"Partiste al amanecer/ y cual si solo un día hubieras estado fuera/ te da la bienvenida cada undosa mujer/ esta ribera y la estrella primera" Stefan George
Todo comenzó en la reunión de cine de los viernes, que dábamos con Felipe y Damián. Nené me preguntó si no podía dar un curso de filosofía, sábados a la mañana de por medio. Le respondí que no, que más allá de mis precariedades y mi edad avanzada, había dejado de tener la misma perspectiva sobre esos temas porque los tamizaba con mi concepción de la literatura. “Para colmo, agregué, leo la obra de Platón que me parece una obra literaria extraordinaria”. Con mayor razón retrucó Nené, leamos la obra de Platón, entonces.
Seguramente removió mi convicción de que sin darnos cuenta, somos predominantemente platónicos, fundamentalmente los que hemos trabajado con el lenguaje… además, comenté mi idea de que el cine, con su proyector de luz a nuestras espaldas, proyectando imágenes sobre una pantalla parece una derivación de la alegoría de la Caverna.
Como sea, el hecho es que una vez propuesto, aceptaron y yo decidí poner el título que hace unos años habíamos acordado con Viviana Nardone para dar unas charlas sobre diez filósofos: Las ficciones de la filosofía. A decir verdad, en esos momentos se me presentó la idea de que sería bueno retomar lo que había pergeñado en mi juventud y que me había acompañado toda mi vida.
Nuestra primera reunión trataba acerca de los presocráticos, y yo sugerí retomar la palabra Logos y los diferentes sentidos que le daban: palabra, pensamiento, razón (pensar y ser son los mismo afirmaba Parménides en el fragmento 5 y luego en el fragmento 8, con mayor precisión la percepción y aquello en lo cual acontece son los mismo), pero le dimos predominancia al sentido de contar, no solo con números sino al sentido contar con otro y por consiguiente a reunir y a lo que retrasaba para mí los otros sentidos, (reconozco que con natural imprudencia) ya que logos y légein significan decir, hacer aparecer algo de la escritura, poner junto, reunir frases y letras y para expresar y reafirmar lo dicho, entender en ese punto la primacía de la reunión, lo que aparece ahí. Sin querer complicar mi relato, espero que se sobreentienda que poca distancia había entre la lengua como un sustrato, como un fundamento del ser y para nosotros, para nuestro grupo quiero decir, la implicancia de acercar légein a leer, que era el fundamento que nos convocaba. ¿Olvidábamos por consiguiente el doble aspecto de lo oral y lo escrito? Todo lo contrario, revisábamos el misterio de la iniciación del lenguaje dando por sentado la impronta metafísica que imprimía el hecho de que sólo el hombre aparece dotado de palabra y el correlato que no tardó en aparecer, de atribuir al nombre un carácter mágico. Platón era el nombre indicado para eso, pensamos en el paradigma como elementos en ausencia, todas las palabras de nuestra lengua que poseemos en una especie de no lugar, en virtualidad, extrayendo un término u otro según la oración que queremos declarar acorde a la idea que expresamos. Por supuesto, elegimos un texto, cualquiera de sus escritos, aclarando el esfuerzo de reinventar de esa manera los diálogos para suplir la palabra oral. El acto teatral que los impulsaba y cuyo objetivo es siempre incierto para nosotros, ya que nuestro mundo es significativamente diferente del de los griegos.
Más allá de eso, surgió un texto inicial, tal vez porque lo que nos convocaba era el primado de la ética: La apología. No sólo porque era un texto cuya referencia era un hecho real, el juicio a Sócrates, sino porque el concepto de justicia asediaba a Platón con la necesidad de una verdad para todos, sin excepción. Una idea de Justicia con excepción no es más que un simulacro. Marta, Jorge, Graciela, Carolina y Roberto, fueron los primeros en estar de acuerdo y yo, encantado puesto que reafirmaba mi convicción de que una literatura también implica una ética.
Sábado por medio, quince alrededor de la mesa de mi escritorio leíamos y encarábamos distintas versiones del universo de la idea y el correlato estricto del universo de la relación. Meses más tarde, no sin remordimientos, concluimos La apología y elegimos El Banquete. En un primer momento, se me ocurrió que los personajes de ese diálogo tal vez favorecían una suerte de identificación, incluso de un movimiento que se repetía a través del tiempo, algo así como un retorno de experiencias que son o deberían ser esenciales, y que se activaban a lo largo de los siglos cono una suerte de repetición que signaba nuestra actualidad, puesto que discutíamos no solo la relación: el amante y el amado, lo activo y lo pasivo en nuestra lengua, la predominancia del mito, la intertextualidad que establecía con los grandes temas de la literatura griega y la inspiración que causó en muchos de nuestros libros ejemplares.
Dada mi afección literaria, corroboramos en cuantos textos y filmes insignes se actualizaba el mundo de las ideas, en textos y en filmes que tal vez no existirían si no hubiese Platón planteado su anagógica filosofía. Moby Dick de Melville, Mal de Luna de los Taviani sobre un texto de Pirandello o Vértigo de Alfred Hitchcock eran algunos de ellos. De allí a comprender que leer implica una red de incesante relaciones no había más que un paso. Recordé que en mi juventud había propiciado una serie de encuentros en donde cada uno de mis amigos podía hablar de un tema, el que quisiera, en una cena compartida y después discutirlo y le había puesto un nombre: Ágape. Corría el sesenta y nueve y eran tiempos de gran inquietud intelectual y política. Soñábamos con cambiar el mundo, cuando en realidad, como dice mi amigo Ramón, sólo queríamos ser un poco más felices.
Yo vivía con mi padre en un departamento de la calle Riobamba al 500. El primer Ágape reunió a mis amigos, a Oscar, a Carlos, a Marcelo, a Roberto, Antonio, José, Pepe, Tadeo. Querían que hablara de Nietzsche para inaugurar los encuentros. Pero al segundo encuentro, cuando Roberto habló de Marx y de Freud, éramos setenta personas sentadas en el piso del altillo donde yo habitaba y mi padre se sintió abochornado por no tener suficiente sillas. No hubo manera de atemperarlo. Recuerdo que ese momento, pese a su recriminación y el fastidio que me causaba, yo sentí que mi padre, que era un hombre solitario, no dejaba de indicarme la importancia del otro. Algo que jamás olvidé. Tal vez por eso, cuando nos reunimos ahora evoco esas reuniones que creía olvidadas y en algún momento me surgió, seguramente inspirado por la reunión del Banquete, volver a los Ágapes… Espontáneamente fue aceptado. Una o dos veces en un mes, nos reuníamos para escuchar acerca de un tema desde la Física de los metales, la física cuántica, el juicio a Flaubert, el bobarismo hasta la implicancia de la máquina de Francis Galton y desde luego, muchos temas más… temas actuales que atañen a nuestro país, como los años de plomo, las desapariciones, los asesinatos de los jóvenes militantes como Pampillón, o Bello o Santiago.
Hoy, a medida que me voy desvaneciendo lentamente y mi vida es un reflejo seguramente engañoso de un tiempo irrecuperable, suelo sentir que soy la sombra de un sueño que ni siquiera me pertenece pero, me reanima ese gesto común de reencontrarnos en un ágape, con el pretexto de un tema que no habíamos contemplado. Más allá de sus virtudes, acarrea subyacente la vivencia de que lo importante de la vida es compartir.