La tarde del 4 de marzo de 1973, Huracán jugó la primera fecha del Torneo Metropolitano frente a Argentinos Juniors. Fue triunfo por 6 a 1 para los de Parque Patricios y en esa presentación se empezó a ver que el equipo que dirigía Cesar Luis Menotti hablaba otro idioma futbolístico. Pero ese día el deleite no solamente fue ver a Alfio Basile, Jorge Carrascosa, Miguel Brindisi, Francisco Russo, Carlos Babington, Roque Avallay y Omar Larrosa, en ese partido también hizo su debut en la primera división René Orlando Houseman, conocido como “El loco” o “Hueso” por su delgada fisonomía.

Pasaron 50 años –este sábado 4 de marzo se conmemoran– de aquel partido. El Loco, el 7, el delantero que enganchaba y parecía que no tenía meniscos, no hizo goles en su estreno en Primera División. Tuvo que esperar a la siguiente fecha para inflar la red. Fue en Rosario ante Newell's. Menotti quedó asombrado al verlo jugar y fue quien lo acompañó durante su trayectoria profesional. “Mi padre futbolístico”, dijo el propio Houseman en varias entrevistas.

Antes de vestir la camiseta del Globo, sus jugadas sobresalieron en el fútbol de ascenso y le obsequió sus acrobacias a Defensores de Belgrano. Club con el que salió campeón en la C y en el que terminó siendo “persona no grata” –reveló en las 100 preguntas de El Gráfico– por su confeso amor a Excursionistas. “No sabés el problema que me hago, ufff... no duermo”. El Loco se crio en el Bajo Belgrano, a una cuadra de la cancha del equipo que luce los colores verde y blanco. Su vida consistió en ser “libre” y hacer lo que más le gustaba: jugar al fútbol y estar con amigos.

Jugó muchísimos partidos por plata en el barrio y convivió con la adicción a la bebida. Pero su vida ajena a las prácticas saludables que debe llevar un deportista nunca fueron un escollo para desempeñarse de manera profesional. Según cuentan los libros y la historia, en el ‘77 le hizo un gol borracho a Ubaldo Matildo Fillol en un partido frente a River en cancha de Huracán.

“Me escapé a un cumpleaños y me agarré una mamúa para ocho… A la mañana me acordé de que jugábamos contra River y volví. Seguía medio borracho. Cuando se dieron cuenta los muchachos, me ducharon mil veces, me dieron café, uno tras otro…Delém era el técnico. Me puso igual. Y, encima, le hice un gol a Pato”, revivió el mismo Houseman, en esa asidua costumbre de escaparse de las concentraciones. Así lo rescata Ricardo Gotta en su libro Los Siete Locos del fútbol.

Balada para un loco

Houseman se consagró como el jugador que dejó reservado su lugar en la mitología de las hazañas y las aventuras. El pibe que creció en las entrañas de un barrio proletario que se aglomeraba en ocho manzanas, entre las calles Blanco Encalada, Dragones, Mendoza y Cazadores, arrasado en la última dictadura militar por el “Plan de erradicación de villas”, con el fin de mostrar “otra imagen de país” antes de que se comenzara a disputar el Mundial ’78. “Muchas personas critican a la gente de la villa; para mí, es un orgullo. Siempre voy a ser villero. Y lo digo sin drama: soy villero a muerte”, le dijo a El Grafico en el año 2002.

El Loco les dio carácter internacional a esas extraordinarias jugadas en el potrero, en las que dejaba todo por unos cuantos pesos. Primero lo hizo en su participación en el Mundial ’74 en Alemania Occidental y luego en lo que fue la coronación del ’78 en suelo local ante la mirada de Jorge Rafael Videla, a quien definiría como “una mancha negra para el gobierno”.

Sus piruetas en la cancha se volvieron debilidad de varios clubes y consiguió algunos breves pasos por River, Colo-Colo de Chile, Independiente y hasta llegó a jugar en el fútbol sudafricano. Pero el telón bajaría en 1985, a sus 31 años. Se despidió con la camiseta de su querido Excursionistas, en un partido intrascendente en el que las piernas dejaron de responderle. Jugó solo media hora y nunca más volvió. Alcohol y cigarrillos en años ininterrumpidos fueron sus mejores marcadores. Contra esos no pudo.

“Después de Maradona, es lo mejor que vi”, dijo Carlos Babington, su compañero de aquel equipo del ’73 que le dio la primera alegría en el terreno profesional a Huracán. En ese equipo, Houseman empezó a escribir sus páginas de ídolo terrenal y selló un amor fraternal con la comunidad de Parque Patricios. En el estadio Tomás Adolfo Ducó su huella no solo quedó grabada en ese césped que lo vio hacer goles increíbles, también se observa en la platea que dejó de llamarse Miravé para bautizarla con el nombre del wing al que la canción "Sobre la hora" de Beto Asurey lo describe así: Las medias tan caídas/ desnudan los tobillos / El tiempo es un cuchillo/ que se afila en segundos/ pero antes que la marca/ vuelva a ponerle grillos/ él ya midió en el arco/ el hueco más profundo.