Dentro de la cosmogonía musical existe una demanda constante por ubicar a sus integrantes con rango, nombre y poderes. Si Madonna es la reina del pop, Britney es (¿fue?) la princesa. Si Bad Bunny fue colocado como el dios del trap (aunque Anuel haya intentado profanar la corona con estrategias nada asociadas a las canciones) pues Romeo Santos es el emperador de la bachata; y vaya quien se atreva a destronarlo.
Estas designaciones son propias del público: custodian con tanto recelo a sus ídolos que necesitan dotarlos de jerarquías, por más que ese juego de roles no sirva más que para titular notas o usarlo como sinónimo al escribir acerca de ellos. El propósito real quizás tenga más que ver con la sed de competencia de los fans que con un simple bautismo amistoso. Y sí: en Argentina mucho más.
Es que nos encanta competir y perseguimos cualquier excusa para poder enfrentarnos, para elegir una de dos, para reafirmarse o cambiarse de equipo, porque parece que si se gusta de algo, entonces hay que repudiar al resto, porque si acaso no estamos convencidos de rechazar una de las opciones, entonces somos burlados al grito de tibio. Que vuelva Celebrity Deathmatch y lo resuelvan los muñequitos de plastilina. Dejemos a los artistas defenderse desde su propia obra.
En esta brigada de estrellas se siente la pregunta en el aire sobre el lugar que cubre una figura que ocupa poco pero irradia una intensidad tal que necesita un ambiente sólo para ella. Es Lali, de altura suspirada, simpatía rentable y carisma suficiente para combatir al más reincidente de los prejuicios.
Hace un par de años, Duki tuvo que salir a pedirle perdón por haber sugerido que era una domada, al firmar contrato con Sony. "Perdoname mi amor, sos una beba", le respondió Mauro. Lali equiparó los tantos sin agresiones y con certezas: "Yo también nací con mucha hambre por eso llegué hasta donde llegué", tuiteó sin emojis. Ambos artistas, cada uno a su modo, son topadoras, que arrasan y demuestran. Y los dos revientan estadios sin reparos.
Después de haber recorrido el país en la segunda mitad de 2022 con su Disciplina Tour, agotando fechas en varias ciudades y cerrando con un Movistar Arena (el cuarto del año), Lali pidió más y claro que lo tuvo: su Vélez Sarsfield.
► Brillos, motores y mucho cuero
Al ingresar al estadio Amalfitani lo primero que sorprende es la variedad de diseños que ofrece el stand de merchandising. La del casco, la de la bandera del orgullo, la discreta sólo con su firma, la de los brillitos de su último single y la del tour que la trajo hasta acá y acertadamente visten los Roblox del staff de seguridad. Nada más preciso que una persona con contextura de academia crossfitera lleve en su pecho una prenda con la palabra DISCIPLINA bien grande.
Se compran en todos los talles y modelos. No habrá solución para evitar que aún el más estricto de los XS se transforme en un camisón para los grupos de amigas y hermanas que las adquieren. Mejor así: irán creciendo en sincronía con su recuerdo. Y si acaso los lavados traicionan, se apelará a la memoria sin suavizantes. Estas chicas ni siquiera alcanzan la edad que tenía Lali cuando empezó a actuar. Y el promedio de edad se alborota porque hay madres, parejas, hijas, abuelas, y también una arrancándose la remera de RHCP para estrenarse la del show mientras baila al ritmo de Callejero Fino.
Transparencias y shorts, pilusos y casacas de fútbol, strasses y carteles demandantes, banderas y un tatuaje de Corashe en letras góticas, cómplices que la siguen desde el primer disco hasta nuevas adherentes que compraron por la fusta y la soga de terciopelo. Que entren quienes quieran.
Unos 15 minutos antes de que comience la atracción principal, ya pueden verse algunas visuales que fungen de flashbacks a juegos de PC de los '90 como Pipe Dream --sí, Mario Levrero en La novela luminosa no fue el único que se obsesionó--. Va sucediendo un sistema de caños, cadenas, ingeniería de reloj para incrementar la manija. Corte a una figura mecánica que encastra en una fantasía en el medio de Metrópolis y Rápido y furioso. Una muñeca encendiendo motores.
► La primera argentina en llenar Vélez
Con Eclipse, de su último disco, Libra, Lali destroza el suspenso. Con bailarines, banda en vivo y mucho cuero, en un primer outfit que, completado con los mechones rojos, llevan derechito a una de las Shakiras de oro: la del MTV Unplugged. Las texturas se abultan y el cuero troca por brillos, un dorado que enceguece. Al corte de Cher en las pantallas explicando por qué los hombres no son una necesidad per sé y mucho menos para depender de sus finanzas, Lali queda supeditada al latir de sus caderas con Diva.
La primera mujer argentina en llenar un Vélez (primera sentencia en sus intervenciones y primera vez de muchas que agradecerá esa convocatoria) recorre la pasarela con una tranquilidad que sólo alguien con 20 años de experiencia en la industria (debutó en Rincón de Luz en 2003) puede ofrecer.
Su baile es rudo. Con movimientos espásticos, por momentos al borde de la parodia, Lali baila y pronuncia, remarcando los pasos apretando los dientes. El equipo de baile logra armonía con su fiereza, están listos para el voguing, las figuras y los besos, un acto ya clásico de sus shows. Es salvaje hasta en la ternura, como cuando se hidrata con un vaso dorado con sorbete y glitter. Chiquita sí, pero de culo sísmico.
Invitada al Hotel Miranda!, el proyecto que reversiona todos los temas de ese disco debut que todo lo pudo, Lali da pie al tándem popero. Gattas y Sergi, amantes del disfraz, van de negro y pelucas carré, ensalsando a la agasajada con adoración mutua para gozar con uno de sus himnos indelebles, Yo te diré.
"Te llenamos un Vélez porque nadie nos controla", lee Lali entre el público. Y vienen entonces Cómo dormiste?, donde entra el español Rels B y con él el cachondeo reglamentario. Sin querer queriendo es la única canción sin sus invitados originales, pero a falta de Mau y Ricky la versión en vivo está filtrada por un velo rockero, al igual que la mayoría de las canciones. Parecería que se está buscando impacto, cuando no hay mayor impacto que el pop puro y duro. No es necesario.
Para seguir arriba llega Motiveishon, donde se ve a Soy Galán, el alias de Martín D'Agosto, uno de sus productores en esta etapa: está en los créditos de N5 y Disciplina, por citar algunos bangers. El escenario se va poblando de amigues, personajes de la tele y colegas que se llevan manso souvenir, como Nicki Nicole, atónita frente al chape espontáneo.
La verborragia de Lali ("Estoy en shock, y miren que hay que dejarme a mí sin palabras") no es el arma para responderle a mentalidades fósiles como la de Maxi Trusso, quien hace unos días despotricó contra ella, el autotune y "la falta de giros melódicos". Lali contesta haciendo. Una gaucha pop con energía bien vedette, una diva bien nuestra.