“Estacional y efímero, el abanico plano de bambú (uchiwa) se popularizó en Japón durante el período Edo (1603-1868) y se convirtió en uno de los medios de expresión más populares de la escuela pictórica ukiyo-e”, ofrecen desde las filas del Musée Guimet, dedicado al arte asiático, en París, explicando además que, “vendidos primeramente durante el verano en puestos temporales con motivo de festivales o por vendedores ambulantes, estos accesorios comenzaron a ofrecerse en la fachada de comerciantes de estampas y libros ilustrados hacia fines del siglo XVIII, cuando sus diseños eran firmados por artistas de renombre”. Artistas como Utagawa Hiroshige (1797-1858), uno de los más célebres grabadores japoneses, referente de la ukiyo-e, la “pintura del mundo flotante”, que fijó paisajes y escenas de la vida cotidiana del Japón del siglo XIX en sus obras, famosas por la sutileza de las líneas y los colores, por su belleza y el nivel de detalle.

Hiroshige realizó más de 650 estampados destinados a adornar abanicos que, por su fragilidad y ubicuidad, generalmente se desechaban, pocos han sobrevivido hasta la fecha. Las estampas que sí se han conservado son aquellas que nunca han sido recortadas y montadas en su marco, aclaran desde del Musée Guimet, que precisamente presenta estas piezas raras, de valor incalculable, en una flamante muestra llamada Hiroshige et l’éventail (“Hiroshige y el abanico”).

Inaugurada días atrás, en cartel hasta mayo, la exposición presenta a razón de 90 estampas preciosas, creadas para decorar estos abanicos rígidos, que no se pliegan, hechos de papel en un marco de bambú (estructura que eventualmente se extendería a otras partes de Asia; Birmania, Tailandia, Camboya y Sri Lanka, por caso). Retratos de mujeres, paisajes, escenas bucólicas con pájaros y flores, escenas históricas, literarias, paródicas, entre las ilustraciones hechas entre 1830 y 1850 por Hiroshige, para abanicos plenos de inventiva gráfica que, encima, refrescaban en días de calor sofocante.