Un horrible periodista político solía citar a Discépolo diciendo que a este país había que sacarlo de gira. No sé si realmente Discépolo lo dijo, y hace demasiado calor para ir a chequear algo tan viejo y peregrino. Pero la idea es buenísima y creo que habría que ponerla en práctica ya.
El periodista, cuyo nombre comenzaba con Bernardo y terminaba con Neustadt, lo citaba como si la función de Argentina fuera demostrarle al mundo lo que no deben ser. Que, en tanto somos lo peor de lo peor, al salir de gira el mundo se escandalizaría y podría encontrar su propio rumbo simplemente tratando de no parecerse a nosotros.
La verdad (y con esto no bromeo, o bromeo pero lo digo en serio) es que Argentina es un país único. Único en lo bueno. En lo malo, alternamos con otros países en sus repetidos y a veces patéticos errores o taras. Y cuando digo bueno, no me refiero al fútbol. Eso sería demasiado obvio. Me refiero a un país que tiene papa propio, que le enchufamos una reina en un país con un pasado colonial de lo peorcito de la historia, y que además inventó el Fernet con coca.
Y el fútbol, claro que sí. Pero casi no vale la pena detenerse en eso porque está en todas las tapas de los diarios del mundo. Mejores en esto, mejores en aquello, mejores en esto último. Ufff… un afano. Hasta el Tula, que a muchos gorilas se les debe presentar como fantasma en sus sueños, se tuvo que subir al escenario a recibir el The Best en representación nuestra.
Vamos a mi idea de salir de gira. Hay que hacer como esos eventos multiestelares, circos y grupos de acróbatas que tienen más de una delegación y facturan simultáneamente. Cuando uno se está presentando en Buenos Aires, el otro lo hace en Pekín y así. Es la solución a todos nuestros problemas financieros. Traeríamos los dólares con la pala. Qué digo con la pala, con barcos petroleros.
Imaginen lo que los gringos (es decir la pobre gente que no es argenta) pagarían para ver un retoño del árbol que estaba frente a la ventana donde nació Messi. Para que le enseñemos a caminar de “pecho inflado” (diría La guardia hereje) como el Diego. Podríamos pedirle trajes en desuso al papa y a Máxima, y alquilarlos para que la gente se disfrace y juegue a bendecir una plaza o a decir bobadas reales.
Venderíamos millones y millones de choripanes. La oferta de choripán y Fernet con coca se pagaría solamente con bonos de esos que si no tendríamos que ir luego a comprarle a los buitres. Y a eso habría que agregarle las estampitas, medias, camisetas, gorras y calzoncillos con las caras de Diego, Messi, del papa, de Máxima, de Fangio, de Vilas, de Charly ¡y del Tula!
Y si no resolvemos el tema económico, al menos enfermaremos del hígado a los que juegan a que este es el peor país del mundo porque (¡uhhh…!, qué miedo) tiene recurrentes crisis económicas e inflación. Se olvidan, o hacen que se olvidan, que nunca invadimos a otro país, que no inventamos ni el fascismo ni el estalinismo, y que si los copiamos fue porque se suponía que parecerse a los países “adelantados” era lo que correspondía.
Esta idea mía es infinita. Se podría vender el derecho a tener un hijo acá con el cuento de que así existen 33,33333 por ciento de posibilidades de que juegue como Messi o el Diego. En los peores momentos inflacionarios venderíamos turismo de aventura. Traeríamos aburguesados europeos a los que les daríamos un par de billetes que se irían volviendo transparentes a cada minuto, una Sube con dos pasajes de colectivo, y los largamos por ahí. El desafío es llegar al Obelisco o al Monumento a la Bandera. Vivo, por supuesto…
Así como en el siglo XVII la iglesia vendía indulgencias para juntar plata y hacer la catedral de San Pedro, podríamos vender ciudadanías temporales para sentir por unos días la adrenalina de lo que es ser gaucho. El pasaporte vendría con una foto del comprador subido a caballo virtual y con un montaje de fotos con asados. Eso solo ya vale una fortuna.
Incluso podríamos hacer una competencia de ladrones. Los nuestros versus los de ellos. Por ejemplo, MMLPQTP (encadenado como en una película de Sing Sing) de un lado y Bernie Madoff (en formato inmersivo porque ya es caput) del otro. Y una parodia de circo con los ladrones reales del Banco Río de este lado, y los de mentirita de La casa de papel por el otro. Así, y de paso, les ponemos a nuestras mejores chicas a hacer de Tokio y a ver quién gana. Adivinen…
Y entonces sí, quizá le regalemos al mundo el divino derecho de ser invadidos por Argentina. Una invasión pacífica se entiende. Con canciones de Charly de fondo y todos caminando como si bailáramos tango. De remate, un brindis de Fernet con coca entre los invasores y los agradecidos invadidos, al grito de algún sapucay. Agradecidos de ser considerados con derecho a ser invadidos por nosotros, se entiende.
Y ahí declararíamos el Fernet con coca como Patrimonio de la Humanidad. Si no los conquistamos con la carne ni con el fútbol, en eso no fallamos. Ya está, más ideas no les puedo dar. Ahora pónganse a trabajar, argentinos manga de vagos…