Aunque se ha despedido en más de una oportunidad, el director japonés Hayao Miyazaki siempre acaba por regresar al cine. Una década atrás, este genio de la animación daba por concluida su carrera con el estreno de su onceava película, Se levanta el viento, inspirada en la vida de Jiro Horikoshi, un legendario diseñador de aviones de combate. El antimilitarismo de Miyazaki, declarado pacifista, alejó a las naves de la sombra de la guerra en una cinta donde elige centrarse en la pasión del protagonista, un ingeniero humilde y honrado al que le cuesta bajar de las nubes, fascinado -como el propio HM- por las máquinas voladoras.

Cuestión que la despedida no resultó ser tal, como bien se sabe: Hayao no tardó en volver al ruedo. En 2018 presentó Boro the Caterpillar, ponderado cortometraje que creó para el Museo Ghibli, en Mitaka, sobre una oruguita recién nacida que mira el mundo con ojos nuevos mientras da sus primeros pasos. “Un ser tan pequeño que podría ser aplastado por un dedo”, comentó entonces el cofundador de Studio Ghibli sobre su única obra hecha íntegramente por computadora. Conocida es su predilección por trabajar meticulosamente con medios y técnicas artesanales, por dibujar cada cuadro a mano al momento de crear sus mundos de cuento poblados de figuras tan entrañables como extrañas, donde la imaginación traslada a escenarios maravillosos y, a la vez, tremendamente inquietantes.

Después del citado corto, el realizador de 82 pirulos tampoco ha parado: incansable, ha estado trabajando de sol a sol en su venidero largometraje, que vería la luz del proyector el próximo julio en salas niponas y que promete ser “una fantasía a gran escala”, acorde al círculo cercano de un cineasta que persevera en su renuencia a dar entrevistas. Por lo pronto, se sabe que es una adaptación libre de un libro que marcó a Miyazaki en sus años mozos: Kimi-tachi wa Do Ikiru ka (¿Cómo vives?, en español), novela de 1937, del escritor Genzaburō Yoshino, sobre un adolescente que -guiado por las reflexiones de su tío- aprende sobre libertad y respeto, entre otros valores que serán puestos a prueba por situaciones peliagudas en su escuela.

Mi vecino Totoro

Hasta la llegada de la que seguramente sea otra joya del realizador, quizá -ahora sí- la última, hay maneras de aplacar la ansiedad, paliar la espera. Que no necesariamente requieren dejarse un dineral para volar hasta la prefectura de Aichi y conocer el Parque Ghibli, que abrió sus puertas el pasado noviembre y, entre sus atracciones temáticas, permite entrar en una réplica de la casa de las hermanas Mei y Satsuki de Mi vecino Totoro, y chequear -obviamente- si anda dando vueltas algún duende de hollín (o susuwatari). También en las cartas, subirse al célebre Gatobús, criatura parcialmente basada en el bakeneko, micifuz sobrenatural del folclore nipón con habilidades varias; cambiar su aspecto y volar, entre ellas.

En efecto, existe una alternativa más modesta pero nada desdeñable, al alcance de bolsillos flacos en latitudes locales: ir al cine. A salas de la cadena Cinemark Hoyts puntualmente, que en un esfuerzo conjunto con la distribuidora Cinetopia, lleva poco más de un mes siendo anfitrión del Ghibli Fest: tal el nombre del ciclo que presenta algunos de los grandes títulos del artista, permitiendo disfrutar en pantalla grande tanto del esplendor de la artesanía como de la potencia narrativa del trabajo de HM.

Ya pasó Ponyo (2008), personalísima aproximación de Miyazaki a La Sirenita de Andersen, que sigue a la intrépida y curiosa Ponyo, petite niña pez de colores que quiere descubrir el mundo de la superficie, a pesar del retrato poco halagüeño que su padre -mago de los océanos- le pinta sobre una Humanidad cruel que maltrata y contamina. Ponyo persigue su deseo contra viento y marea, y traba amistad con un chicuelo humano, Sosuke, desatando un auténtico tsunami artístico y emocional, en una cinta con escenas inolvidables (la que más: Ponyo corriendo sobre las olas, vivas gracias al trazo del propio Miyazaki). En el ciclo, también pasó Mi vecino Totoro (1988), esa bellísima historia sobre dos hermanas que se mudan a una casa en el campo con su papá mientras su madre permanece en el hospital por una larga convalecencia, y allí descubren un universo oculto, sobrenatural, de espíritus y criaturas de la Natura que resultan invisibles a la mirada adulta.

El castillo ambulante

Así las cosas, quedan aún tres clásicos contemporáneos indispensables de Hayao: El castillo ambulante (2004), en cartel desde el 23 de febrero; La princesa Mononoke (1997), a partir del 23 de marzo; y un cierre por todo lo alto con El viaje de Chihiro (2001), desde el 27 de abril en los cines de la mentada cadena. Películas que, como la filmografía toda de HM, dan testimonio del talento y la sensibilidad del artista para crear heroínas de antología que él mismo describe como “chicas valientes e independientes que no dudarán en luchar por lo que creen de todo corazón. Puede que necesiten un amigo o alguien que les brinde apoyo, pero jamás un salvador”. Da igual si se trata de una nena pez o de una joven princesa de katana tomar: Miyazaki es un maestro en dar vida a damas y damitas con luces y sombras, complejas y gozosamente imperfectas, que -aunque a veces sucumben al cuiqui o hacen berrinches- hacen frente a la adversidad, fuertes y autónomas. Tienen su propio destino en las manos, eligiendo qué hacer y cuándo, dirá el autor de films donde otra constante es la profunda preocupación por el mundo natural -sagrado, incomprendido, amenazado-, cuyas catástrofes ya no se leen como metáforas sino como reflejos del presente o predicciones de un futuro cercano.

Al menos, Miyazaki -ecologista de primera hora- confía en sus personajes para reparar lo que se ha roto, en la medida de sus posibilidades. A través del bosque, del susurro del viento, del canto de las aves, la Naturaleza es un personaje inmutable en las obras de este artista que, años atrás, decía -medio en chiste, medio en serio- que esperaba ansioso el advenimiento de un tiempo en el que las verdes hierbas silvestres tomaran posesión de la Tierra.

La princesa Mononoke

Retomando los hilos del ciclo, pequeños resúmenes libres de spoilers de las tres películas que están y estarán en cartelera; a saber… Basado en la homónima novela de la galesa Diana Wynne Jones, El castillo ambulante se lee como alegato pacifista. El puntapié del relato es un hechizo: el de una bruja celosa que convierte a una joven sombrerera en una anciana de 90. La chica, decidida a recuperar su apariencia, viaja a la montaña, donde se topa con un castillo con patas y sus peculiares residentes, entonces arranca la aventura… “De ningún modo el film habla de que envejecer sea malo; al contrario: siendo mayor, la protagonista se reafirma en su honestidad y se va volviendo una mujer segura, determinada”, aclaró antaño un HM alérgico a cualquier fórmula simplista o maquinea, renuente además a jugar con el obsoleto “Bien versus Mal”, como lo evidencia el siguiente título del Ghibli Fest en curso.

“El mundo y el hombre están malditos, pero aun así insistimos en vivir”, posiblemente sea una de las frases más recordadas de la audaz y cautivadora La princesa Mononoke, que emerge como leyenda original, de profunda inventiva, para defender la causa ecológica. Ambientada en el Japón medieval, la historia va de una colisión entre fuerzas: quienes cuidan del bosque con ayuda de espíritus y diosas lobo, y quienes abusan de sus recursos. San es la princesa a la que alude el título, una brava guerrera criada por lobos que protege la Natura; Lady Eboshi, matriarca regente de una aldea de fabricantes de hierro, es su antagonista; una líder guiada por la codicia, aunque tenga un costado amable y compasivo, resaltada por Miyazaki.

La princesa Mononoke

El Viaje de Chihiro, por su parte, representa la consagración internacional de HM al haber recibido tanto un Oso berlinés como un Óscar. Rico en referencias a mitos y leyendas nipones, el film narra las aventuras de Chihiro, una niña de 10 que, sin buscarlo, termina dentro de un mundo habitado por dioses y seres mágicos, donde tendrá que apañarse mientras averigua cómo diantres salvar a sus viejos, que fueron transformados en cerdos.

Parece ser que a Miyazaki suelen acercársele madres con frecuencia en las calles, contándole que sus hijas e hijos ven “Totoro” varias veces a la semana. Cada vez que esto sucede, la respuesta de HM es la misma: ¡el espanto! “¡No, que no lo hagan!”, su réplica inmediata, haciendo saber que “las imágenes solo estimulan sensaciones visuales y auditivas, pero privan del mundo que les corresponde a los chicos. Que salgan, que busquen, que toquen, que prueben”, el consejo de este hombre que dice mantener su pesimismo a raya en sus films “para no transferírselo a los más pequeños. No creo que los adultos deban imponerles su visión del mundo: ellos son muy capaces de formar sus propias ideas, su propia opinión”.

El viaje de Chihiro