Desde lejos y a través del bochorno del calor, solo se ve una línea de casas de chapa con maderas clavadas a la mala, unas medianeras de cartón, algún carrito y cuatro perros callejeros. Y como toda visión lejana, se aclara llegando. La línea de casas es un muladar donde los niños y los perros se disputan los espacios entre la basura y el agua muerta del arroyo que corre aceitoso y casi estancado bordeando el asentamiento.
Trescientos metros antes se está levantando un barrio de verdad, con casas, calles y servicios. Se ve un hormiguero de obreros construyendo las primeras trescientas casas, armando lozas, levantando paredes, recibiendo y ordenando ladrillos, fierros y cemento para la primera etapa del barrio que aun disputa el nombre entre Barrio Kennedy y Barrio Islas Malvinas, donde serán reubicados los pobladores del asentamiento. Lejos del arroyo que infecta a los chicos y donde el vapor que huele a mierda y amoniaco pudre el aire que allí se respira.
“El barrio fue construido durante el gobierno de Scioli, y estaba listo para ser entregado, pero cuando asumió Vidal se impidió la entrega. Y estaban listas las casas, y éramos ocho guardias de seguridad para cuidarlo hasta que se adjudiquen, pero también nos sacaron. Entonces la gente entró a robarse todo porque quedó abandonado. Primero los inodoros, después las chapas, los machimbres y por ultimo las paredes para usar los escombros y los fierros, las ventanas, todo. Un crimen.” El que habla es Eduardo, ex guardia de seguridad del ex barrio, que actualmente es la imagen de una escena de destrucción con pastizales de dos metros y arboles creciendo adentro de las ruinas, a una cuadra de las nuevas construcciones.
Organizando el campo
En la nueva construcción hay mucha gente trabajando, armando bases, calculando los encadenados de cemento, doblando y cortando fierros para las columnas y martillando encofrados. Algunas casas ya van por las paredes.
“La obra avanza rápido y bien”, dice el ingeniero Leandro Tactagi, director de la obra, mientras caminamos entre los obreros que hacen pastones y apilan ladrillos y que están por parar un ratito para armar un tereré a la sombra de treinta y cuatro grados con alerta amarilla porque “ahora nos morimos de calor, después por suerte va a llegar el invierno y nos vamos a cagar de frio, pero la meta está puesta en entregar en octubre. Para eso trabajamos”.
Leandro anda entre la gente y los materiales con el vigor de un general en un teatro de operaciones. Organiza la obra, da directivas, revisa. Habla y se entusiasma: “Estas casas tienen cosas que quizá vos no tengas en la tuya. Las paredes son de ladrillos DM 20, termoeficientes, que es como tener doble muro térmico, las ventanas tienen también vidrio doble, que es aislante, los sanitarios y las griferías son de primera marca. Y tienen entre ochenta y ciento veinte metros cuadrados. La gente tiene que vivir bien y nuestro trabajo es ejecutar la idea del gobierno con excelencia y en el menor plazo posible”. Lo dice mientras evita el sudor que intenta meterse en su ojo derecho producto del casco de fibra obligatorio, que a diferencia del ladrillo y las ventanas, parece hecho para concentrar todo el calor del mundo en la cabeza.
La relación con la gente del asentamiento (que todos llaman “barrio”) no fue fácil: primero había que evitar que sacaran material de la obra explicando que las casas eran para ellos: “se hicieron reuniones con el barrio porque eso no se resuelve de manera policial. Hay que hablar, explicarles a las familias que esas son sus casas. Funcionó y desde entonces aquí no falta ni un clavo y además se suma que varios de los que viven en el barrio, hoy son empleados de la obra con todas las de la ley. O sea, están, además de con un trabajo estable, construyendo su propia casa y la de sus vecinos. Tenían pedidos y también los cubrimos; abrirles una calle, mejorar la circulación para que pueda entrar una ambulancia o un patrullero si hay problemas. La relación no fue fácil, pero la armamos con tiempo y trabajo, porque finalmente a esta gente ya la cagaron no entregándole las casas que estaban listas y vos sos recién llegado a decirles de nuevo que estas serán sus casas”.
Desde adentro
Fabián es uno de los obreros de esa construcción. Vive en el barrio. Comenzó como albañil y hoy es pañolero. Los conoce a todos y afianza la relación entre la tropa y las direcciones. Es un hombre de trato suave, razonamiento firme y una convicción producto de vivir ahí: “Acá pasa de todo. Por ejemplo, los vecinos que viven al otro lado (un barrio lindero a la construcción) se dividen en tres: los que festejan porque van a levantar la villa y tendrán enfrente un barrio como el de ellos, los que dicen que ellos también tienen derecho a tener una casa nueva una aquí, y los que aprovechan que el gobierno está haciendo esto para pedir mas asfalto y servicio de gas. Y está bien, pero lo más difícil es explicarles a los segundos, que ellos ya tienen una casa y que éstas son para lo que viven entre dos chapas pegados a la cloaca esa. Cuesta que entiendan, después se verá qué se hace, pero lo primero es sacar a la gente del asentamiento y darles un lugar digno y sano donde vivir con sus hijos. Es duro, vas y ves a los chiquitos con manchas en la piel, con las manitos escamadas que sabés que son enfermedades. Tengo dos hijos y desde adentro sé lo que son las cosas”.
Hay que saber cómo están
Todas estas familias carecen de todo. O de casi todo. Miran, una vez más, cómo se vuelve a levantar otro barrio frente a sus expectativas. Guadalupe Atienza Rela es la directora de Salvaguardas Ambientales y Sociales del Ministerio de Habitat. Es una mujer muy joven y de mucha experiencia en su quehacer: realizar y dirigir el grupo que hace el censo de población del barrio, que es una tarea especialmente ruda que requiere sensibilidad, eficiencia y carácter. Tiene que volver a entrar al barrio, repreguntar cosas que ya otros preguntaron antes, remar contra las miradas de descrédito algunas veces y ansiedades de esperanzas eternas, otras. Y ahí no hay derecho a rendirse, porque de esas planillas depende qué tipo de casa se le dará a cada familia asentada porque “primero son sujetos de derechos, y así los identificamos, con un diagnostico que surge de la interacción, sorteando asuntos como que ya estuvieron a punto de tener una casa y se les fue sin entender el por qué. Eso creó momentos dramáticos y de esos momentos se desprende ahora la desconfianza como sistema de defensa que debemos sortear volviendo a hablar. Es la tarea”. Guadalupe lo dice de corrido mientras revisa planillas que muestra como ejemplo de que es importante ese nuevo diagnostico porque hay cosas que cambiaron en las familias. Sabe de lo que habla, lleva más de diez años en esta tarea que conoce. Ya vio antes los pies en el barro, la intemperie disfrazada con cartones, los cuartos de chapa con siete colchones viejos y un trapo por puerta, las miradas torvas y los gestos ilusionados. Ahora repasando los datos del asentamiento mueve apenas la cabeza de izquierda a derecha y algo le cruza una mirada anterior por los ojos y baja el tono y el ritmo, “hay que mantener una distancia profesional, pero te parte ver la destrucción, esa escena casi de guerra de lo que fueron las casas que estaban listas y no les entregaron y dejaron a esta gente viviendo así, así como viste. Los ves, les hablas y es eso, el sueño concretado que se les fue como arena entre los dedos, y haces lo mejor que podes, decir la verdad, esperar que te crean, contarles cómo va a ser, mostrarles que ya se está construyendo, que igual lo ven, como lo vieron antes, pero que todavía falta. Les ves lo ojos, les ves el “ojalá”. Llenas las planillas con las necesidades y trabajas para que esta vez, si, sea.
Ahora Guadalupe respira y retoma las planillas: “pero para eso, y mientras se construye, tenemos que saber exactamente cómo están”.
Estando se entiende mejor
“Estuve allí, claro que estuve. Antes. Axel también estuvo. Recorrimos, hablamos con la gente, vimos cómo habían dejado todo y vimos en qué condiciones viven. Y no solo en el barrio Kennedy, también en otros de iguales características y la decisión de reconstruir se tomó en el momento. En realidad no es reconstruir; hay que construir de nuevo porque de lo anterior no quedó nada.” El que habla es Agustín Simone, ministro de Hábitat y Desarrollo Urbano de la Provincia de Buenos Aires, un hombre joven y algo desgarbado que ordena las ideas con urgencia y acomoda los papeles que respaldan lo que dice, mientras se acomoda la montura de los anteojos: “Hay que sacar a esa gente de ahí porque no son lugares aptos para vivir, y la forma es darles casas y no ya con el concepto antiguo de viviendas sociales, sino casas de buena calidad. La gente tiene derecho a vivir bien y de eso se trata”.
Cuando asumió como ministro, tenía la idea de construir diez mil viviendas porque “vi, recorro, conozco, las necesidades son enormes”. Hoy tiene doce mil en ejecución “y eso que rearmar el ministerio nos llevó un año, y no fue fácil, fue un tiempo de mucha exigencia porque rehacer cuesta mucho trabajo y lleva mucha energía. Por momentos me sentía culpable de meterle tanta presión al equipo, pero fue la única forma de poder comenzar a funcionar porque había barrios enteros esperando: Guernica, después de la toma esa tan publicada, La Matanza, Quilmes, Berazategui…allí no solo estaban pegados al arroyo, sino que además vivían debajo de la línea de alta tensión. Una calamidad completa, y como esos tantos otros”.
Agustín arrancó en la militancia en la facultad, como muchos y se alejó en el año 2001, como tantos otros, y al igual que varios, volvió cuando Nestor Kirchner asumió la presidencia porque “algo me picó, algo nos picó a varios y el 2003 militaba ayudando a los trabajadores que recuperaban empresas. Era puro laburo militante, ayudar a armar cooperativas, proyectos, ver el suministro de materias primas, correr con ellos, calcularles los costos para que las empresas fueran rentables” y de tanto buscar desde donde militar, en el campo “revalidó” su titulo de licenciado en administración de empresas, mientras aprendía el oficio de ser ejecutivo de gobierno: “gobernar, hacer, decidir qué y cómo, es un oficio, pero conlleva la enorme responsabilidad del cargo. Tenés que sentir las dos cosas. Y ejercerlas. Cuando militás, reclamás todo y está bien que así sea, cuando sos gobierno tenés que acordarte y cumplir”.
Desde el 2011 trabaja con el gobernador Axel Kicillof, con quien militó desde casi siempre y que lo puso entre otros cargos como ministro de Infraestructura, pero “Infraestructura es buen lugar, se hacen cosas útiles e importantes, pero Vivienda es otra cosa, es el cuerpo a cuerpo en los barrios, ves las necesidades, trabajás para mejorar lo cotidiano, miras, escuchas, entendés mejor estando. Así supimos lo de este barrio, y así se tomó la decisión, ahí, militando el trabajo con la gente. Para eso estás, para eso te nombran. Si te subís al pony no ves y no sirve. Hay que salir, moverse, ver y saber. Y eso siempre es con la gente”.