Desde Tesalónica

La 25 edición del Thessaloniki International Documentary Film Festival estaba llamada a ser una fiesta –un cuarto de siglo es la eternidad y un día para una muestra sostenida con fondos públicos en un país tan inestable económicamente como Grecia- pero el terrible accidente ferroviario sucedido en la medianoche del martes pasado, a poco más de 100 kilómetros de la ciudad, que dejó un saldo de 57 muertos y un centenar de heridos, enlutó a todo el país, atravesado por tres días de duelo nacional.

De hecho, el tren de pasajeros que chocó –en una misma vía- con un convoy de carga que rodaba en sentido contrario, se dirigía justamente hacia Tesalónica, repleto de estudiantes universitarios que regresaban a la ciudad luego de los últimos feriados de carnaval. Las manifestaciones estudiantiles contra el gobierno de derecha del primer ministro Kyriakos Mitsotakis (al que acusan de desfinanciar al transporte público) se hicieron sentir en las principales ciudades, incluida Tesalónica, donde están internados gran parte de los sobrevivientes de la tragedia.

El festival, que el jueves pasado canceló su gala de apertura y todos los conciertos musicales asociados, decidió sin embargo seguir adelante, considerando que esta es su primera edición en forma completamente presencial luego de la pandemia, aunque la población local también tiene la oportunidad de ver algunas películas de manera online, un signo de que la virtualidad (como sucede también con el Bafici porteño) ha llegado para quedarse.

Ese paisaje en la niebla que inmortalizó el cine de Theo Angelopoulos, una característica de la ciudad, recostada sobre el Mar Egeo, parece sumarse al duelo, pero no desanima al público, que colma la mayoría de las proyecciones en el Olympion –el elegante cine de cabecera del festival, ubicado sobre la plaza Aristóteles- y de las varias salas del puerto, reconvertido en parte en centro cultural, y que llevan los nombres de pioneros del cine independiente griego y también internacional, como Stavros Tornes y John Cassavetes.

Y oferta no falta. El TIDFF, que se extenderá hasta el domingo 12, logró reunir este año 237 films entre cortos y largometrajes, 99 de los cuales son en estreno mundial, internacional o europeo. Entre ellos hay presencia argentina: El filo de las tijeras, de David Marcial Valverdi, concursa en Film Forward Competition, una de las cuatro secciones competitivas del festival, mientras que El castillo, de Martín Benchimol -que acaba de estrenarse en la Berlinale- y la coproducción con España El káiser de la Atlántida, de Sebastián Alfie, están en la sección Open Horizons. A su vez, Confusion/Diffusion se presenta fuera de concurso como una coproducción greco-alemana, pero no hay que olvidar que su correalizadora, Jeanine Meerapfel (junto a Floros Floridis), es argentina, aunque largamente radicada en Alemania, donde preside la Academia de las Artes de Berlín. 

Como no podía ser de otra manera, el cine griego es protagonista absoluto del festival, con 60 producciones de origen local, participando en todas las secciones. También en las retrospectivas, que incluyen una importante selección de títulos históricos dedicados al documental de observación, y una muestra monográfica titulada “Adio kerida: From Thessaloniki to Auschwitz - 80 years”, que viene a recordar la partida hacia los campos de exterminio del primer tren de deportados judíos tesalonicenses, de origen sefaradí, que hasta el 15 de marzo de 1943 habían formado parte esencial de una ciudad de la que luego fueron brutalmente desaparecidos.

Shoah

Ya habrá oportunidad de volver sobre esta retrospectiva, que incluye tanto films justamente famosos (empezando por el monumental Shoah, de Claude Lanzmann) hasta títulos casi desconocidos, que hablan de una cultura que –a pesar de olvidos y silencios- se resiste a desaparecer de la ciudad. Mientras tanto, conviene mencionar a un documental griego que no forma parte de este programa, pero que tuvo una proyección especial en el TIDFF y que también habla de duelos, olvidos y desapariciones. Se trata de Mourning Rock (La piedra de luto), de Filippos Koutsaftis, sobre Elefsina, una pequeña ciudad industrial a 20 kilómetros al oeste de Atenas.

Realizada en el año 2000, la película de Koutsaftis cobra ahora una nueva relevancia porque Elefsina (antiguamente llamada Eleusis) acaba de ser nombrada Capital de la cultura europea 2023. Y lo que recuerda ahora el film, entre tanta pompa y circunstancia, es la destrucción que sufrió esa ciudad atávicamente vinculada al mito favorito de los antiguos griegos, el mito de Deméter, diosa madre de la agricultura y la fecundidad de la tierra. Aquí fue donde, según el mito, se cultivaron por primera vez los primeros granos. Y aquí fue donde a mediados del siglo XX se desarrollaron las industrias más grandes de Grecia, con consecuencias desastrosas para la región y el santuario: contaminación del aire y la tierra y pérdidas de tumbas y objetos sagrados.

Lo que milagrosamente consigue el director Koutsaftis es encontrar en los rostros de los jóvenes de hoy –por ejemplo, en los de aquellos que trabajan en una hamburguesería levantada sobre un santuario- los rasgos de ese pasado mítico, que sobreviven en los restos de algún adorno o vasija que los propios habitantes de Elefsina, en un permanente acto de amor, lograron rescatar de las garras del tiempo, la indiferencia y la codicia.