Ni los sortilegios la inspiraban a prender un fuego que ilumine sus días.
La esperanza se había esfumado como una hilera de batracios iracundos. En su mirada flameaban rarísimas imágenes de pandemias recientes. Un idilio efímero, pero certero, la invadía hasta despersonalizarla. Se trataba de un método para posicionarse en un paralelismo mágico.
Al cumplirse cincuenta años ya de la aparición del álbum conceptual acerca de lo efímero de la existencia humana, El Lado Oscuro de la Luna, de Pink Floyd, descifraba que la vida había sucedido con una velocidad no prevista.
Los sonidos de aquellos cuarenta y tres minutos aun la animaban a creer en sí misma, una experiencia que le costaba demasiado a diario. Las insinuaciones de una mañana casi otoñal era lo único que la tenía en ciernes hacia cúspides luminosas.
Los árboles quemados caían como helechos naufragando una odisea tan ilusoria como pragmática. ¿Adónde caían? En tu cerebro. Invadían tus pensamientos. Ardían tus recuerdos en una hoguera fantasmal.
El hoy ya era ayer, el ayer, una madeja de lejanía melancólica y el mañana, una chance de ver el sol hundido en su abrumadora matemática disposición de un hastío monotemático. Haciendo la salvedad de las diversas sensaciones que encandila el sol del verano o el sol del invierno. Uno abrazador. El otro sobrecogedor.
Al fin el sol es eclipsado por la luna.
Osvaldo S. Marrochi