En los años 90, las riñas callejeras en la esquina de las avenidas Álvarez Thomas y Elcano despistaban al pueblo. Mientras tanto, los new romantics se asomaban con sus raros peinados nuevos, como diría el gran Charly, para observar con curiosidad el evento.

En consonancia, la metáfora de una incipiente vanguardia y una brutal decadencia, me hizo pensar en una de esas familias aristocráticas, que no habían tenido el gusto de entrar a un mercado popular y sentir la fuerza de una verdadera organización social.

En ese clima de insatisfacción, como un hogar de gente sensible que no puede llorar, la diosa se sentía sapo de otro pozo. Es así, que al jardinero de la familia, que le dio vida al mito de la primavera, se le ocurrió regalarle una maceta.

“La hacía un alfarero del Hogar Obrero”, dijo entusiasmado cuando la ofreció, mientras contaba la historia de una de las primeras cooperativas del país. Lo que sucedió es que estaba conmovido por el chisme que flotaba, sobre la desolación de Proserpina, como le decían sus primas envidiosas.

Los celos eran evidentes cuando el amor lograba hacer florecer a la deidad del inframundo. Se dice que los oscuros sentimientos de su familia materna solo se acercaban si ella pasaba malos momentos.

Muy atento a la situación, el parquista que ya tenía años en la casa, vio una fisura y se animó a hablar de ese lugar mágico, donde la emoción popular florecía sin necesidad de abundancias materiales.

“Porque el hogar y la infancia es lo único verdadero. El resto de la vida uno se la pasa buscando esa verdad”, dijo el cuidador del galpón abandonado. Quizás Perséfone intenta florecer en la memoria del Hogar Obrero como una forma de acercar el mito a la realidad del pueblo.

Allí, el anticonsumo exitista como cultura, la podía salvar de su llanto desconsolado, en ese periodo de melancolía donde fue raptada por su enamorado Plutón.

Mientras tanto, su familia estaba obsesionada por una preocupación; la suba de peso por la ingesta compulsiva de un menjunje de pasas de uva, maní, almendras y avellanas. Esos frutos secos eran la síntesis perfecta de la ausencia de flores de la diosa.

Una mañana se levantó como una post resurrección de un pescado rabioso. Entonces logró liberar su intuición y disfrutar cosechando polen para su maceta.

El desconcierto de su actitud llegó a todos los integrantes de la familia pero lo más llamativo es lo que despierta Proserpina en el parque alado.

Las estatuas de jardín se revelan en su quietud, y exclaman la frase “no nos bancamos mas a los runner”. Según las piezas de cemento, los fanáticos de la actividad física se creen superiores y humillan la imposibilidad de moverse.

Allí, nuevamente el jardinero le muestra a su aliada un viejo folleto de una pesa de fundición del Hogar Obrero, para el gimnasio doméstico.

Perséfone cae desvanecida y se derrite frente al trabajador, por lo simple y cálido de su solución.

La conexión de la diosa y el cliente del mercado popular es un floreciente jardín natural. Es así, que ella pide ir a Caballito, donde funciona una de las sucursales más grandes de la cadena. Será porque se dio cuenta que el Hogar Obrero es puro sentimiento: “Y aprendí mucho más del conocimiento de mis emociones que de la literatura que me construyó”; exclamó en su interior la hija de Zeus, que buscaba ser una niña en una casa trabajadora.