¿Es Darren Aronofsky un director sobrevalorado? Sí.
A estas alturas, quedaron lejos las ¿supuestas? promesas de películas como Pi y Réquiem por un sueño; sea por la impronta indie de su primer film tanto como por la puesta en juego revulsiva e incorrecta del segundo: allí, con un rol bisagra para Jennifer Connelly –nunca más se la vio tan al borde y por fuera del mainstream correcto del que hoy es emblema– y una puesta al día para la increíble Ellen Burstyn, Réquiem por un sueño no duda, y esto es literal, en hundir la jeringa en la llaga. Había mucho en esos films, que hacían pensar en todo lo que iba a venir. A la vista están las películas siguientes, algunas podrán gustar más o menos, pero lo que se prometía quedó deshilvanado, ya ahogado por una prédica bastante mediocre.
Su más reciente película, La ballena, supone la primera nominación al Oscar del actor Brendan Fraser. Quien supo ser una estrella del cine de aventuras y lucir un físico de Tarzán (en George de la selva), se puso obeso y desde hace muy poco recuperó brillo en la pantalla. El director se valió del maquillaje para acentuar aún más el físico actual del actor, para convertirlo en la ballena de más de 200 kilos que el título promete. Sin ir más lejos, la relación entre The Whale/La ballena y The Wrestler/El luchador (film que funciona mejor y resulta más memorable) salta a la vista, y trae consigo algo de cierto morbo “políticamente correcto”, tan actual y lamentable.
Resulta que para devolver al ruedo a ciertas estrellas se las resitúa en papeles más o menos parecidos a sus desgracias. Pero lo también cierto es que Mickey Rourke ya había hecho de “sí mismo” en Sin City, donde no está lamiéndose las heridas de la vida sino dando piñas; así como hizo también Robert Downey, Jr. en Iron Man, donde bastó alguna escena con whisky para conectar las adicciones del actor con las del personaje. A diferencia de estos ejemplos, La ballena lleva al extremo mórbido la obesidad de su protagonista. Pues bien, nada que objetar, pero ¿qué pasaría si eligiera también el grotesco? Sería una película mejor.
En todo caso, esa película mucho mejor ya se hizo y la siguen saqueando. Se trata de uno de los segmentos de El sentido de la vida (1983), de los Monty Python. Allí, el gordo en cuestión era interpretado por Terry Jones como un mastodonte muuuuuy parecido al que ahora proponen Aronofsky/Fraser; y comía de una manera igualmente descomunal, hasta –vómitos, muchos vómitos mediante– estallar. La situación fue también replicada/robada sin disimulo por la secuela animada de Ralph el demoledor –donde un conejito virtual come ininterrumpidamente waffles y explota– y por el sueco Ruben Östlund en El triángulo de la tristeza, cuyos vómitos si bien le valieron la Palma de Oro en Cannes –con rumbo ahora al Oscar– no evitan el brillo escaso del film, también sobrevalorado.
La ballena es la historia de Charlie (Fraser), un profesor solitario, recluido del contacto social, que apenas puede moverse por el peso de su cuerpo. Lo asiste una enfermera (Hong Chau, también nominada al Oscar), muy solícita; allí hay una historia que el film va a descubrir. La soledad suicida de Charlie tiene motivo en un alumno amado y fallecido, un dolor que parece crecer así como su cuerpo, sin control. Hay una hija adolescente (Sadie Sink), con la que tratará de restablecer el vínculo. Y un pibe misionero, de una secta, que lo visita de manera fortuita y encuentra en él la posibilidad de predicar la fe. Charlie, de manera elocuente, reniega de toda fe, ansía reventar –el término parece “incorrecto”, no es así–, mientras guarda alguna luz dentro suyo, que aparece en las clases con sus alumnos, con quienes nunca prende su cámara, y sobre todo con su hija, díscola, a quien chantajea con dinero para que pase tiempo con él.
Así como El triángulo de la tristeza, La ballena está preocupada por ser clara, didáctica, bien pensante, y termina por ser una metáfora vacía, que no disimula la corrección política que la carcome ni su necesidad religiosa, algo que el último plano subraya y con el que se desdice, de paso, el enojo del personaje con este tema. Un tufillo así de insoportable ya se respiraba, y demasiado, en la anterior película del director, Mother, y ni qué decir en Noé, cuya parábola religiosa se codeaba con el cine de fantasía épica.
Basada en la obra teatral de Samuel Hunter –aquí también guionista–, la película de Aronofsky parece obcecada en hacer caso a los lineamientos generales de la puesta teatral, habida cuenta de cómo las situaciones coinciden en el mismo lugar y los personajes entran y salen de escena, siempre en el momento justo y esperable, tendientes al logro del mensaje de la película; para mensajes, vale siempre recordar la legendaria enseñanza de Samuel Goldwyn: mejor Western Union. Como La ballena está pautada por los días de la semana, se sabe que el domingo se descansa y es hacia ese día de cariz religioso donde la narración se dirige. Nada tiene de malo, sino que su nivel metafórico es tan frontal que no deja espacio a las fisuras, los matices, los malentendidos. Cuando Charlie se congracie, lo hará con todo lo que se espera: hija, creencias, estudiantes, amistades, ex esposa, etc.
Así las cosas, la muerte del amor de su vida se vuelve un boomerang que reordena lo que parecía condenado, para que haya luz. Con un plano final que parece ideal para algunos de esos slogans de campaña que dicen “sí, se puede” o cosas parecidas. Por las dudas, y por ser Charlie el profesor de literatura que es, también hay referencias a Moby Dick. En fin.
La ballena 4 puntos
(The Whale)
EE.UU., 2022
Dirección: Darren Aronofsky.
Guion: Samuel D. Hunter, basado en su obra teatral.
Música: Rob Simonsen.
Fotografía: Matthew Libatique.
Montaje: Andrew Weisblum.
Intérpretes: Brendan Fraser, Sadie Sink, Hong Chau, Ty Simpkins, Samantha Morton.
Duración: 117 Minutos.