Dos chicas y dos chicos, cuatro amigos de toda la vida criados en Tornquist, se reencuentran el último día del milenio en una cabaña familiar abandonada para celebrar el fin del mundo y exorcizar la ausencia del quinto miembro de la banda: Mateo, fallecido en un accidente automovilístico en circunstancias confusas sobre las cuales, de alguna u otra forma, todos ellos tuvieron injerencia. La cabaña y la noche lluviosa operan como el escenario ideal para sacar los trapitos a un sol que se asimila bastante a la tormenta que inunda los campos que rodean la casa. Nicolás es gay, y con la pérdida de su mejor amigo también desapareció el sostén fundamental que lo mantenía en pie ante cualquier circunstancia, como cuando le brindó todo su apoyo para salir del clóset frente a su familia, arraigada en lo peor de las tradiciones locales, y cuyo resultado terminó en el maltrato de sus padres y el posterior exilio forzado hacia el anonimato de la ciudad de Buenos Aires. Por su parte Sofi y Paula, entre embarazos y cuidados médicos de parientes accidentados, se debaten por el amor pasado de Mateo mediado de confusiones y algunas complicidades, a la par de las de Santiago, que entre idas y vueltas, bisexualidades y salidas del clóset tan repentinas que rápidamente se vuelven reingresos, intenta dar rienda suelta a las tentaciones que le produce Nico, con su cuerpo empapado por la lluvia y la fabulosa liberación vivida durante este año de silencios entre ambos.

Con coreografía de canciones noventosas incluida y un grupo que actrices y actores jóvenes que levantan el polvo del piso por la enorme dinámica que le ponen al abundante texto, No te mates en mi casa se suma a una (muy celebrada) serie de obras teatrales y películas que exploran las identidades sexuales y deseos adolescentes para derribar tabúes, utilizando la risa y la inteligencia como armas de destrucción masiva contra el prejuicio. Con aires y ácidos que remiten a tramas como la de Los amigos de Peter, dirigida por el irlandés Kenneth Branagh, en la cual también un grupo de amigos se reencuentra para compartir experiencias y decadencias sin abandonar el sarcasmo y la sátira sobre sí mismo, la obra escrita y dirigida por Nicolás Sorrivas construye en el encierro en el que transcurre un gran impulso liberador, apelando a la inocencia de los lazos afectivos creados en la infancia como la mejor y única posibilidad de supervivencia en este chiquero que nos dejaron los adultos.

Domingos a las 20.30 en el Teatro Porteño, Av. Corrientes 1630.