Son seis minutos de una canción que nunca comienza. Seis minutos que avanzan hipnóticos y aletargados entre guitarras con ganchos eléctricos que no van a ningún lado, tachos y platillos cansinos, un piano que tantea melodías al aire y voces como coros indescifrables llegados desde algún lugar lejano. Entre los consejos que sugieren cómo debe ser una canción para seducir a la mayor cantidad de playlists posibles, la regla de oro señala que no deben tener intros ni codas demasiado largas: la impaciencia lleva a saltar canciones con facilidad, y mejor no tentar a la suerte. Pero ese tipo de atajos nunca le quitaron el sueño a Meg Baird, la cantautora oriunda de Filadelfia que en veinte años de una celebrada carrera acompañando a otros músicos editó apenas cuatro discos como solista, y con esa maravillosa deriva instrumental da comienzo a Furling, el precioso álbum que editó a fines de enero y que merece ser considerado bien alto entre los lanzamientos de este año que acaba de comenzar.
Interpretado casi en su totalidad por ella misma, que se hizo cargo de bajos, baterías, guitarras acústicas y eléctricas, mellotron, vibráfono, piano y sintes (su amiga Mary Lattimore aportó arpas en un tema y su pareja Charlie Saufley metió guitarras en otro), Furling es una prueba más de la vigencia de una artista que lleva dos décadas tejiendo una obra que evoca la tradición sin dejar de sumergirse en lo experimental. Surgida de la movida acid folk de comienzos de siglo que tuvo en Devendra Banhart y Joanna Newsom a sus representantes más celebrados, Meg es la heroína silenciosa de esa camada, una talentosa multiinstrumentista que suele correrse del foco para dejar que su música hable por ella a partir de un extenso curriculum en colaboraciones (desde sus comienzos participó en al menos treinta discos de otros artistas) y sin ningún tipo de apuro en lo referente a su obra como solista. Sin embargo, nunca antes se había tomado tanto tiempo para lanzar algo nuevo: su disco anterior, Don’t weigh down the light, data de ocho años atrás. “Ya era hora. De hecho ya venía siendo hora desde hace como tres años”, bromeó en referencia al tiempo que tardó Furling en aparecer. “Venía apilando canciones terminadas a medias y se estaban volviendo una carga. Al final no fue algo especial que me haya inspirado ni nada de eso. Me tomó un tiempo encontrar el foco para figurarme lo que quería y finalmente hacer algo con esas ideas sueltas o dejarlas ir de una buena vez”.
Nacida en 1975 y descendiente del primer músico apalache registrado en un disco, Meg tenía treinta años de edad cuando comenzó a llamar la atención a partir de su trabajo con Espers, un sexteto deudor del folk psicodélico de los sesenta que encontró en ella a su fuerza motora a partir de su voz calma y onírica y su aporte en guitarras eléctricas, acústicas, percusiones o instrumentos medievales de cuerdas. Esa destreza instrumental la llevaría en 2007 a comenzar su extenso recorrido de colaboraciones. Bonnie “Prince” Billy la invitó a participar en todos los temas de su disco Ask forgiveness, y al año siguiente Meg grabó el primero de sus trabajos solistas, Dear companion, un trabajo de folk tradicional en guitarra acústica y voz. Marianne Faithfull y Rufus Wainwright interpretaron a dúo una composición suya en el disco de covers Easy come easy go, y desde entonces participó en grabaciones de Bill Callahan, Kurt Vile, Sharon Van Etten, Kevin Morby o Joan Shelley.
En 2012 creó el dúo The Baird Sisters junto a su hermana Laura, con quien grabó el bellísimo Until you find your green, y en 2015 se embarcó en su proyecto más ruidoso, el supergrupo Heron Oblivion, conformado por integrantes de bandas de la escena neopsicodélica actual como Comets on Fire o Howlin Rain, con Meg en batería y voz principal. En ese prolífico contexto, Furling asomó a comienzos de este año como su trabajo más logrado, una experiencia inmersiva que lleva de la mano a sus oyentes a través una hipnótica condensación de sus obsesiones musicales, a las que sumó una nueva: “El piano fue una elección que me ayudó a terminar de dar forma al disco”, contó. “Crecí tocando un piano que había en casa, explorándolo como en un juego junto con mi hermana y tomando lecciones a las que no prestaba demasiada atención. Con el tiempo me fui dedicando a otros instrumentos, pero siempre me quedó la sensación de ese sonido como la música del hogar”.
En ese sentido, las letras del disco transcurren como una reflexión, por momentos surrealista, por momentos literal, acerca de la vida en pareja y la idea de envejecer junto a alguien. “Temprano una noche, solo pronuncia mi nombre/ y verás que ya no es el mismo”, canta al final de “Cross Bay”, una de las piezas en guitarra acústica y voz del disco. “Hace unos doce años que estamos en pareja con Charlie”, contó recientemente. “Siempre vivimos en departamentos muy chicos y tocamos mucho a nuestra pequeña manera artesanal, que supongo es lo que suele pasar cuando dos músicos viven juntos en un lugar así”. “Eso o se matan”, intervino la entrevistadora. “Bueno…”, río Meg. “En ese sentido sirve respetar el turno del otro cuando no te toca ser DJ”.
Grabado justo antes del comienzo de la cuarentena, Furling estuvo fermentándose a lo largo de tres años por retrasos de producción: “Nunca habría imaginado que algo que grabé a comienzos de 2020 vería la luz tres años después”, señaló. “Fue toda una odisea. Entre que terminamos el disco y el momento en que finalmente salió, la espera se hizo larguísima”. Editado el pasado 27 de enero, las críticas se deshicieron en elogios: “Expansivo hasta en sus momentos más despojados, Furling trajo una nueva dimensión al folk psicodélico de su obra”; “Una intoxicación adictiva que suena definitivamente a ella misma”, escribió la prensa de su país. “Florecer y caer/ es mejor que ser encontrada”, canta ella en “Star Hill Song”, una de las piezas más sencillas y atrapantes del disco. “Mientras lo grababa se sentía como si estuviera armando una épica emocional larguísima, y al final fue escucharlo y decir ‘Ah, son cuarenta minutos nomás’”, rió Meg. “Pero me hace muy feliz que finalmente haya salido. Fue como un círculo que se cerró, y con suerte quienes lo escuchen puedan sentarse y viajar un rato con él”.