Las Ramponi están de vuelta, y en más de un sentido de esa expresión. Myriam Cardozo (Carolina Ferrer) es una joven cantautora folclórica con aires de diva que llega a Buenos Aires a presentar su “compac disc”. Y si bien es el primero, se llama “Grandes éxitos”. Al personaje de Julieta Filipini –Evangeline–, le toca el rol de la auxiliar (algo menos que asistente), recibe al público, convida con vino en jarra, entrega los números para la rifa que ocurrirá en unos minutos y a la salida vende los discos artesanales. A Myriam la acompañan también Las Golondrinas del Monte, primas instrumentistas: Mónica (Fiorella Cominetti) y Norma (Clara Maydana). Myriam tiene corta estatura y no peca de falsa modestia. Ni de la modestia en general. Si deja subir a escena a alguna cantante invitada, enseguida se arrepiente, y a codazos la va corriendo de las tablas. La competencia la agota. Se retira al camarino pero antes le pide a la auxiliar una ginebra con Manaos.
Cada función de Las Ramponi es como asistir a un cumpleaños en un club de barrio. De ningún modo se pide apagar los celulares, es más, se incita pasando la contraseña de la wifi. Los temas de samba, rap y chacarera que van presentando a los personajes y sus historias, se interrumpen para compartir con el público panchos, sánguches de mortadela y el menú vegano (chizitos), y por los intentos de levante de las chicas, que fichan desde el escenario. Entonan coplas sobre el enero tilcareño y aprovechan para arrojar al viento un besito para un intendente de Santiago del Estero. El funcionario, dicen, pagó los pasajes, pero ellas pusieron de la propia riñonera los banderines, los vasos de cotillón, la soda que repartirán entre el público. En este simulacro de peña clase B despliegan una estética que fue bebiendo en estos años de personajes de la bizarrería nacional y latinoamericana: “cuando empezamos a pensar en hacer humor con música, allá por 2011, vimos mucho Chachachá, y tomamos mucho de personajes como La Tigresa del Oriente y Wendy Zulca. Después cada una fue tomando recuerdos de personajes de su infancia, dado que la mayoría de nosotras somos de pueblos, que van desde Chajarí, Entre Ríos, hasta la periferia de Santiago de Chile”, cuenta Fiorella Cominetti. Y sigue: “La idea no era reírse de lo popular, sino tomarlo como excusa para situar a estos personajes. Elegimos ese universo porque es donde nosotras por nuestras historias de vida nos sentimos cómodas. Todas escuchamos y tocamos folclore. De modo espontáneo fue apareciendo este juego con la ingenuidad de los personajes, esa mirada de mundo se fue volviendo luego algo muy consciente. Para quien ve la obra se vuelve claro que el tratamiento no es de burla, muy por el contrario”.
El “chow” de Las Ramponi, entre la performance y la kermese, derrumba la cuarta pared, desafía a los códigos de la representación, las fronteras entre los géneros, pero cierra los números con los espectadores “adentro” porque logra escapar del pedantismo teórico de buena parte del teatro off contemporáneo. Como quien no quiere la cosa Las Ramponi invitan a reírse de la mirada con desdén del “interior”. Y le pasan por arriba a la vez a la corrección y a la delgada línea entre la celebración y la ridiculización de lo popular. ¿Cómo hacen para no tropezar en ese borde? ¿Qué fibra de la porteñidad presionan estas bagualeras kitsch? Es muy probable que entre tanta carcajada a los gritos que Las Ramponi despiertan en el público haya algo de la risa nerviosa que genera sentirse un poco en evidencia frente a la propia miserabilidad. Y, sí, en eso también Las Ramponi pegan la vuelta.
Las Ramponi: Myrian Cardozo y las golondrinas del Monte , Sábados a las 21 en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960.