A mediados del siglo XIX, ser lesbiana era un escándalo o una excentricidad. O un pecado, una desviación, una enfermedad. Siempre un secreto. Según el barrio donde nacieses y la iglesia a donde te mandasen, así era la vida en la burguesa State Island en el estado de Nueva York. Un reflejo del mundo. Una chica de algo más de 20 años, Alice Austen fue la primera en fotografiar el mundo privado de mujeres que amaban a otras mujeres en un entorno erótico.
Todo sucedía como si se tratase solo de jóvenes ricas y privilegiadas que accedían a un club privado para preservar su castidad, un sitio vacío de hombres. Fumaban, recorrían la isla en bicicleta, hablaban de pavadas. Quizá leían algo y se intercambiaban peines y enaguas de encaje. La naturalidad de la vida cotidiana entre ellas las llevó al éxtasis de encontrarse con un deseo tan genuino como perturbador. Muchas se atrevieron a amarse entre esas paredes donde se había concertado un pacto tácito. En el club de ellas, el Darned, un pionero Brandon, no se condenaba ninguna clase de amor. Allí llegó la conservadora Austen quien, con la soltura de su vida burguesa hasta el momento había registrado con una cámara de placa la vida social de su entorno. Durante los 80, Staten Island era refugio para gente de dinero que vivía en casas lujosas, campos sin horizontes y caballos donde se refugiaba el derecho de ser “salvaje”.
Austen capturaba imágenes de herederos en reuniones sociales, sus cocheros y sus sirvientes, familia y vecinos. No había problema para comprar película. Su obra se calcula que está compuesta por más de 8 mil fotografías. Aún no sabía que la vida le guardaba la sorpresa de ser mendiga en el crack de la crisis del 29 y 30. Como Alice, muchos de sus amigos vivían despreocupados jugando a ser quienes no eran o sí sin saberlo. En algunas de las fotografías fingían intoxicarse bebiendo té disfrazado de grapa o algún otro destilado fuerte. En otras, unas jóvenes hacían creer que estaban fumando cigarrillos o que esperaban con sus faldas largas por encima de los tobillos. Escenas simples, pero inquietantes en tiempos de cuerpos tapados hasta el cuello.
Alice se atrevió a llegar hasta Manhattan donde a comienzos del siglo XX fotografió a inmigrantes, los primeros que llegaban hambrientos de la Europa devastada por la Primera Guerra Mundial. Los que inventaron el sueño americano. Manhattan y los nuevos habitantes de la ciudad ampliaron la mirada de Alice. Mientras ajustaba al milímetro sus tomas fue soltándose la ropa. Y fue en el Darned, a donde seguía yendo a fumar y a andar en bicicleta con las chicas, donde conoció al amor de su vida. Una maestra de baile de Brooklyn, Gertrude Tate, con quien vivió durante 30 años. Se visitaban constantemente y pasaban las vacaciones juntas en Europa hasta que decidieron convivir, a pesar de la oposición de sus familias.
La casa Deamed fue reconocida el 20 de junio como el refugio de esas fotografías icónicas, premiando a Austen como la primera artista LGTBI de Estados Unidos y probablemente, hasta donde hoy se investigó, pionera en el mundo.
Su vida transcurrió sin zozobras hasta el crack de la bolsa en 1929. Alice tuvo que desprenderse de su cámara y de su archivo fotográfico. Cuando cumplió 84 años estaba en la ruina a tal punto que fue desalojada de la residencia de ancianos donde vivía y tuvo que empezar a mendigar para vivir. Su vida larga le daría unos años más y un final feliz. A los pocos meses de vagabundear, un ayudante del fotohistoriador Oliver Jensen descubrió negativos olvidados en el sótano de la casa de la Sociedad Histórica de Staten Island. Jensen preparaba un proyecto para Picture Press, en el que quería recuperar las imágenes de la historia de las mujeres estadounidenses y decidió publicar cuentos acompañados de algunas de las fotografías de Austen en Life y Holliday. Así comenzó el reconocimiento de su obra, por casualidad.
Un siglo después se le otorga públicamente su lugar de pionera. Se presume que el espacio estará listo en 2019 para exhibir una selección curada de la obra de Austen.