Mientras varias personas forman una fila en el perímetro de la ex cárcel de Caseros, un chico se acerca y le pregunta a una de las organizadoras del Festival Internacional de Buenos Aires si están por filmar una nueva temporada de El Marginal; ella le explica de qué se trata la experiencia y aclara que las entradas para el estreno ya están agotadas. Un rato después otro joven se suma a la fila, saluda a sus amigos y empieza a narrar lo que podría ser el guión de una película: “El FIBA en realidad está organizado por un grupo de presos que van a tomar nuestras identidades para poder fugarse; nosotros vamos a quedar adentro y ellos afuera”, dice mientras algunos lo miran con cierto nerviosismo.
Otros fotografían los vidrios rotos de la fachada o hablan de la duración del espectáculo (120 minutos) y deciden ir a comprar una botella de agua. Esa es la antesala de Palmasola, un pueblo prisión, coproducción entre Bolivia y Suiza que retrata con crudeza la atmósfera pesadillesca de esta cárcel situada en Santa Cruz de la Sierra. Palmasola aloja alrededor del 36% de los presos de Bolivia, entre ellos asesinos, violadores y narcotraficantes. La experiencia site-specific comienza en la vereda, cuando a los espectadores se les coloca un sello en el brazo y se los insta a pasar con gritos rudos que representan las lógicas poco amigables del sistema penitenciario.
El público atraviesa el umbral que separa el penal del mundo exterior y se amontona en el hall para escuchar el inicio de esta historia: un suizo es detenido en el aeropuerto por tenencia de cocaína y va a parar a Palmasola. Varios espectadores echan mano de sus abanicos para atenuar el calor asfixiante de la tarde, hasta que una de las rejas se abre y el grupo recorre los pasillos lúgubres que desembocan en el patio. En ese breve trayecto el edificio-monstruo se despierta y abre sus fauces; hay algo de la energía del lugar que inmediatamente se inscribe en los cuerpos de los presentes, y esos pocos minutos de aglomeración con 30°C permiten preguntarse cómo será el hacinamiento real que padecen los reclusos.
La pieza aprovecha al máximo las posibilidades del espacio: cada rincón del patio es utilizado para narrar la vida en los pabellones (el PC2 aloja a las mujeres, el PC3 a los presos de máxima seguridad y el PC4 a los privilegiados). El punto de vista es el del hombre suizo, blanco y hegemónico que inmediatamente recibe el apodo de “gringo” o “basura blanca”. Palmasola pone en primer plano ese espacio-monstruo y la interacción con los cuerpos, no sólo de los 6 mil reclusos encarnados en los cuatro actores (Jorge Antonio Arias Cortez, Omar Callisaya Callisaya, Mario Tadeo Urzagaste Galarza y Nicola Fritzen) sino también de los espectadores, que deberán desplazarse por todo el lugar para ver las escenas.
Hay un gran despliegue físico de los intérpretes, con varios segmentos de lucha y baile, una escena crudísima titulada “Palmayoga” en la que se representan diversos métodos de tortura y uno de los momentos más logrados donde se ilustra la masacre del 14 de marzo de 2018 que dejó un saldo de siete presos muertos (según datos oficiales, aunque se habla de una cantidad mayor) y que muchos redujeron a simple motín. El art. 73 de la Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia establece que “toda persona sometida a cualquier forma de privación de libertad será tratada con el debido respeto a la dignidad humana”, pero la realidad está mucho más cerca de lo que anuncia uno de los personajes: “acá los derechos humanos no existen”.
Palmasola recrea una mínima parte de la violencia cotidiana que viven los presos, la lucha de clases interna, los abusos, extorsiones y la complicidad policial en la violación de los derechos humanos, pero eso basta para abrir preguntas y reflexiones sobre los sistemas de castigo y el funcionamiento de las instituciones represivas. ¿Alguien puede rehabilitarse en un lugar como Palmasola? El cartel de ingreso anuncia “centro de rehabilitación”, pero muchos aseguran que en verdad funciona como un máster en crimen organizado. Aquí el teatro muestra su capacidad de denuncia y expone los matices que no pueden verse cuando los temas se abordan únicamente en términos de héroes y villanos, extirpándole a los fenómenos toda su complejidad. Esta obra contribuye a echar luz sobre esos grises.
Palmasola, un pueblo prisión: 8
Dirección: Christoph Frick
Dramaturgia: Carolin Hochleichter, Jhonnatan Torrez
Intérpretes: Jorge Antonio Arias Cortez, Omar Callisaya Callisaya, Nicola Fritzen, Mario Tadeo Urzagaste Galarza
Música: Bo Wiget y otros
Video: David Campesino
Street Art: Susanne Affolter
Dirección técnica: Ariel Muñoz
Coproducción: Kaserne Basel, Theater Tuchlaube Aarau, Goethe-Zentrum Santa Cruz
*Palmasola se presenta este domingo a las 19 en la ex cárcel de Caseros (Pichincha 2080).