El teatro de Mariano Tenconi Blanco no puede pensarse por fuera de la literatura en sus múltiples y variadas formas. El dramaturgo y director ha dejado muy claro –en declaraciones y a través de sus propias creaciones– que el teatro es literatura, y de la más elevada. Quizás el de Shakespeare sea el nombre que mejor ilustra esa sentencia pero podrían mencionarse muchos más. Tenconi concibe sus procesos de escritura como proyectos de lectura, lee para escribir y cada pieza funciona como una constelación de autores, voces e imaginarios de diversas procedencias. Las ciencias naturales, que estrena este viernes en el marco del FIBA y que a partir del sábado hará funciones de jueves a domingos a las 20 en el Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530), no es la excepción.
Esta es la segunda entrega de “La Saga Europea”, tetralogía que se propone explorar la relación entre Latinoamérica y Europa a través de la literatura y que se inició con Las cautivas, estrenada en el Teatro de la Ribera en 2021. En diálogo con Página/12, el autor cuenta que el punto de partida fueron los diarios de viajes (de Humboldt, pero sobre todo de Darwin) y el mito fáustico. “No recuerdo si fue (Ricardo) Piglia quien, con ciertas ganas de desafiar, dijo que el de Darwin era uno de los mejores libros de la literatura argentina. Esa pregunta por la literatura argentina es muy interesante”. Leyendo esos diarios apareció la idea de trabajar con un viajero alemán y establecer un diálogo entre la tradición literaria germana y la local a partir de la figura del Fausto en sus diferentes versiones: la de Marlowe, la de Goethe, la de Thomas Mann y la de Estanislao del Campo. “El Fausto de Del Campo es divertidísimo, está escrito en diálogo: son dos gauchos que se emborrachan, los agarra la tarde y uno le cuenta al otro que vio un montaje de la ópera Fausto en el viejo Teatro Colón. Tiene muchas de las cosas que configuran el programa estético de esta obra: la idea de tomarse un poco en broma y un poco en serio lo que pasa, el trabajo con la ficción y el acto de ponerla en primer plano”.
Además de la aventura que emprende Rudolph Weiss (Agustín Rittano) en su viaje al sur del continente para encontrar las huellas del origen del ser humano, está la aventura formal que el autor encara en cada uno de sus trabajos. Cuando se le pregunta por eso, habla de algo que notó en uno de los últimos ensayos con público. “Me di cuenta de que la obra confía ciegamente en la imaginación, entonces las situaciones que suceden perfectamente podrían ser otras. La acumulación de la trama está dada por el evento festivo, por eso los actores son tan importantes en mis obras. Creo que la aventura de estos dos viajeros (el Dr. Weiss y su secretario español, este dúo quijotesco) se ampara en la virtud de la felicidad que propone cada nuevo episodio. Hay una confianza ciega en la imaginación desenfrenada”.
El hecho teatral se alimenta del cruce de varias disciplinas: dramaturgia, actuación, dirección, música, vestuario, escenografía, diseño lumínico, entre otras. En la producción de Tenconi es tan importante el poder del texto como la contundencia de quienes lo encarnan. “Trabajo muchísimo con la poética de los actores y les doy potestad –explica–. No hay demasiado lugar para la improvisación porque mis textos son difíciles, pero siempre sigo buscando cositas con las que creo que se pueden divertir. Trato de elegir actores afines a mi propia poética porque sé que hay un montón de conversaciones que ya no vamos a tener. A medida que pasan los años, los veo actuar y ellos vienen a ver mis obras entonces ya saben qué es lo que me interesa o qué les voy a pedir. Trato de darles mucha libertad; me gusta que se diviertan, que puedan ir a fondo y que la pasemos bien en los ensayos”.
Sobre el componente autoral de la actuación, agrega: “A veces la gente piensa que para ser un actor creador deben cambiar el texto y para nada, pero sí tienen que tomar decisiones sobre qué hacer con el cuerpo, con la voz, a qué velocidad lo dicen, si lo dicen desde el piso o desde arriba. El actor toma un montón de decisiones artísticas; yo estoy ahí y llevo mis propuestas, pero también soy muy permeable a las de ellos porque no quiero actores encasillados, acartonados o privados de libertad artística. Y si uno quiere que ellos puedan fluir, también debe propiciarlo”.
-En la escena porteña hay una larga tradición de dramaturgos que optan por dirigir sus textos. ¿De qué manera conviven esas dos figuras? ¿Cómo se negocia entre la ambición del autor y la realidad que debe moldear el director a la hora de la puesta?
-Cuando escribo no me pongo muchos límites ni pienso lo que puedo o no puedo hacer, lo que ya hice o no. Pero cuando empiezo a ensayar priorizo la escena. Si hay una que es bárbara pero no le encontramos la vuelta y se tiene que ir, se va. Si hay algo que está largo, por más que sean siete renglones escritos con dedicación durante tres semanas, se van. El autor no ayuda al director y escribe lo que quiere, pero cuando estamos montando el director manda y el autor tiene que resolver problemas para armar un espectáculo contundente. En mis obras corto muchísimo porque también pienso cuánto debería durar un espectáculo. Escribo con total libertad, pero después es necesario entender cómo influye lo material y tomar decisiones para que la cosa esté buena. No se trata de seguir los caprichos del autor.
Tenconi no le teme a los grandes temas. En La vida extraordinaria exploraba el fin del mundo –algo que sin dudas se resignificó después de la pandemia– y en Las ciencias naturales aborda nada menos que el origen de la especie humana. A la vuelta de página siempre están el amor, la amistad, el sexo, la muerte, pero el autor reclama el tratamiento de esos temas desde el terreno de las ficciones. “Creo que está bueno hacerse preguntas desde ahí. Parece que la única forma de tratar un tema importante es desde la autobiografía o la historia, que están buenísimas pero también hay otras y probablemente arrojen otro tipo de respuestas, quizá más libres. Como se dice en la obra, el historiador debe escribir las cosas como fueron pero el poeta tiene la libertad de escribirlas como deberían ser”.
En El concepto de ficción Saer argumentaba: “No se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento de la ‘verdad’, sino justamente para poner en evidencia el carácter complejo de la situación, carácter complejo del que el tratamiento limitado a lo verificable implica una reducción abusiva y un empobrecimiento. Al dar un salto hacia lo inverificable, la ficción multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento. No vuelve la espalda a una supuesta realidad objetiva: muy por el contrario, se sumerge en su turbulencia”. En línea con esa idea, Tenconi concibe la ficción como un instrumento interesante para pensar, aunque a veces siente que se pierde de vista por la supremacía de las redes sociales. “No tengo nada contra ellas pero sí en tanto y en cuanto moldean a las ficciones. El yo aparece como eje de la reflexión, la idea de realidad o fake news, como si no pudiéramos entender ese estadio intermedio que no es ni realidad ni mentira; es verdad el tiempo que dure la obra. La ficción permite dar respuestas y otras miradas a las cosas que nos atraviesan profundamente: la pregunta por el origen, la paternidad, la idea de una masculinidad medio delirada que aparece acá”.
Muchas de sus obras están protagonizadas por mujeres y por eso suele vinculárselo al “universo Puig”. A la hora de explicar ese gusto por escribir personajes femeninos, Tenconi se remite a las voces que tienen mayor presencia en su cabeza: la de su mamá y su abuela. En Las ciencias naturales, sin embargo, el protagonista es un científico alemán y está rodeado de hombres que exhiben una masculinidad estallada como en la escena del concurso fálico. “Lo que me pasa con los personajes masculinos es que me resultan más patéticos, algunos más paródicos y burdos como el de Amapolas que es quien propone ese concurso extravagante y absolutamente machistoide, y otros más patéticos o melancólicos, como si la única forma de mirarlos para mí fuera hacer una comedia delirante y excesiva como esta”, confiesa.
Otro de los elementos fundamentales en sus creaciones es la música: la que compone y casi siempre interpreta en vivo Ian Shifres, pero también la que aparece con fuerza en los ritmos, inflexiones, sonoridades y cadencias de sus textos. En este caso se presentó el desafío de conformar una banda con actores que no son músicos: Gabriela Ditisheim toca el clarinete; Andrea Nussembaum, flauta traversa y guitarra (ambas, además, tocan la batería); Marcos Ferrante y Ariel Pérez de María ejecutan el teclado; Juan Isola, guitarra y batería. “Creo que es uno de los componentes centrales de las obras que hicimos con la compañía y hubo un trabajo fuerte vinculado a la dramaturgia. Fue un desafío que supo resolver Ian junto a los actores, que tienen que switchear la cabeza en cada escena. Por supuesto implicó mucho ensayo desde el día cero y también el arrojo del elenco, que siempre estuvo. Esto forma parte de la búsqueda de la obra para constituirse desde ese desenfreno festivo”, dice.
-La escritura dramática supone siempre un trabajo con la musicalidad del lenguaje, las voces, la oralidad. ¿Cómo pensás tu teatro desde ese lugar?
-Es algo que trabajo mucho y me importa un montón. Hace poco estuvimos con Las cautivas en Chile e hicimos una traducción a cargo de Catherine Boyle, una académica inglesa buenísima. Ella me hizo algunas consultas sobre la traducción y casi siempre mi respuesta a la pregunta de por qué ponía una palabra por encima de otra tenía que ver con la estética musical. En el caso del personaje que interpreta Laura Paredes es obvio porque está escrito en rima, pero el de Lorena Vega también. Y cuando traduzcamos Las ciencias naturales seguramente pasará lo mismo. Estoy muy atento a cómo suena, cómo se escuchan esos textos y cómo van a ser dichos. Soy lector de poesía y me gusta pensar la escritura teatral poéticamente. Uno podría decir que la poesía usa el lenguaje para una cosa que no es su sentido original (el comunicativo) entonces prima el sonido o su sentido gráfico. El teatro tiene algo de eso. Por supuesto debe ser comunicativo porque también hay que desarrollar una trama, construir personajes y generar acciones para que la obra avance, pero me gusta pensar cómo suena la obra.
Buenos Aires y el fenómeno teatral
Cuando se le pregunta por su mirada sobre el teatro porteño, responde con total seguridad: “Yo soy fanático del teatro de Buenos Aires. Tuve la suerte de viajar con mis obras por Latinoamérica y España, y lo que pasa con el teatro acá me parece bastante único en términos de potencia estética, cantidad de artistas que hacen cosas muy buenas y público. En nuestras charlas siempre estamos diciendo que el público no es suficiente o que nos gustaría que siguieran más las propuestas de los artistas que aquellas que quizás tienen un corte más comercial, pero cuando conocés lo que pasa en otros lugares te das cuenta de que es una locura. Acá hay obras que pueden estar cinco, seis, siete años llenando salas. Eso es una maravilla y no sé en cuántos lugares más del mundo ocurre. Tengo una mirada muy positiva de Buenos Aires y cuando estoy lejos de casa esa sensación se intensifica”.
Una década en compañía
Hace diez años se creó la Compañía Teatro Futuro, que integra Tenconi junto a Carolina Castro (productora que pronto se lanzará como dramaturga) e Ian Shifres (músico y compositor). La tríada produjo espectáculos como La fiera (2013), Las lágrimas (2014), Futuro (2015), Todo tendría sentido si no existiera la muerte (2017), Astronautas (2018), La vida extraordinaria (2018) o Las cautivas (2021). “Siempre pensamos qué proyectos queremos hacer y quiénes son las personas o instituciones con las que nos podemos aliar para que eso funcione mejor en términos de financiación pero también de exhibición (por qué una obra tiene que estar en un lugar y no en otro, qué narra, con quién conecta). Siempre le pusimos mucha cabeza a eso, sobre todo Caro que tiene muy buenas ideas. Nos interesa dialogar con un público amplio. En nuestras obras siempre hay una aventura formal (y aparece de una forma bastante nítida) pero, a la vez, la idea de un teatro que se codee con lo popular. Confiamos en un tipo de teatro y queremos que lo vea cada vez más gente. Al mismo tiempo, nos da mucho orgullo estar en salas de calle Corrientes con obras que tienen nuestra estética, nuestra poética y los actores que elegimos, sin ninguna condescendencia para que el público vaya”.
Templo y legado teatral
Tenconi compara la sensación de entrar al San Martín con la de pisar un templo para participar de un rito ancestral. Para explicarlo cita un verso de Héctor Viel Temperley: “vengo de comulgar y estoy en éxtasis”. “Para mí es hermoso trabajar acá; entrar al San Martín es de las cosas que más me gustan en la vida. Empujo la puerta cada día cuando vengo a ensayar, cruzo el hall Alfredo Alcón y siento el valor de hacer una obra de teatro porque forma parte de una tradición. Por supuesto me gusta hacer mi obra y estoy muy entusiasmado con mi elenco y los ensayos, pero somos parte de algo mucho más poderoso que nos precede y que va a seguir existiendo después de nosotros. Ojalá que cuando ya no estemos, otros digan: ‘¿Te acordás de esa obra, Las ciencias naturales? La vi en el San Martín en 2023’. Ojalá podamos lograr eso, como nos pasa hoy con otras obras que vimos antes en este mismo teatro. Las recordamos, hablamos de los actores, todavía tenemos grabado algún gesto y lo queremos repetir para que no se nos vaya. Ser parte de una tradición tan fuerte y tan poderosa como la del teatro argentino para mí no sólo es hermoso sino una causa a defender porque es algo que me trasciende”.
*Las ciencias naturales podrá verse de jueves a domingos a las 20 en el Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530); Las cautivas se presentará sábados y domingos a las 17.30 en el Teatro Metropolitan (Av. Corrientes 1343); y La vida extraordinaria irá sábados a las 22.15 y domingos a las 21 en el Teatro Picadero (Pje. Santos Discépolo 1857).