Dos investigadores del Conicet que trabajan en Puerto Madryn con invertebrados marinos buscan métodos que permitan reducir el daño a los animales al momento de utilizarlos como sujetos de estudio en los laboratorios. Aunque existen guías éticas de larga data para trabajar con distintas especies, en general, la comunidad suele tratarlos como objetos y los emplea indiscriminadamente. Por eso, los biólogos Augusto Crespi y Tamara Rubilar proponen un nuevo abordaje para cambiar la concepción utilitarista y generar prácticas basadas en el cuidado del ambiente, la naturaleza y los seres que la habitan.
“Para poder estudiar los mecanismos de regeneración de las estrellas de mar, tenía que cortarles un brazo. La bibliografía que utilizaba en ese momento decía que para hacerlo tenía que construir una picana e incluso había un instructivo para armarla. Me negué a utilizar una herramienta de tortura para hacer ciencia y busqué otra forma”, cuenta Tamara Rubilar, investigadora del Centro para el Estudio de los Sistemas Marinos (Cesimar-Conicet). Como alternativa, la científica utilizó clips de librería para simular el agarre de una pinza de cangrejo, una situación que sí sucede en la naturaleza. Después de un rato, la estrella liberó su brazo.
Manuales insensibles
En líneas generales, los biólogos tienen como guía ética a la hora de experimentar con animales el principio de las 3 R, postulado por los científicos ingleses William Russell y Rex Burch en 1959, que piden “Reemplazar”, “Reducir” y “Refinar”. Es decir, en la medida de lo posible, no utilizar animales. Si esto resulta inevitable, usar la menor cantidad y refinar los experimentos para evitar el sufrimiento de los sujetos de estudio.
El biólogo Augusto Crespi, especialista en bienestar animal, asegura que este postulado no ha logrado modificar de manera significativa las prácticas históricas que los y las especialistas utilizan en los laboratorios a la hora de experimentar con organismos. “El paradigma que reina durante el transcurso de la carrera de Biología es el de la insensibilización. En esa búsqueda de una ciencia lo más objetiva posible, se tiende a cosificarlos, particularmente en el caso de los invertebrados marinos, que son los animales que nosotros estudiamos”, destaca Crespi. Además, narra que algunas revistas de ciencia rechazan sus trabajos porque la cantidad de ejemplares que sacrifican para obtener determinados resultados no son considerados estadísticamente suficientes y piden más.
“Si bien existe una responsabilidad que es individual, hay una valoración de la comunidad académica que debe acompañarla. Si soy evaluador de un trabajo y vos hiciste una muestra con 30 animales y ya detectaste el efecto buscado, no puedo exigirte que lo hagas con 300 para que las pruebas sean más robustas”, asegura.
Respeto y responsabilidad
Para los investigadores este es un tema en el que abundan las contradicciones. Algunas tan espinosas como los erizos marinos que suelen estudiar. Diseccionar, amputar y sacrificar ejemplares sigue siendo parte de su trabajo; pero también, según entienden, deben encontrar nuevos métodos y alternativas para evitar o mitigar el dolor. “Para nosotros resulta fundamental agregar a este principio de 1959 dos R más: Respeto y Responsabilidad. Nunca debemos perder de vista que estamos lidiando con seres vivos”, afirma el biólogo.
Por su parte, Rubilar resalta que le llevó al menos siete años de práctica profesional cuestionar la forma de trabajo con animales. La gota que rebalsó el vaso fue observar el sacrificio de un cangrejo enorme que estudiaba una colega suya. “Lo colocó en un tacho lleno de formol y el cangrejo estuvo raspando el recipiente unas ocho horas antes de morir. Ese día tuve que irme del laboratorio. Llegué a la oficina y le dije a Augusto, yo no aguanto más. No podemos seguir tratando a los animales de esa manera”, describe.
En el mismo sentido, Crespi pregunta: “¿Por qué los biólogos debemos mantener las mismas prácticas que venimos desarrollando dentro del laboratorio desde hace muchísimos años? Tenemos que pensar y aplicar marcos conceptuales nuevos. Es necesario mantener el respeto a la vida por la vida en sí misma. Es un valor que estuvo y que continúa presente en otras culturas, pero en la nuestra, cada vez más utilitarista, lo fuimos perdiendo”.
Muchos trabajos ligados a la etnoecología, la etnozoología y la etnobotánica observan y rescatan los métodos tradicionales que muchas comunidades tienen de vincularse con la naturaleza. Por eso, Crespi sostiene que no es incompatible respetar y usar. “De hecho, esa combinación propicia un uso responsable del ambiente natural”, garantiza.
Otras prácticas son posibles
Al origen de su replanteo ético, los investigadores se comunicaron con profesionales de diferentes disciplinas para pensar alternativas que permitan aplacar el sufrimiento que causan a sus sujetos de estudio. Así, consultaron a una veterinaria y a una anestesióloga para ver qué drogas podían utilizar para disminuir el dolor, hasta que desarrollaron un método.
“En la práctica trabajamos con la menor cantidad de animales y desarrollamos algunos métodos no letales para investigar y técnicas para evaluar el estado reproductivo de la especie sin generar una matanza como se hacía normalmente. En erizos de mar funciona. Ahora queremos incentivar a que otros la adapten para estudiar otras especies”, explica Rubilar.
Sin embargo, el concepto de bienestar animal no solo se aplica al momento del experimento. En este sentido, los científicos toman los recaudos suficientes y alojan a los animales en lugares adecuados, sin hacinarse, con buena cantidad y calidad de agua. Además del respeto y la responsabilidad, no tenerlos en buenas condiciones repercute en la investigación porque el organismo se encuentra en un contexto de estrés y eso altera los resultados. “En el caso de los erizos de mar, por ejemplo, si están estresados no producen huevos”, remarca la investigadora.