beckett, Katherine Ann Porter, Charlie Parker, Christopher Isherwood, A. N. Wilson, George Steiner, James Merrill, Robert Penn Warren, James Baldwin, Walker Percy, Elia Kazan, Lillian Hellman, William Carlos Williams, Jane y Paul Bowles, Billie Holliday, Marianne Moore, Glenway Wescott, Italo Calvino, Dorothy Parker, Conrad Aiken, Giorgio Bassani, Terry Southern, Gerald Brenan, Gore Vidal, George Cukor, John Hawkes, Truman Capote y las entonces jóvenes muy in/cool Joan Didion y Susan Sontag. Además, no se dudó en compararlo con Sherwood Anderson, Gogol, Flaubert, Dostoievski, Balzac, Nabokov, Nathanael West, Gertrude Stein, Chejov, P. G. Woodhouse situándolo "muy por encima de Bellow, Roth y Updike" y, posteriormente, como adelantado a Barthelme, Coover, Gass, Barth, Donleavy, Gaddis, Heller, Friedman y el Wallace de Entrevistas breves con hombres repulsivos.

Sumarle a lo anterior numerosos premios y becas y viajes y ayudas de todas esas publicaciones culturales con financiación más o menos secreta de la CIA.

Y aun así, desde el principio y hasta el final, nada de eso fue suficiente para James Purdy.

TRES Y a veces pasa: Purdy dejó de ser "sabor de la temporada" y se convirtió en "escritor de escritores" sin que ello significase descenso en la altísima consideración que se le tenía. Sus libros, además, eran cada vez mejores. Pero no vendía mucho. Y las editoriales no sabían muy bien qué hacer con él. Y, se cuenta, los pasillos se vaciaban cada vez que el hombre se daba una vuelta por sus oficinas, impecablemente vestido, como un caballero de Ohio con porte de matador (Purdy era fan de las corridas de toros) pero con los ojos en llamas y su voz lista para arrojar rayos y centellas.

Retratar a Purdy --quien se autodefinía como "alegorista involuntario", como sus "calvinistas adorados" Melville & Hawthorne-- como a un Des Esseintes con estilo Edaward Hopper, mudando Cumbres borrascosas a un faulkneriano Medio Oeste con McCullers & O'Connor con el volumen a 11. Un satirista en celo anticipando modales de David Lynch, Tom Spanbauer y del Almodóvar de La ley del deseo, piensa Rodríguez. Así, necrofilia y perversiones varias y decadencias surtidas y gótico pastoral y violaciones en serie (su Cabot Wright vuelve a las andadas fue considerada la "Gran Novela Anti-Americana") y meta-parodia del mercado intelectual y, de paso, burla de A sangre fría antes de A sangre fría. Rodríguez descubrió a Purdy con Malcolm (esa suerte de versión perversa de El principito que sería una muy buena de Wes Anderson). Y después lo fue siguiendo en ediciones argentinas y españolas hasta que completó su obra cortesía de alguna de las resurrecciones Made in USA/UK con las que, de tanto en tanto, se intenta volver a imponerlo. Ahí, blurbs de fans como Paula Fox, Brian Evenson, Fran Lebowitz ("Purdy siempre estuvo fuera de toda categoría, fuera de este mundo y por lo tanto, a menudo, fuera de catálogo. Pero nunca hizo concesiones; y esto --junto con la buena conservación del bien justificado resentimiento-- es para mí lo que significa tener carácter"), Jonathan Lethem, Gordon Lish (quien dijo haber "recreado" a Raymond Carver a partir de la "forma medular de las oraciones de Purdy"), Jerome Charyn, John Waters (prologuista en 2013 del indispensable The Complete Short Stories of James Purdy) y Jonathan Franzen quien apuntó que "sus más bizarros personajes no parecen muy bizarros; de hecho, se parecen mucho a mí" y admiró "el inexorable rumbo hacia el desastre que todos ellos parecen llevar pero que, curiosamente, acaba resultando tan satisfactorio y optimista como el más feliz de los finales".

El último intento reivindicador le valió un largo perfil en su detestada The New Yorker con el título de "James Purdy jamás volverá a ser famoso".

 

CUATRO Y aun así, James Purdy permanece. Y, a veces, a Rodríguez le gusta ser levemente purdyano. Así, de tanto en tanto, va a alguna de esas presentaciones de cuentistas/novelistas que se dedican mecánica y automáticamente a lo grotesco y a lo siniestro y a lo inquietante mirándose todo el tiempo al espejo negro del tercer ojo de su ombligo. Y, ahí, Rodríguez escucha y espera al turno de preguntas y levanta la mano y les demanda si leyeron a James Purdy. Y ya sabe la respuesta. Y entonces se pone de pie y se va no sin antes contarles que Purdy --o al menos eso aseguraba él-- fue el primer autor en idioma inglés que escribió un motherfucker al final de uno de sus textos. Y salió así impreso. Y entonces Purdy se salió con la suya pero, claro, saliendo en dirección contraria.