Con solo escuchar a su padre declarar que era igualita a su tía fue suficiente para que el drama se despertara en ella como si esas palabras furiosas, dichas por un hombre que comprueba que los hechos pueden repetirse, la hubiera convertido en otra para siempre.

Giovanna quiso conocer entonces a esa mujer que aparecía en las fotos familiares con la cara borrada porque suponía, en su estado adolescente, donde mirarse y compararse con lxs otros es una señal de identidad, que esa mujer debía ser horrible. Sus padres, pertenecientes a la clase intelectual de Nápoles, militantes del partido comunista en los años 90 entendieron ( con esa inteligencia que les da una elegancia mesurada), que prohibir la visita a esa casa de los suburbios de Nápoles no tenía sentido. Era mucho mejor que Giovanna se bajara del auto de su papá y que entrara sola a ese edificio compartido donde las mujeres se depilaban en el patio, donde siempre se limpiaban los pisos con lavandina y donde todxs la miraban con un deseo insospechado, ese deseo roto, por momentos triste, como la antesala de un momento definitivo que va a seguir a Giovanna como un rumor ponzoñoso en los seis capítulos de la serie La vida mentirosa de los adultos (Netflix).

Ese descubrimiento, ese vínculo con su tía que sus padres imaginaron desilusionante, fue para Giovanna la posibilidad de habitar un mundo nuevo: el mundo de los desposeídxs que solo existía en sus lecturas. Lo que aprende de su tía Vittoria, resentida y desafiante, que le ofrece a Giovanna una variedad de secretos familiares con esa felicidad atropellada que propicia la venganza, es a mirar a sus padres de otro modo. 

Si la tía condenada al ostracismo de esa familia acomodada e ilustrada estimula en Giovanna una rebeldía adolescente, la manera virtuosa de expresarla en esta historia dirigida por Edoardo De Angelis es a partir de un cambio en el punto de vista. Giovanna empieza a ver a sus padres como extraños y a leer en su comportamiento la causa de una intriga como si se enfrentara a las escenas de un libro y ella tuviera el rol de buscar una verdad. 

Esta práctica la lleva también a confundir algunos indicios en una reunión entre sus padres y la familia de dos de sus amigas (una pareja de millonarios dueños de una casa en Capri incrustada en el mar y que también son intelectuales de izquierda) que va a terminar de desentrañar su tía a partir una pulsera que le regaló cuando era niña. La información que los personajes se dan unos a otros se convierte en señal de triunfo, en estocada, en el principio de una variedad de calamidades siempre sostenidas en la forma diáfana de la normalidad.

La vida mentirosa de los adultos se cuenta desde un lugar desconcertante porque la línea que la estructura está ligada a la inquietud adolescente. Esa complejidad del personaje de Giovanna a cargo de Giordana Marengo, con esa sutileza propia de las actrices inteligentes que convierten lo intrincado en una forma absolutamente natural, se desparrama en el resto de los seres que va conociendo. Hay un despojo, una manera equívoca de regalar experiencias, de sacrificar momentos placenteros para ir hacia una oscuridad que convierte a Giovanna en un personaje misterioso.

En realidad esta serie basada en una novela de Elena Ferrante se anima a ir hacia los lugares perdidos de la adolescencia, esa matriz existencial que suele estar ausente en los relatos sobre esta etapa de la vida. Aquí Giovanna, Ángela ( su mejor amiga) e Ida, la hermana menor de Ángela, un personaje que podemos imaginar como la versión de una Elena Ferrante púber que se estaba convirtiendo en escritora, son lectoras lúcidas. Ya vieron Il gattopardo, de Luchino Visconti, y tienen una impronta, un estilo para hablar, moverse y vestirse que las hace únicas, atrayentes, furiosas. 

En Giovanna ese pelo corto, la poca importancia que le da al arreglo la vuelve motivo de admiración para las otras jóvenes que se preocupan por estar hermosas. La cámara las acompaña, se desplaza como si las entendiera, se mueve con ellas para volverlas seres cada vez más cautivantes.

Nunca el amor adolescente fue mostrado de una manera tan desoladora y realista, con una nitidez que puede ser incomprensible para quien no se identifique con Giovanna. La chica se acerca a los hombres con la certeza de tener la vida por delante. Ellos son capítulos, momentos cargados de toda relatividad. Giovanna no piensa en ellos únicamente desde el deseo, identifica una estrategia a futuro, un plan donde cada uno tendrá que cumplir una función: ser el pasaje hacia una experiencia que ella tiene que capitalizar para convertirse en quien imagina ser. 

No hay aquí una voluntad utilitaria. Giovanna deja que Ángela tenga un romance con el chico lindo porque desde algún lugar sabe que su amiga va a terminar abandonándolo y prefiere dedicarse solo a un aprendizaje sexual desprovisto de cualquier emoción. Cuando aparece Roberto, ese líder cristiano que funciona como el intelectual que se enfrenta a toda la formación marcada por la influencia de su padre y su madre, esa imagen bella, sensual y hasta un poco prefabricada del joven que encanta a todas las mujeres, la deslumbra, pero Giovanna busca impresionarlo como una adolescente que experimenta su capacidad de seducción recurriendo solo a su inteligencia.

La escena donde ella lo desafía a discutir el Nuevo Testamento tiene esa espectacularidad que se produce a partir del cruce de mentes brillantes y es como una ráfaga quieta que define posiciones en una historia cambiante. El trabajo sobre el espacio parecía preparar cada momento con esa determinación histórica propia de una época que se derrumba. 

Todo ocurre en el marco de un congreso del Partido Comunista al que van los padres de Giovanna, de Ángela y de Ida, pero al que también asiste Vittoria, que es católica y odia el ateísmo de su hermano. Todos confluyen en ese lugar que es filmado de una manera majestuosa. Un bosque donde la discusión política se vuelve mágica. Cantan La Internacional o cualquier tema del repertorio bolchevique y la cámara los arropa, se distancia y los envuelve como si asistiéramos a una ópera. 

Los guionistas de La vida mentirosa de los adultos, Laura Paolucci y Francesco Piccolo, supieron construir una narrativa cinematográfica ligada al lugar de autoras que van conquistando Ida y Giovanna. Las jóvenes empiezan a entender el mundo a partir de su deseo de ser escritoras y ven esa etapa como la preparación hacia su verdadera vida, esa que alguna vez podrán transformar en una novela. Pero la carga intelectual de esta serie se expone de manera concreta, más como un procedimiento que como un tema. Los diálogos son pequeñas contiendas. Cuando los personajes hablan se desafían, se miden en lo que son capaces de reconocer, y hacen de los silencios una fuerza opaca, una música hueca, como si los objetos a su alrededor se rompieran y a ellos no les importara. 

Frente a cada mentira de los adultos, Giovanna se desarma y se inventa de nuevo. Hace lo contrario de lo que quieren que haga y de ese modo construye su biografía como fuga. Si la manera más contundente de abandonar la adolescencia es rechazando el mundo de los padres, sus ideas, sus modos de vida, lo bello de esta serie es que en esa actitud intransigente que Giovanna tiene tanto frente a sus padres como ante su tía, se manifiesta la capacidad para ejecutar lo inesperado como una sinfonía prodigiosa.