A medida que la docu-serie avanza el tiempo siempre vuelve atrás; vemos y escuchamos como un rebobinado cada vez más largo que nos transporta al 22 de junio de 1983, día de altas temperaturas en toda la región del Lazio, día en el cual desapareció Emanuela Orlandi, una adolescente de 15 años, ciudadana vaticana, hija de Ettore Orlandi y Maria Pezzano. No sólo ella era ciudadana vaticana, su familia había trabajado por más de cien años en la Ciudad de Dios, sirviendo a siete papas. Desde aquel momento, nada de supo de ella y su caso representa uno de los misterios más grandes presente en la memoria italiana.
El flashback es el recurso narrativo preferido por el director Mark Lewis. Da la impresión de que nos propusiera un trabajo de “barajar y dar de nuevo” a medida que las investigaciones traen nuevos elementos para precisar qué pasó con Emanuela.
Como en todo caso complejo, al principio, siempre pensamos mal, nunca como debiéramos haberlo hecho. Mejor entonces pensar en estado de arrepentimiento: ante una “prueba” nueva se debe repensar lo mal pensado y la mejor manera de volver a intentar darle lógica a lo sucedido es regresar al mismo día en que empezó el drama, sólo que con más información. Da capo.
Pero Lewis sabe que eso no es un proceso de conocimiento acumulativo: él sabe que cuenta una historia ocurrida entre Italia y el Vaticano en los años 80; los “años de plomo” en los que la violencia política, los escándalos financieros, el accionar de la mafia, los complots y sus correspondientes intrigas marcaban la cotidianeidad. Por eso, muchos nuevos elementos podían corresponder a tácticas distractivas y el trabajo de “barajar y empezar de nuevo” podía resultar más complicado e infructuoso. Pero, claro, había que hacerlo.
Un thriller político-religioso de los años 80
Yo casi no pude levantarme durante los cuatro episodios de La chica del Vaticano. Sin dudas que me tuvo inmóvil (literal) la filosofía detectivesca del director. Pero, en paralelo, pensaba en otra cosa. Cada flashback, ante cada nuevo elemento, me hacía pensar en cómo lo familiar se puede volver extraño, en cómo la amable cotidianeidad se puede volver siniestra, en cómo el lugar más sagrado del mundo puede dejar en claro que es un verdadero infierno, en cómo la cruz puede convertirse en espada, en cómo esa familia católica que había trabajado para la Iglesia en su lugar más paradigmático debió tomar conocimiento de que el espanto provenía inequívocamente de sus empleadores. Por eso, por un lado, sentí al documental (lo ví dos veces) como un thriller político-religioso de los años 80 (muy bien logrado), pero mucho más como una película de terror, de esa clase de terror paulatino que estimula el darse cuenta de que uno está durmiendo a metros del enemigo.
Todos, todos los caminos para explicar la desaparición de Emanuela conducen al Vaticano y a sus monarcas.
Primero se barajó la hipótesis del terrorismo internacional. Un llamado a la familia Orlandi informaba que Emanuela sería asesinada si no se liberaba a Mehmet Ali Ağca, el hombre turco que intentó matar a Juan Pablo II el 13 de mayo de 1981, de quien se decía que trabajaba para el servicio secreto búlgaro durante la época comunista, y que realizó el atentado debido a la férrea oposición del papa al régimen. La KGB, en consecuencia, quedaba pegada a la desaparición de la adolescente. Esta hipótesis fue sostenida por el mismo Papa ante la familia, a la que llegó a visitar en su casa.
El periodista Andrea Purgatori, que trabajaba en el Corriere della Sera, tiene una gran presencia en el documental y rebate la hipótesis explicando indirectamente el título. “La chica del Vaticano”: “del”, preposición de pertenencia. En varios Angelus, Juan Pablo II habló de Emanuela pero Purgatori afirma que lo hacía de una manera especial: parecía que le hablaba indirectamente a sus captores, sabiendo que estaba viva y sabiendo que había sido secuestrada porque era ciudadana “del” Vaticano. Además, había sido secuestrada mientras el Papa estaba de visita en Polonia, acunado por el Movimiento Solidaridad. Flashback.
Relaciones carnales
Las relaciones transaccionales entre el Estado Vaticano, la organización mafiosa La Banda della Magliana y el Banco Ambrosiano (que manejaba dinero de ambas entidades) eran conocidas. Purgatori conjetura que el Ambrosiano desvió dinero de la mafia al Vaticano para que financie al Movimiento Solidaridad, símbolo de la lucha contra el comunismo y presagio de la aceleración de su caída.
Por motivos desconocidos, ese dinero no fue devuelto y entonces, como fuerte mensaje, La Banda secuestró a Emanuela, ciudadana del Estado que se había quedado con lo ajeno. La Banda era liderada por Enrico de Pedis (Renatino), acribillado en Roma en 1990 y la autoría del secuestro fue confirmada 23 años después de ocurridos los hechos (en 2006) por Sabrina Minardi (su amante), en el programa de la televisión Chi l'ha visto. El cambio de carátula del hecho, más allá de las perennes intenciones de ocultamiento del Vaticano, no se podía evitar: no se estaba ante un caso de “terrorismo internacional”, sino ante un caso “interno”, de relaciones sucias entre el Vaticano y la mafia.
Con posterioridad, (en 2013) apareció en la televisión un mitómano llamado Marco Accetti que dijo haber sido el autor del secuestro y la persona con acento norteamericano que se comunicaba con la familia Orlandi. Llamaron mucho la atención sus declaraciones, incitaban a un nuevo flashback pero no aportaban nada: sus testimonios fueron descartados ya que se consideró que era un transtornado narcicista con ganas de figurar ante las cámaras.
Los Vatileaks
En 2012 el Vaticano empezó a ser afectado por el escándalo generado por la filtración de documentos secretos (conocido como Vatileaks) que incluían información sobre corrupción, homosexualidad, negocios inmobiliarios, etcétera. Sin dudas, la causa de la renuncia de Benedicto XVI y de su reclusión en la oración hasta la muerte. En ese contexto, el periodista de L´Espresso Emiliano Fittipaldi logró acceder a un documento tenebroso: un expediente fotocopiado iniciado en 1983 y cerrado en 1998 en el que se detallaban los gastos destinados para “mantener alejada de su domicilio a la ciudadana Emanuela Orlandi”.
Se hipotetizó que Emanuela fue entregada a la Santa Sede por La Banda y trasladada ilegalmente a Londres y que vivió allí secuestrada hasta su muerte, ya que la redacción del documento da a entender que los últimos gastos del Vaticano se destinaron a traer los restos al mismo Vaticano, que tiene dos cementerios, ambos a pocas cuadras de la casa donde vivía Emanuela. Horror, horror casi inverosímil. Y Flashback.
Se afianzaba la hipótesis del juego de poder entre la mafia y el Vaticano, pero –como nunca- tomaban carnadura las hipótesis que sostenían que el Vaticano sabía todo desde siempre y, sin embargo, siempre lo había ocultado. Flashback.
El Vaticano era siniestro pero ¿podía serlo tanto?, se pregunta Fittipaldi y finalmente relativiza la autenticidad del documento. Sin embargo, en 2018, Monseñor Carlos María Viganó (un prelado trumpista, negacionista del COVID y enemigo del papa Francisco), se comunicó con Laura Sgró (actual abogada de los Orlandi) y le contó una historia tan tenebrosa como el documento de autenticidad relativizada: que el mismo día de la desaparición de Emanuela los raptores se comunicaron con el Vaticano.
Me alegra que monseñor me libere del anonimato de la fuente: la verificación de la existencia de esa llamada telefónica es fundamental, porque encamina las investigaciones. Si tan sólo unas pocas horas después de la desaparición de Emanuela los presuntos secuestradores pidieron hablar con la secretaría de Estado, entonces es evidente que el interlocutor era la Santa Sede, y no la familia Orlandi, dijo Sgró.
En 2019, Sgró recibió una misiva en la que se afirmaba que si se quería dar con los restos de Emanuela había que dirigirse a uno de los dos cementerios del Vaticano donde había un ángel mirando hacia abajo. La misiva, que apenas contenía esta indicación, estaba acompañada de una foto de la escultura del ángel. El vaticano accede a la apertura de la tumba que miraba el ángel pero estaba vacía. Burla, horror. Y flashback con la pregunta más difícil de responder: ¿por qué Emanuela como objeto de intercambio entre la mafia y el Vaticano? ¿Por qué sí una chica común y no un prelado para dirimir el desvío de fondos mafiosos para financiar un movimiento anticomunista?
La “navaja de Ockham”
Terminando el tercer capítulo, Stefano Ferracuti (profesor de Psicopatología Forense de la Universidad Sapienza de Roma) da un consejo inquietante, que queda resonando: se debe tratar el caso de Emanuela Orlandi con la “navaja de Ockham”. El caso está hundido bajo el peso de hipótesis (que van desde el terrorismo internacional hasta la criminalidad interna) que no ayudan porque son relativas al “hecho” del secuestro pero no al “quién”.
Guillermo de Ockham fue un pensador del siglo XIV que afirmó que para explicar algo no hay que multiplicar los entes sin necesidad. Una hipótesis es mejor si explica más con menos elementos. Se dice que la metáfora de la navaja estaba dedicada a Platón: la filosofía del conocimiento “económica” de Ockham sería una especie de navaja con la que había que cortar la barba de su contrincante, tan enmarañada como su concepción del conocimiento.
Y aparece entonces, por primera vez en casi 40 años, una amiga de Emanuela cuyo rostro no es visible. Cuenta que, días antes de la desaparición, recibió un llamado de una Emanuela angustiada y le manifestó que necesitaba contarle un secreto: en los apacibles jardines vaticanos Emanuela había sido reiteradamente agredida sexualmente por un alto prelado cercano al Papa. Entre llantos, pide perdón a Emanuela y al mismo tiempo ensaya una estremecedora justificación: ¿quién nos hubiera creído si hablábamos sobre el tema cuarenta años atrás? ¿Quién, si además, la acusadora hubiera sido una adolescente y el acusado un adulto religioso y poderoso? Probablemente, La Banda della Magliana estaba al tanto de esta situación y entonces Emanuela se convirtió en el medio más efectivo para resolver el conflicto con el Vaticano.
Recomiendo este tremendo documental. Haremos un viaje histórico por los años previos a la caída del comunismo pero, sobre todo, veremos cómo lo siniestro puede extender sus tentáculos en los lugares menos imaginados, como los jardines de la Ciudad de Dios.
Verdad y justicia por Emanuela Orlandi.