Dos chicos juegan, se zambullen en una situación fantasiosa. Escondidos en una construcción abandonada imaginan que ochenta caballeros con armaduras y espadas permanecen agazapados a la espera del mejor momento para atacarlos. A la cuenta de tres, salen corriendo y atraviesan un campo de flores. Ríen y siguen corriendo, suponiendo quizás que ese verano no tendrá fin. Léo y Rémi tienen trece años y están en esa edad en la cual la infancia aún se aferra con fiereza, aunque el cuerpo está comenzando a cambiar, como las emociones. Por el momento comparten días y noches, duermen uno en la casa del otro, son absolutamente inseparables. Ya de regreso en la escuela, un par de chicas les preguntan si son pareja. A Léo esa simple y nada maliciosa consulta lo sacude como un terremoto seguido de un tsunami. De a poco, al principio con mesura y algo de vergüenza, más tarde sin remordimientos y un poco de crueldad, irá alejándose de Rémi.
En Close (ver crítica aparte), el segundo largometraje del realizador belga Lukas Dhont, que se estrena este jueves en salas de cine antes de su desembarco en la plataforma MUBI, los cambios son interiores, pero tan poderosos como los físicos que recorrían los fotogramas de su ópera prima, Girl, acerca de un adolescente varón que transitaba su recorrido para convertirse en mujer.
“Pensar mi segunda película fue realmente un desafío”, reflexiona Dhont en comunicación exclusiva con Página/12. “Lo cierto es que viajé mucho acompañando a Girl en una gran cantidad de festivales, y eso fue ideal para conversar sobre la película, analizarla. Pero el proceso de volver a la página en blanco, de sentarme en un escritorio, involucró soltar un poco la energía de ese primer film. Por otro lado, para comenzar a escribir necesitaba reconectarme con mi cuerpo y mi corazón y dejar un poco de lado cuestiones más cerebrales. Eso llevó un tiempo y debo admitir que busqué en Internet cosas como ‘segunda película de un director, cómo hacerlo’, en busca de material de lectura que me ayudara en el proceso. También hablé mucho con gente cercana: mi mamá, mi hermano, mi productor. Lo que me interesa es hacer películas sobre cuestiones que no podía comunicar cuando era más joven, cosas que son importantes para mí. Al reconectarme con eso pude empezar a escribir”.
Ese brusco quiebre entre dos personas que parecían inseparables, a una edad en la cual la amistad es el centro del universo, fue lo que atrajo al realizador, que presentó la película en la competencia oficial del Festival de Cannes, donde terminó obteniendo el Gran Premio del Jurado. Primer paso de una carrera internacional que culmina ahora, con la nominación a un Oscar en la categoría de Mejor Película de Habla no Inglesa, la misma en la cual compite Argentina, 1985.
“El gran empujón para Close fue leer una investigación de una psicóloga estadounidense llamada Niobe Way que entrevistó a 150 chicos de trece a dieciocho años”, continúa Dhont, recordando el origen del guion. “Las preguntas que hizo la especialista giran alrededor de las amistades. En la mayoría de los casos los relatos son parecidos a una historia de amor: son las personas más importantes de su vida, en quienes confían absolutamente todo. No es para nada similar a la narración de El señor de las moscas, donde priman la competencia y las peleas. Todo lo contrario”.
El cineasta de 31 años pone énfasis en lo que sigue: cuando Way volvió a entrevistar a esos mismos chicos a los diecisiete o dieciocho años, haciéndoles las mismas preguntas, los sujetos “ya no se atrevían a usar el mismo vocabulario emocional para expresar su mundo interior, el amor por los amigos. Lo consideran algo femenino o gay, así que no se animan a hablar de la misma manera. Cuando leí la investigación me sentí muy conectado con ellos, aunque hayan sido criados en un país y un contexto diferentes al mío. Yo crecí como un chico queer en una región rural, pero sin embargo sentí lo mismo a esa edad: me distancié de esa ternura, de esa cercanía con otros chicos, porque de inmediato era vista como algo sexual. Son cuestiones que tienen que ver con la idea de masculinidad al llegar a cierta edad, cuando comienzan a valorarse la independencia, la competitividad, las relaciones románticas. Pero no la amistad íntima con otros varones. Nos desconectamos de esa necesidad interior”.
-En Close participaron actores jóvenes no profesionales. Es el caso de Eden Dambrine, que interpreta el complejísimo rol de Léo con una notable paleta de matices. Al mismo tiempo, el reparto incluye a profesionales reconocidos como la actriz Émilie Dequenne, célebre por su debut en Rosetta, la obra maestra de 1999 de los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne. ¿Cómo fue ese trabajo en conjunto en términos de dirección actoral?
-La verdad es que el trabajo fue muy similar, tanto para los adultos profesionales como para los jóvenes. En una etapa muy temprana de la producción, tanto los chicos como los adultos leyeron el guion, y las conversaciones giraban alrededor de cómo esas cuestiones resonaban en sus vidas personales. Cómo sentían o recordaban las presiones de la masculinidad en una etapa en la cual aún no se tienen relaciones sentimentales, por lo cual la amistad es lo más importante. Hablamos de cómo en algunos casos existen amistades que se pierden. Los chicos son increíblemente inteligentes y están conectados con su mundo interior, y ahí hay una diferencia importante con los adultos. Como todavía no son adolescentes no comenzaron a actuar, a interpretar roles en la vida. Cuando entramos en la adolescencia empezamos a actuar, un poco por las expectativas del grupo. Los pre púberes todavía son libres en términos de expresarse a sí mismos como quieren.
-¿Y en lo creativo?
-Siempre supimos que no íbamos a poner las emociones en contra de ellos, que siempre los íbamos a tratar con ternura y cuidado. La parte interesante y bella es poner a un adulto a actuar junto a un joven no profesional y ver cómo se produce ese intercambio de herramientas valiosas, de un lado hacia el otro y viceversa. No lo llamaría improvisación sino sorpresa. El profesional te sorprende porque eso está en el centro de su profesión, y en la interacción entre alguien que usa una técnica y otro que utiliza sus experiencias y personalidad se da una química hermosa, que se ve reflejada luego en la pantalla. Creo que trabajé más como un coreógrafo, utilizando movimientos y las intenciones detrás de esos movimientos: cercanía, correr, distancia. Hablamos mucho de las razones detrás de las interacciones físicas, por qué son así en determinada escena. Luego dejé que inyectaran todo eso con sus personalidades particulares.
-¿Hay elementos autobiográficos en la historia que cuenta Close?
-Cuando era joven atravesé un momento en el cual la relación con otro chico comenzó a ser algo que me daba temor, porque era visto desde afuera a través del filtro de la sexualidad. Y a esa edad no estaba preparado o cómodo con esas cuestiones, por lo tanto me distancié de personas de las cuales no quería distanciarme. Lo hice por miedo y hasta el día de hoy me arrepiento profundamente. De alguna forma es algo que moldeó mi vida, me dejó marcas. La película está dedicada a mis amistades, las actuales y también aquellas que perdí en el camino. Es una película personal, pero al mismo tiempo universal. Mi deseo es que la película sea una experiencia humana amplia, que pueda llegarle a cualquier espectador, más allá de su edad o género. Porque no hace falta ser un varón joven para estar en ese lugar, donde de pronto te ves frente al gran dolor de perder una amistad. Creo que lo que llamamos “corazón roto” está casi siempre vinculado en nuestro vocabulario con las relaciones románticas, pero también tiene mucho que ver con la amistad. Todos hemos estado en esa situación en algún momento de la vida, cuando un amigo o amiga o bien nosotros mismos cambiamos nuestra dirección y, de pronto, lo que parecía un camino compartido se separa definitivamente. Si nos ponemos un poco más específicos y pensamos en la amistad entre hombres, cuando crecemos atravesamos siempre un momento en el cual la ternura deja de ser algo que tiene valor.
-La puesta en escena trabaja mucho la cercanía con el protagonista, reflejando en cierta medida el título del film, Close (“cerca, cercano”), que a su vez se revela como una cuestión central en la historia.
-Como decía antes, mientras escribía el guion pensaba en mi rol como si fuera el de un coreógrafo. Al escribir y dirigir, en el papel ya había mucha información sobre la posición de la cámara en cada plano. Con el director de fotografía, Frank van den Eeden, hablamos mucho sobre cada escena, la “melodía” de las secuencias, la interacción de los personajes. Me considero parte de una escuela que combina el documental con la ficción, por lo que intento integrar ambas. La técnica de rodaje es compacta, en el sentido de que buscamos transmitir algo a través de la pantalla de manera pura, sin imponernos demasiado, sobre todo cuando hay jóvenes que nunca estuvieron previamente en un set. Al tener como protagonista a un chico que construye un mecanismo interno como resultado de la sociedad en la cual vive, hay muchas cosas que todo el tiempo implosionan dentro suyo. Por eso la cámara permanece muy cerca de su rostro, de manera de poder capturar la expresión de esas emociones. Close es una película que observa, pero que también registra las miradas. Eso es muy importante. Trabajamos en varios niveles, por ejemplo con contrastes a nivel visual. Por un lado están esos campos de flores, que transmiten una sensación de fragilidad, y también la cancha de hockey, con todo ese hielo, los filos, la brutalidad de los movimientos. Eso también está en el centro de la película: la convivencia e interacción entre la fragilidad y la brutalidad.