Sabía Martín Demichelis cuando dejó la placidez de su trabajo en la segunda unidad del Bayern Múnich para asumir como director técnico de River que su gestión inevitablemente iba a ser comparada con la monumental obra que desarrolló Marcelo Gallardo en el mismo cargo entre 2015 y 2022. El listón de la exigencia ha quedado muy alto y el desafío parece ser mayúsculo. Demichelis deberá armar equipos muy competitivos, ganar la Copa Libertadores y establecer superioridad en los superclásicos ante Boca para poder soportar la comparación.
La historia del fútbol demuestra que la gloria no es eterna. Y que luego de un ciclo histórico como lo fue el de Gallardo, por lo general no sucede otro igual o incluso mejor, a veces todo lo contrario. Desde ese punto de vista, Demichelis arranca en desventaja. Podría decirse que los contextos no son los mismos y que en algunas decisiones, Demichelis ha dejado en claro que no piensa lo mismo que Gallardo. Pero los millones de impacientes hinchas riverplatenses todo el tiempo miden lo que hace uno con lo que hizo el otro. Y lo seguirán haciendo.
A esos millones de hinchas no les ha satisfecho lo que el nuevo River de Demichelis ha demostrado hasta aquí en los siete partidos oficiales que jugó (seis por el campeonato y uno por la semifinal del Trofeo de Campeones 2020 ante Banfield). Todavía no alcanzan a descifrar cual es la idea de juego, ven a un equipo estirado al que resulta sencillo entrarle, advierten que falta solidez defensiva y decisión para asumir el control del juego y que en la media cancha y el ataque se rota y se cambia sin que todavía pueda determinarse quienes son los titulares y quienes lo suplentes.
Encima de todo, dos de sus victorias, ante Argentinos Juniors y Lanús, llegaron rodeadas de la polémica por decisiones del VAR que lo favorecieron. Y se cayó ante Arsenal, el equipo de peor promedio de los veintiocho de primera y gran candidato a perder la categoría. El River de Demichelis aún es una obra en construcción que no se sabe bien como va a terminar. Pero mientras tanto se la compara con el edificio histórico que levantó Gallardo que a medida que van pasando el tiempo y los partidos, parece adquirir el tamaño de una leyenda.
Por eso no se entienden algunas voces desencantadas que caminan por los pasillos del Monumental o las afueras del River Camp y que también pululan por las redes sociales riverplatenses. Y que ya andan diciendo que Demichelis no funciona. Y que así River no va. Es cierto que tal vez podía esperarse un idea colectiva con perfiles mas nítidos. Y que eso no ha sucedido. Pero es un error estar poniendo cada rato a los equipos de Gallardo por detrás del que Demichelis todavía no ha armado. Por una sencilla razón: Demichelis no es Gallardo. Ni lo quiere ser. Quiere escribir su propia historia en River. Y en eso anda, a veces bien y a veces no tanto.