Diego Schwartzman atraviesa un presente que está lejos de sus años dorados. La gira sudamericana de polvo de ladrillo, la etapa del calendario en la que los tenistas argentinos suelen sumar la mayor cosecha de puntos para la construcción del ranking, no hizo más que profundizar su incertidumbre.
Córdoba, Buenos Aires, Río de Janeiro y Santiago de Chile. Cuatro presencias con preclasificación, cuatro derrotas. En el primer torneo se presentó como el máximo favorito y el número uno de la Argentina; en el último, tras un cúmulo de puntos que no pudo defender, llegó como el tres del país y está en el límite del top 40, demasiado poco para un ex top 10 que se mantuvo tres temporadas y media como líder nacional y cuatro ininterrumpidas entre los 25 mejores del mundo.
Esta semana se despidió de la capital de Chile luego de perder un partido picante con el local Nicolás Jarry, actual 87º y ex 38º en 2019, un jugador que busca recobrar su verdadero nivel luego de una suspensión por doping. La imagen fue sensiblemente mejor que la que había dejado en las tres paradas anteriores: perdió una batalla de más de tres horas por 6-4, 4-6 y 7-6 (2), pero se fue insultado en un ambiente encendido por tratarse de un duelo entre un argentino y un chileno, con uno de local.
“Fue brutal, sobre todo cuando salí de la cancha. Los que estuvieron ahí... La cantidad de insultos que recibí fue brutal. Era para disfrutar. Está bueno jugar, que te chiflen, que te digan algo, pero cuando salís de la cancha es feo. Me tuvieron que sacar con seis o siete personas de seguridad", dijo Schwartzman, que nunca había perdido con Jarry y que sufrió el clima en una etapa de su carrera signada por las preguntas sin respuesta.
Sólo Schwartzman conoce en profundidad la situación que vive. Perdió 13 de los últimos 14 partidos. Comenzó el año como 25º del mundo y, tras un puñado de fatídicas semanas en contextos favorables como el ladrillo sudamericano, ahora está 38º. Incluso faltó al trascendental cruce de Copa Davis ante Finlandia, cuando todavía era el número uno del país. Entró en un espiral negativo del que cuesta salir, sobre todo para los jugadores que supieron estar bien arriba. Su presente no tiene un correlato con su identidad: siempre fue un jugador inteligente, estudioso y perspicaz para manejar el contexto.
"Es difícil encontrar una explicación al momento. Es una pena. Mi nivel es muy bajo y no logro ser competitivo. Mi nivel es muy bajo y me toca perder partidos que quizá antes los ganaba. Estoy jugando con incertidumbre y no entiendo muy bien por qué. Estoy parado sobre una nube que no sé para dónde va a ir", dijo el Peque, a corazón abierto, luego de perder dos semanas atrás en su debut en el Argentina Open.
Lo que le sucede al ex 8º del mundo es usual en cada rubro de la vida y en cualquier disciplina: se trata del aspecto emocional, muy preponderante en un deporte individual-mental como el tenis. "Son jugadores que, de golpe, pierden el momento de confianza. Les cuesta tener confianza en momentos importantes de los partidos: la tienen y se les va. Esto ocurre en general, pero en los jugadores que han sido buenos se nota mucho más, justamente porque han sido muy buenos mentalmente", reflexionó Pablo Pécora, uno de los psicólogos deportivos más prestigiosos de la Argentina.
La desasodiego por el que pasa Schwartzman en el juego tiene que ver también con el futuro a mediano plazo. Nadie sabe si su ranking actual será su techo en adelante. El Peque se metió entre los cien mejores del mundo cuando nadie lo creía. Después hizo lo mismo con el top 50. Ni hablar cuando se metió en el top 10 y llegó a ser el número ocho del mundo. Rompió todas las barreras y, en el fondo, debe suponer que también podrá enterrar esta dinámica a la baja.
Capacitado en los Estados Unidos con Jim Loehr, quien incorporó la psicología en el tenis antes de la década del 90 y trabajó con leyendas como Navratilova, Lendl, Agassi, Seles o la propia Gabriela Sabatini, Pécora sostiene: "Es lo mismo que pasa en la vida: hay momentos en los que uno pierde cierta frescura y cierta capacidad de disfrute con lo que uno hace, entonces no le encuentra tanto sentido o las situaciones cotidianas del trabajo, como es ser tenista, empiezan a jugar en contra. La salida que hay para estos momentos es realmente volver a construir una carrera desde este nuevo lugar".
El ex psicólogo de Gastón Gaudio, sin embargo, aclaró: "Lo que pasa es que hay que volver a entender los contras de la carrera, trabajar para que no pesen tanto, volver a acomodar los objetivos al día de hoy; y que el jugador esté motivado para ir a buscar todo esto. De lo contrario es el principio del final. Es triste, pero a veces lo que uno tiene que encontrar no lo está encontrando o lo busca en un lugar equivocado. Hay que construir confianza, que es lo que se pierde: el verdadero secreto es cómo lo hacemos y dónde encontramos la motivación. Esas son las respuestas que hay que buscar y que están muy adentro de la persona-jugador".
Muchos jugadores, como es el caso de Nadia Podoroska -se bajó de los torneos venideros en Indian Wells y Miami-, a veces deciden poner un freno y parar la competencia para recuperar "consistencia y concentración a nivel mental". Podría ser una buena estrategia pero tiene dos caras: también es necesario enfrentar la competencia en el momento justo. La única manera de ganar partidos es adentro de la cancha.
"Ya no sé qué me conviene, si competir o tratar de frenar unos días. Llegás al vestuario y decís: 'No estoy encontrando por dónde'. Nunca me pasó y es un desafío", había dicho días atrás Schwartzman, que el año pasado también admitió haber comenzado a ocuparse del aspecto emocional: "Hace un tiempo empecé a trabajar la parte mental por un desgaste normal que uno va teniendo con los años. A veces tiene que ver con despertarse a la mañana con las mismas ganas de hacer las cosas y por un tema de ansiedades que empecé a sufrir con los años. Nunca lo había hecho pero llegó un momento en que necesitaba seguir disfrutando del tenis para que no se volviera simplemente un trabajo". La salida todavía está en sus manos.