“Este es un disco de música argentina”, dice Luis Cerávolo apenas comienza la charla con Página/12. “No es una advertencia, es solo una toma de posición”, agrega y sonríe. El baterista, productor y compositor habla de Odisea invisible, el trabajo que lanzó hace un tiempo a través del sello Acqua Records, al frente de un cuarteto que se completa con el pianista Cristian Zárate, con quien comparte los arreglos, Juan Pablo Navarro en contrabajo y Nicolás Enrich en bandoneón. El viernes 3 a las 21 en Hasta Trilce (Maza 177) el Luis Ceravolo 4 presentará los temas del disco, –“y algo más”– con la presencia de la bandoneonista Eva Wolf y la cantante Alejandra Martin como invitadas. El concierto será una suerte de despedida antes de la gira por Europa que el cuarteto emprenderá en abril.

“Decía lo de música argentina porque en el sonido de Odisea invisible está el tango y también el folklore. Y tiene jazz, claro, e improvisación. Aunque diría que en esa mezcla de elementos diversos prevalece el tango. Creo que por la fuerza de los temas. De todos modos, se lo escuche como se lo escuche, es un disco de fusión, que es lo que siempre hice”, explica Ceravolo. “Desde el principio pensé que un tema como “Libertango” –de Astor Piazzolla– tenía que estar. Por un lado por la fuerza y la belleza; y porque también es parte de mi historia”, continua el baterista. Ese pedazo de su historia profesional, que tiene que ver con su participación en el Octeto Electrónico de Piazzolla en 1977, se refleja desde el inicio del disco, con la versión de “Zita”, un momento de la Suite Troileana. “También hay un arreglo de “Cherokee”, un clásico del jazz sobre el que un día estaba jugando y fueron apareciendo cosas que dieron forma a un arreglo con aire de zamba, que sin embargo conserva el aire original”, agrega Cerávolo.

Temas originales como el urbano “Lo que nunca”, de Cristian Zárate y Nicolás Enrich, el aire de zamba “Quillén”, del mismo Cerávolo, y el elegante dinamismo de “La niña del alba”, de Zárate, completan un paisaje que sin ser nuevo suena por primera vez. En esa variedad, “La puñalada”, la transitada milonga de Pintín Castellanos que tantos virtuosos sin carnet utilizaron como pista de carrera, representa uno de los momentos más atractivos del disco. El juego rítmico sobre los contornos melódicos le da un aire nuevo al tema, que en el arreglo que firman Ceravolo, Zárate y Leonardo Sánchez suena más jugado hacia el candombe, con el aire repentista de la improvisación a favor. “Yo metí mano en el arreglo para darle un lugar a la batería. Al tratar de ser original con mi instrumento aparecieron cosas nuevas, que enseguida se incorporaron al tema. Así quedó medio candombeado, con solos de contrabajo y de piano que le dan una respiración distinta”, explica el músico.

Al escuchar a Cerávolo hablar de candombe, enseguida viene a la memoria La Banda, aquel grupo con Rubén Rada, Jorge Navarro, Bernardo Baraj, Ricardo Baraj y Benny Izaguirre, que a principios de los ’80 dijo lo propio sobre las fusiones entre el rock, el jazz y el candombe. “Antes, por el ’73, tuvimos con Rada, Gustavo Bergalli y mi hermano Héctor, entre otros, un grupo que se llamaba SOS (Sonido Original del Sur). Con ellos también grabamos un disco que recién pudimos editar hace pocos años, porque por entonces no había vinilo por la crisis del petróleo. Además porque no era muy comercial que digamos. Pero con SOS tocamos mucho en vivo, teníamos muchos músicos entre nuestro púbico. Es más yo creo que por ese grupo me llamó Astor después”, rememora Ceravolo y en tren de recuerdos agrega: “Después Spinetta me llamó porque venía de tocar con Astor, aunque antes de que armara Invisible ya me había convocado, pero yo estaba con otros proyectos y finalmente no accedí”.

–Le dijiste que no a Spinetta…

–Sí, una estupidez total. Tuve un poco de incertidumbre. En ese momento vino con la propuesta de que teníamos que vivir todos juntos en una quinta fuera de Buenos Aires y eso no me terminaba de convencer, porque yo estaba estudiando. Por suerte tuve una segunda oportunidad, cuando más tarde me vino a ver a un boliche en el que estaba tocando con Santiago Giacobbe. Yo recién volvía de París, de tocar con Astor y ahí me invitó a formar parte de su banda, un poco sobre la onda de la Mahavishnu Orchestra de John McLaughlin. Spinetta estaba al palo con el rollo de la fusión. Estuve dos años y pico, no grabamos, tocábamos una música muy experimental, muy compleja, que de hecho casi no volvió a tocar más. Fue la época previa a Jade, que no integré porque elegí irme con La Banda, que se estaba formando.

Entre Piazzolla, Spinetta y algunos de los grupos más originales que en esta parte del mundo contribuyeron a la idea de fusión que marcó la modernidad musical, entre los ’70 y los ’80 del siglo pasado, la carrera de Cerávolo, que comenzó a los 11 años en la orquesta de su padre, se despliega entre colaboraciones de las más variadas. Nombres como los del guitarrista Jim Hall y el trompetista Arturo Sandoval se combinan con los de Ariel Ramírez, Lalo Schiffrin, Manolo Juárez, Susana Rinaldi, Juan Carlos Baglietto, Machi Rufino, Rubén Rada, Jorge Navarro, Rubén Juárez y Baby López Fürst, como para dar cuenta de la sinuosa riqueza de su recorrido. En la actualidad, además del Cerávolo 4, el baterista es parte del histórico conjunto Anacrusa e integra el grupo de jazz-rock A 18 Minutos, un homenaje al disco más comentado y menos escuchado de Spinetta. De alguna manera, Odisea invisible resume muchas de esas experiencias.

“El gran desafío para mí, al frente de este cuarteto, tenía que ver con qué podía hacer con la batería, cómo podía meterme en los temas sin repetirme, sin molestar, buscado la complicidad de mis compañeros”, confiesa el músico. “No quería hacer lo que ya había hecho, por ejemplo en los temas de Astor, cuando los toqué con él. Eso me gustaba mucho, pero bueno, pasaron cuarenta años y era necesario hacer algo diferente. Con esos y con todos los temas pasó lo mismo. Después de mucho pensar y probar llegué a la conclusión de siempre: había que tocar libre”, concluye Ceravolo.