Volveré y seré película. A diez años de su muerte, la figura del Negro Roberto Fontanarrosa reapareció en la memoria colectiva, reencarnada en el cuerpo de los artículos y números especiales que los suplementos de cultura y las revistas le han dedicado. Con justicia, ahí se lo recuerda o bien como uno de los más grandes historietistas y humoristas gráficos de la rica historia de esos géneros en la Argentina, o se vuelve a reclamar por su un lugar dentro del panteón literario, espacio al que las miradas académicas o críticas le tienen prohibida la entrada. Pero parafraseando aquel enunciado de la liturgia peronista, Fontanarrosa también ha vuelto en el cine, a través de una serie de relatos adaptados al formato del cortometraje que, reunidos bajo el título de Fontanarrosa, lo que se dice un ídolo, le dan forma a una película colectiva.
La película incluye cinco historias basadas en algunos de los cuentos del rosarino, en las que sendos directores se atreven al desafío de transportar a la pantalla su mística narrativa. El resultado final, como suele ocurrir en esta clase de reuniones, es desparejo, con algunos de los cortos acercándose más que otros al objetivo. Vale aclarar que el cuento que da título a la película (“Lo que se dice un ídolo”, del libro de 1983 El mundo ha vivido equivocado) no se encuentra entre los adaptados. En cambio la nómina incluye a “Sueño de barrio”, dirigido por Néstor Zapata; “Vidas privadas”, por Gustavo Postiglione; “Elige tu propia aventura”, por Hugo Grosso; “El asombrado”, por Héctor Molina, y “No sé si he sido claro”, de Juan Pablo Buscarini. Además de tres piezas animadas en las que Pablo Rodríguez Jáuregui, conocido animador rosarino, le da vida a tres episodios de Semblanzas deportivas, clásica serie de historieta que parodiando el tono nostálgico de cierto periodismo deportivo rescataba las historias absurdas de deportistas olvidados.
Una de las claves del éxito en este tipo de adaptaciones resulta de hallar la forma de convertir en acción los recursos literarios. A partir de ello, los trabajos que consiguen distanciarse más de dicho tono acaban siendo los más logrados cinematográficamente. Debe destacarse en primer lugar la versión de “El asombrado”, logrando poner realmente en escena la vida de ese hombre que no proyecta sombra, interpretado por Darío Grandinetti. Más o menos en el mismo nivel están “Vidas privadas”, donde un par de personajes teatrales se le van literalmente de las manos a su autor y a los actores, con buenos trabajos de Gastón Pauls, Julieta Cardinali y Jean Pierre Noher; y “No sé si he sido claro”, en el que Dady Brieva cuenta frente a un juez la historia trágica del pibe con el pito más largo del pueblo. Más lejos queda “Sueño de barrio”, cuyo tono costumbrista lo deja más cerca del sketch televisivo que del cine, siendo “Elige tu propia aventura” el que peor suerte le toca. Ahí el paso de un lenguaje a otro se convierte en un problema irresoluble que se corporiza en la voz en off omnipresente que lidera el relato, marcando su dependencia de la letra escrita.