Juan Manuel Mascali (Rosario, 1974) escribe desde hace años en la sección Contratapa de Rosario/12, dibuja o juega al tenis en sus ratos libres y lee vorazmente de todo: notas periodísticas en diarios, obras de literatura moderna y libros especializados en ciencias humanísticas. Pero no fue hasta fines del año pasado que este escritor singular publicó su primer libro. Bellamente editado en Córdoba por Alción, Yo anhelo / El olor de las primeras cosas reúne dos nouvelles que construyen y exploran universos únicos.

Yo anhelo es el monólogo ensayístico de un narrador que busca a través de su prosa, elaborada y exquisita, el litoral entre las palabras y las cosas que con lúcida conciencia percibe como no discontinuo en su propia psiquis, a la que considera como la de un híbrido mutante entre humano y robot. Autopercibido cyborg, sospecha una interfaz oculta que permite al mundo escuchar sus pensamientos. Fluyendo junto con su relato autobiográfico no confiable, reseña una cornucopia de textos que reflexionan sobre el lenguaje siguiendo su misma búsqueda y exhibe una colección de autores, personajes, obras musicales y cinematográficas que condensan singularidades no asimiladas por la norma: el pianista ¿autista? Glenn Gould, o el niño prodigio Fred Tate en la película de Jodie Foster El pequeño Tate.  Jodie Foster, actriz que en al menos dos films famosos ha encarnado al objeto pulsional de la obsesión de un partenaire desquiciado, es en esta nouvelle la amada del narrador. ¿Es ficción o ficción de delirio este amor tan dichoso? 

Mascali no hace referencia alguna a Taxi Driver pero sí a El silencio de los inocentes, El pequeño Tate y a Contacto. Y también a las canciones de Gustavo Cerati. El narrador de Yo anhelo no puede ni quiere distinguir entre símbolo y realidad, y ofrece fundamentos filosóficos para esa indiferenciación a través de una prosa elocuente, tan convincente en sus disquisiciones teóricas como inverosímil la historia de amor y éxito que cuenta. Pero no sólo eso: logra situar a quien lee en la perspectiva de una mente que no tiene el chip neurótico. Lee desde afuera la neurosis de la cultura, sin dejar por eso de producir cultura. El narrador -el yo de este discurso- oscila ágilmente entre el ensayo brillante sobre los más diversos temas (historia argentina, política internacional actual) y una autobiografía regida en algunos tramos por el principio del placer -en un mundo de ensueño donde todos los deseos se realizan- y en otros por una memoria molecular que produce estallidos de poesía. Yo anhelo no se parece a ningún otro texto de la literatura argentina. Transcurre entre una Nueva York de comedia musical (¿que engloba a Los Angeles?), la guerra de Ucrania desde el punto de vista de un periodista estrella y un puñado de vívidos recuerdos de una infancia en Rosario. Es un relato sobre la locura, escrito desde adentro de la locura con una suprema lucidez. La cohesión de la prosa integra diversos géneros en la misma obra. Valga el agotado término: una obra genial.

"Su prodigiosa inteligencia estaba impregnada de un espíritu que no podía no creer en lo verdadero, en el olor fiel de las primeras cosas", escribe Mascali en Yo anhelo, citando el título de la siguiente obra. Narrada en tercera persona con un ritmo stacatto de frases concisas desde el punto de vista de una mujer de 30 años, madre de dos hijos, llamada Carina, El olor de las primeras cosas envuelve con el perfume de su efecto hipnótico en un relato profundamente introspectivo. La experiencia de lectura se colma de felicidad gracias a la música de su prosa. No es un texto acerca de la dicha, sino que la produce. Los pormenores del día a día de una familia son observados como desde adentro de un silencio asombrosamente femenino, puntuado por preguntas internas que insinúan (el texto es cronológicamente anterior al primero del libro) lo que en Yo anhelo estallará. 

El olor de las primeras cosas se lee como un bellísimo experimento literario sobre el tiempo, sobre lo que cambia y lo que se conserva en una vida, sobre lo que significa habitar cierta edad en que las responsabilidades empiezan a solidificarse en rutinas mientras la memoria viva de la infancia y de la adolescencia permanece abierta, fresca, a mano, produciendo. Esa microscopía de la experiencia vivida tiene su antecedente en las heroínas sin hazañas de Virginia Woolf o de Katherine Mansfield. Los diálogos entre madre e hijita abren espacio para la hermosura del sinsentido. La aparente banalidad de lo cotidiano puntúa un transcurrir de instantes a modo de meditación en el presente. La atención se abisma entre el sentido y la insignificancia: "Desde el momento en que decide hablar es imposible evitar nada. A veces se sienta para que el alero le dé sombra y se pregunta si son esas situaciones las que la llevan a decidir no esperar nada. Cada vez que habla puede sentir cómo se desprende lo que puede no tener importancia. A veces se deja llevar por la oscilación de lo que podría decir en voz alta y nombra las hendiduras de los cerámicos, el asador con su techo a dos aguas, la pared delineada como un logo titubeante, la puerta de chapa con el umbral de mármol". ¿Lo real, ahí? 

Relatar, en Mascali, es relatar la escena de un pensamiento, hilando en el estilo de una prosa y enhebrando palabra por palabra la realidad que ese pensar va construyendo.