Copi ha vuelto. Ha regresado de manera contundente como algún día se fue. Copi vuelve para molestar. Para hundir sus palabras en orificios que duelen o generan placer. Vuelve y toma el Teatro Nacional Cervantes. Vuelve y conquista, y al hacerlo, expulsa, incomoda, espanta. Viene a sacar a patadas a señoras frecuentadoras de sainetes. Vuelve a quitar cualquier vestigio de teatro costumbrista. Copi vuelve a lo bestia. Viene a quemar ojos y oídos con imágenes que nunca debieron alejarse de los escenarios. Vuelve Copi en el cuerpo de Marilú Marini. Ella no hace a Copi. Marilú en El día de una soñadora (y otros momentos) no lo interpreta, ella es Copi. Una amiga que toma su cuerpo y voz. Como una posesa lo presenta en toda su malicia y lucidez. Y nos invita a invocarlo, a soportarlo, amarlo u odiarlo. Marilú entrega desaforada su Copi a la platea, las figuras desmesuradas le deforman la cara, el cuerpo, se hace ridícula, monstruosa y tierna.
La obra contiene además un texto autobiográfico de Copi llamado Río de la Plata. Como quien sobrevuela en avión un territorio que duele, Copi habla de la historia personal y colectiva, de usos y costumbres de clase, de partidas y regresos. Exilios internos y externos. Lo hace sin melancolía ni piedad. Lo hace tensando las reglas del buen gusto y lo correcto. Generando una risa amarga, provocando un gesto brutal que retumba en el cuerpo de Marilú y nos golpea a los que habitamos la platea, las calles, la ciudad, el país.
Y entre las voces de la soñadora y la voz real del que indaga un territorio perdido, yendo y viniendo, desde la ficción disparatada a la biografía distorsionada; en esos sacudones del discurso se mueve Marilú. También sale y entra del idioma, del territorio de la lengua, pasa del francés en el que Copi escribía, al castellano sin transición.
Marilú entra por la platea y algunos le gritan y saludan. Ella presenta al tataranieto de Meliés que acompañará en el piano durante la velada y acota, por si hay algún desprevenido, que Meliés es el creador de la ficción en el cine. Hay problemas de sonido y Marilú nos pide que la esperemos y así nos irá guiando, desconcertando, provocando. El espectáculo se interrumpe una y otra vez; desde la platea intentan un aplauso, Marilú en la oscuridad avisa que todavía no ha terminado. Reaparece, se viste de novia trash, se hace niña ingenua, muta, se convierte en un vieja bruja, muta, se hace hombre que busca hombre en un cine de Lavalle, muta se hace multitud apretada y ardorosa en algún colectivo de invierno, muta y se hace palabra en movimiento, volcán escénico. Cuerpo atravesado por un huracán irreverente, Marilú devino en Copi. Lo trae vivo a nuestra orilla y al hacerlo aleja toda muerte y olvido.
Marilú hace justicia poética y nos interroga: ¿qué hubiese sucedido con la dramaturgia nacional si hubiese habitado el disparate Copi en vez de tanto drama medio de salón y realismo? Marilú interroga sin enunciarlo. El cuerpo mutante de Marilú es el que hace preguntas. El cuerpo en tránsito de Marilú. El cuerpo que no esconde su devenir, los años, la distancia, los viajes, la pena y los estallidos.
La señora / niña / puto / amante / torta / poeta / exilio se oculta mientras el tataranieto de Meliés toca el piano y detrás del escenario nos pide que la esperemos y nos recomienda los otros Copi en cartelera y nos tira la data que por el mismo precio se pueden ver dos obras y también a Vicuña en zunga, una bicoca.
Y reaparece en el escenario convertida en diva clásica, en una Marlene Dietrich de las pampas, con boa de plumas y vestido largo para despedirse de su amigo como corresponde, con todo el brillo posible, radiante. Hasta la próxima función, hasta la próxima posesión, hasta el próximo Copi. Marilú finalmente se ha travestido en Marilú.
Un cuerpo erotizado que contagia la euforia; un destello, un fuego fugaz pero necesario para afrontar todo el frío del afuera. Marilú termina su tributo y nos despide y agradece, lo hace por ella, por su amigo, por el teatro, por el disfrute del artificio. Por un instante se genera la ilusión de que algo pudo ser mejor y que nos vamos a reír a carcajadas y entregarnos a la locura. Por un instante todo el malestar del afuera desaparece y está el festejo desbocado. Por un breve momento fuimos felices con ella.