El tiempo está después
Si la fotografía es un intento de congelar el tiempo a través de una imagen, un grupo de fotógrafos se ha tomado el asunto al pie de la letra. Y desde los últimos veinte años, se dedican a capturar la bucólica atmósfera del primer día del año. A cada uno se le asigna una hora determinada para registrar lo que sucede a su alrededor y cada uno avanza una hora cada año. Así que dentro de cuatro años, cuando finalmente finalice el proyecto, todos habrán tomado una foto para cada hora del día. ¿Cómo va cambiando el mundo que se documenta y los artistas mismos durante un cuarto de siglo? Esto es lo que animó la exploración de los 24 miembros originales, que se conocieron mientras estudiaban en Central St. Martins, la universidad de las artes en Londres. Como era previsible, algunos se mudaron y fueron reemplazados por otros para que el proyecto tenga continuidad. Las imágenes correspondientes a 2023 se exhiben hasta el 19 de marzo en el Soho Square londinense. Su curadora es Anna Bassett, editora de imágenes de la revista The Times, quien dijo: “Esta selección evoca las diversas coyunturas del día de Año Nuevo y busca capturar la vida dentro de sus 24 horas, ya sea un momento conmovedor, una celebración o simplemente el paso del tiempo”. Una de las artistas eligió tomar una foto de la calle donde estaba su casa familiar, en Irlanda del Norte. Otro prefirió mostrar un trozo de gasa cubierto de estrellas en Italia o el inicio de una mudanza. Desde Bolivia, una fotógrafa mostró el paisaje agreste del altiplano. “Sí, hay una variedad de situaciones, personas, lugares y atmósferas encapsuladas dentro de las imágenes, que dan una sensación visualmente dinámica de los tiempos que estamos viviendo”, agrega Bassett. En la web del proyecto se encuentra el material de archivo y la posibilidad de adquirir fotos para apoyar a las víctimas de los terremotos en Siria y Turquía.
Jardín japonés
Ya están a la venta las entradas para que los turistas de todo el mundo puedan visitar el flamante Ghibli Park que abrió a fines del año pasado en las afueras de la ciudad de Nagoya, en Japón, y que hasta ahora solo podía ser visitado por gente de la zona. Para celebrar el acontecimiento, un grupo de artesanos del Nakagawa Masashichi Shoten se han encargado de realizar merchandising bien oriental. Una serie de Totoros esculpidos uno a uno en madera de alcanfor es la estrella de la colección, que también incluye acuarelas, piezas fundidas en bronce y remeras serigrafiadas a mano. El detalle es que esta casa de artesanía se abrió en 1716 y ha sobrevivido a lo largo de los siglos en base a la distinción y calidad de sus productos. Se asegura que el mismísimo Hayao Miyazaki sigue de cerca estos trabajos. Y es que él también alentó la creación de un parque temático que, lejos de tener luces rimbombantes y montañas rusas, se propone como un espacio amable con galerías de arte y cines que honran a la princesa Mononoke, el Rey Gato y los susuwataris. Pensado como un paseo para un máximo de cinco mil personas, el director japonés estuvo a cargo el diseño del lugar e insistió en que no se talaran árboles para su construcción, entre otras medidas que preservaron el parque original. Es sabido el respeto que Miyazaki tiene por la ecología y por los espíritus que habitan en lo profundo del follaje.
No soy yo, sos voz
Los clones de voz de inteligencia artificial ya se están implementando en podcasts y videojuegos, pero ¿cuánto tiempo pasará hasta que se mezclen con el público en general? Quizás pronto. Samsung anunció una función para su asistente móvil Bixby que permite a los usuarios clonar su voz para responder llamadas telefónicas. La idea es que no puede contestar en voz alta un llamado, escribe una respuesta que se leerá en un simulacro de la propia voz. La aplicación Bixby Custom Voice Creator solo está disponible actualmente en coreano para una pequeña cantidad de teléfonos Samsung de alta gama. Pero no es difícil imaginar que estas funciones se volverán más complejas y populares en un futuro cercano. Consultado por The Times, Henry Adjer, experto en IA, se preguntó “¿Tenemos derecho a saber si una voz con la que interactuamos es auténtica o no?”. En su opinión, “sería ético que estas herramientas llevasen alguna marca indicativa para el usuario”. El propio Samsung promete que las voces generadas por los usuarios serán “compatibles con otras aplicaciones de Samsung más allá de las llamadas telefónicas” en el futuro, aunque no está claro qué significa eso. Pero en definitiva no solo será importante preguntar quién habla al otro lado sino, sencillamente, qué.
Yo vivía en el bosque muy contento
El inminente estreno de Cocaine Bear vuelve a poner el foco en la historia del oso que fue encontrado muerto en 1985 en Georgia, rodeado de paquetes de cocaína que en apariencia consumió. Se habría tratado de un descarte de urgencia hecho por un dealer desde su Sesna antes de estrellarse. Pero quienes ahora reclaman atención y se quejan de su falta de protagonismo en la película de Elizabeth Banks son los dueños del Kentucky Fun Mall en Lexington. Y es que ahí exhiben desde 2015 un oso embalsamado que, aseguran, es el malogrado animal fallecido por la intoxicación. Incluso le pusieron como nombre “Pablo EskoBear”, o sea. El bicho se erige en su propio escaparate entre adornos de plástico y objetos variopintos. Alguna vez The Wall Street Journal se acercó y el cronista recibió una versión curiosa de cómo el oso llegó hasta ahí, repetida desde entonces a modo de rumorosa leyenda. Se trataría de una red de taxidermistas y coleccionistas de animales que Griffin VanMeter, dueño del lugar, habría puesto en evidencia para salvar los restos del animal. Sin embargo, a lo largo de los años, VanMeter mismo reveló la verdad. Parece que apenas abrió, decidió llenar el negocio de objetos antiguos que contaran la historia de la zona. Entonces su propio socio, Whit Hiler, le pidió que aceptara un pequeño oso embalsamado que sus padres se querían sacar de encima desde hacía tiempo. La escena siguiente consiste en los dos amigos consensuando que el bicho a punto de ser cenado por las polillas merecía un destino de celebridad. Era un poco más chico que el enorme plantígrado de Georgia pero a quién le importaría. Fue un tercer amigo, Coleman Larkin, quien narró la historia apócrifa del oso en la web del negocio. Si a esto se le suma una cuota generosa de merchandising –remeras, gorras y globos–, la magia estaba consumada. El señor Hiler comentó en estos días a medios locales: “Sin dudas la películas hubiera estado mucho mejor y hubiera tenido más éxito si nos hubieran incluido porque nuestro Kentucky es muy conocido”. El reclamo llegó a los oídos de los productores de Cocaine Bear, quienes aclararon que el destino final del oso no tiene nada que ver con la trama del film. De todos modos, Pablo EskoBear ya tiene su propia fama ganada.