La integración del hombre y la naturaleza no es nueva, sino que tiene más de 10.000 años de historia en Catamarca. Esta historia solo dejó testimonios escritos desde el s. XVI, con la llegada del conquistador europeo, pero en su mayor parte permanece enterrada bajo las arenas, suelos y rocas del territorio catamarqueño. “Una historia oculta, misteriosa y apasionante que merece y debe ser rescatada. Ese es el trabajo de la arqueología: rescatar, interpretar y ayudar a conservar ese patrimonio cultural del pasado para las actuales y futuras generaciones”, explica el arqueólogo y docente e investigador Fernando Morales a Catamarca/12.

Estudiar el pasado, la historia desde los cimientos “no se trata solamente de un mero ejercicio intelectual de curiosidad académica, sino que implica comprender y aprender de las antiguas sociedades sus maneras de relacionarse con el ambiente, sus tecnologías, sus comportamientos sociales, sus concepciones simbólicas e incluso, sus organizaciones políticas”, explica el docente y aclara que esto “ayuda a preservar el patrimonio identitario de nuestros pueblos americanos, pero también significa aprender de ellos muchos elementos útiles para nuestra propia relación actual con el paisaje”.

Desde fines del s. XIX y comienzos del XX, la riqueza arqueológica de Catamarca llamó la atención de viajeros y exploradores ligados a la arqueología, convirtiéndose, junto a otras como la Quebrada de Humahuaca o los Valles Calchaquíes, en una región emblemática para la Arqueología Argentina. Por aquella época, figuras fundacionales de la arqueología argentina como Ambrosetti, Lafone Quevedo o Lehmann-Nitsche, entre otros, trajeron a la luz pública las primeras evidencias materiales del importante pasado catamarqueño.

“Sin embargo, podríamos decir que la moderna investigación arqueológica científica en la Provincia comienza en la década de 1950 y tiene un disparador con nombre y apellido: Alberto Rex González. Cuyas investigaciones sistematizaron y ordenaron cronológicamente las evidencias de las sociedades agropastoriles, desde las más tempranas hasta la llegada de los Incas”.

Nombres de estilos cerámicos como Ciénaga, Belén y, especialmente, Aguada, con la destacada belleza de su alfarería, comenzaron a hacerse populares aún más allá de la comunidad científica. González realizó los primeros fechados por Carbono 14 que llevaron los inicios de las sociedades con agricultura, pastoreo y cerámica a varios cientos de años antes de la Era.

"Es por esto que  se puede ubicar a Catamarca en el denominado periodo pre-cerámico que va desde los 9000 años antes Cristo hasta el primer milenio antes de Cristo. Este periodo engloba a las llamadas sociedades cazadoras-recolectoras que conformaban grupos sociales compuestos de no más de 10 a 15 personas y basaban su modo de vida en la caza de animales (guanaco, vicuña, aves, etc.) y la recolección de vegetales (algarroba, mistol, chañar, tubérculos silvestres)", cuenta Morales.

La principal evidencia de éste período en la provincia proviene de una serie de abrigos rocosos (cuevas y aleros) ubicados en Antofagasta de la Sierra, Belén y Santa María.

Taza de la cultura Aguada. 

El llamado periodo temprano que va desde el 450 AC al 600 DC se caracteriza por el establecimiento de las primeras comunidades aldeanas sedentarias, cuyo modo de vida estuvo sustentado por las posibilidades que ofrecían la agricultura y el pastoreo.
"En cuanto a Catamarca, hasta el momento, no se han registrado hallazgos anteriores al 450 a. C., pero es probable que antes de esa fecha ya se hallasen comunidades agropastoriles y alfareras. Las culturas más representativas son Cienaga, Alamito, Condor Huasi, Saujil y Candelaria", dice el arqueólogo.

El periodo medio, que cronológicamente va desde el 450 D.C al 950 D.C en Catamarca, y en gran parte de la región valliserrana, ha sido identificado con la "cultura de La Aguada". "Las investigaciones  parecen indicar que en realidad no se trata de una cultura que se expandió y ocupó un amplio territorio, sino de varias sociedades que alcanzaron un nivel de organización socio-política semejante y compartieron, en gran medida, una misma ideología religiosa, centralizada en la imagen o símbolo del felino (yaguareté)", explicó .

Después de la desintegración de la cultura Aguada, aproximadamente a los 850 después de Cristo comenzó una etapa donde las organizaciones o parcialidades o etnias lograron tener un protagonismo propio encabezados por un “Kuraka” o gran señor, la estabilidad económica hace que haya una fuerte explosión demográfica, donde la territorialidad se hace un eje importante como así también la disputa por el mismo. Es acá donde comienzan a aparecer los asentamientos de altura llamados Pukaras, con una planificación urbana de tipo ortogonal o damerica.

Pucará de Alumbrera

Inhóspito y activo

La inmensidad del paisaje de la puna catamarqueña, abre la puerta a una complejidad social que tiene una historia que comenzó hace 9000 años donde las primeras manifestaciones de la ocupación humana se encuentran evidenciados por materialidad de los petroglifos, aleros ,cuevas y restos de utensilios o herramientas de caza, pesca y recolección. 

Desde épocas muy antiguas las sociedades utilizaron el fondo de cuenca y las quebradas protegidas como base principal de ocupación, aprovechando la variabilidad microambiental en cortas distancias, característica de suma importancia para interpretar el funcionamiento de las sociedades humanas, tanto antiguas como actuales. 

En la región puneña, en función principalmente de las diferencias altitudinales y las características topográficas, es posible acceder en cortas distancias a diferentes recursos para la subsistencia relacionados a diversos sectores microambientales. Esta variabilidad nos da una serie de recursos que fueron aprovechados por las sociedades del pasado, teniendo estos espacios o lugares una densa ocupación poblacional. 

Petroglifo

"Es todo lo contrario a lo que hoy pensamos de esa zona, donde prácticamente se la considera como un lugar inhóspito y desolado. Pero todos estos lugares y espacios tuvieron una dinámica y desarrollo sociocultural pasando por todos los periodos arqueológicos desde las épocas muy tempranas hasta la presencia Incaica y evidentemente la conquista española, donde su configuración cambia debido a la nueva cosmovisión que se impuso con la colonización", explicó Morales.

Los recursos más importantes de la actividad económica de los pueblos que vivieron en estos ambientes son los camélidos, los minerales, los salares los tubérculos, la quinua y kiwicha. "El intercambio o trueque fue la herramienta principal que es evidenciada por los diferentes petroglifos donde se representan caravanas o ruecas de camélidos transportando de un lugar a otro, como así también se evidencia con la presencia de restos de productos de otros pisos ecológicos y ambientes e incluso del océano pacifico en algunos casos", detalló.


"Esto nos habla de la gran movilidad que tuvieron nuestros pueblos originarios, donde las fronteras y los límites no fueron un impedimento de intercambio e interacción cultural, que por esa misma dinámica también se intercambiaban ideas y conceptos que fueron nutriendo y cimentando una cosmovisión muy particular en las relaciones con el ambiente y con otras organizaciones sociales. Por eso cuando miremos los paisajes hay que registrarlos en sus diferentes dimensiones no solo como espacios naturales, si no, como también espacios sociales y culturales que fundan tradiciones e historias de vida que la arqueología trata de develar", concluye.