Desde Oberá
Peteco Carabajal a pleno. Chacarera. Parejas que bailan como es típico, al borde del escenario. Efusividad en los ánimos, sí, pero un contexto que no se revela completo si no se contempla otra dimensión. La que dota a la primera edición del Festival de las Culturas del Norte Grande de su singularidad. La que pensó durante muchos años Joselo Schuap, ministro de cultura de la provincia de Misiones: básicamente, plantear un encuentro que se desmarque de la norma festivalera. Que devenga tan equidistante de la idea de “festival nacional” que en cierto sentido implica el señero de Cosquín, como de los “muy regionales”, cuyo foco radica en refugiarse en una identidad homogénea, de pago chico.
Pues no mucho ni poco, entonces. Lo que se vio, vivió y escuchó durante tres días en el Parque de las Naciones de Oberá, donde año a año se realiza la Fiesta Nacional del Inmigrante, fue un encuentro regional sí, pero de mirada amplia, diversa, propia de una cultura de frontera. Tal como Peteco y el Santiago Trío (Shalo Leguizamón + Roberto Carabajal) en representación de su pago santiagueño, cada una de las diez provincias que componen el norte grande tuvo sus artistas, sus músicos, sus improntas. Pero no solo. También el colorido encuentro significó un salpique constante, variopinto, de gastronomía, teatro, artesanía, circo, títeres, charlas, talleres y hábitos culturales típicos de ese verdadero crisol de identidades que convive históricamente en la región.
“Es la primera vez que vemos que un festival sin artistas de las leyes de mercado tiene lugar en la vidriera nacional, gracias a la TV Pública y a Radio Nacional. Vamos despacito, pero seguro”, dijo el incansable Schuap tras el concierto de Carabajal, además de pedir un gran aplauso por los cincuenta años que está cumpliendo la Universidad Nacional de Misiones. “Nosotros no 'caímos' en la Universidad Pública, ella es un orgullo”, afrentó. El ministro de cultura de la Nación, Tristán Bauer, viajó especialmente para el evento y también expresó lo suyo: “Recién escuchábamos a ese genio, a Peteco, cantando las manos de mi madre, las manos de nuestras madres. Y sí, lo cotidiano se vuelve mágico de la mano de estos artistas, de estos bailarines, de estos cantores, de estas cantoras, de estos músicos… lo cotidiano se vuelve mágico. ¡Que viva la música nacional y popular!”, señaló el funcionario de Cultura Nación que, junto al Instituto Nacional de la Música, apoyó la realización del festival.
Oberá es considerada la capital nacional de la diversidad cultural. Es como un techo que cobija a todos, a todas y da lugar a un eclecticismo de facto que no obtura convivencias. Recorrer el Parque de las Naciones cada vez que abre sus puertas -como en esta ocasión- implica entonces chocarse de frente con ello. La Argentina, Polonia, Alemania, Brasil, Ucrania, Japón, Rusia, Paraguay, España, y más naciones tienen sus propias casas. Sus propios espacios. A la de Francia, por caso, tuvieron que trasladarse los artistas incluidos en la grilla del sábado, porque una copiosa lluvia impidió que las músicas sonaran a cielo abierto, como estaba previsto. Allí, bajo techo galo, se lucieron, entre otros y otras, el inspirado Rodrigo Vera Trío, por Formosa; el crédito local Milán Cardozo –un luthier y arpista de aquellos-; la “Bruja” Salguero, por La Rioja y los lúdicos Papachos tucumanos, mientras que las compañías de danza lo hicieron en jurisdicción árabe.
La lucha por que pase algo así empezó hace años. Desde cuando Schuap recorría las rutas argentinas (toda la 40 incluida) con un colorido y ajetreado colectivo, en busca de experiencias artísticas que se movieran del molde mainstream. Empezó a consolidarse cuando, muy merecidamente, nombraron al músico como ministro de cultura de su provincia, ingresó en la recta final al momento en que se inició el circuito Norte Grande Cultural. Y finalmente se concretó cuando esta bella ciudad, ondulada, tomada por aves, cielos cambiantes y el rojiverde que nace de la fusión entre plantas y tierra roja, abrió sus puertas a lo contado hasta aquí, más músicos y músicas a quienes la gente desde Ushuaia hasta La Quiaca tuvo acceso a través de los medios nacionales.
Pasó entonces Peteco y el Santiago Trío (que no se juntaba hace casi cincuenta años) con los temas que le gustan a la gente: “Perfume de Carnaval” y “Desde el puente carretero”, entre ellos. Pasaron Los Nuñez, ese grupo bien ducho en expresar musicalmente en formato de trío (guitarra, bajo y bandoneón) las ondulaciones topográficas de su pago: Corrientes, otra de las provincias implicadas en el pacto norteño. Pasó Mario Bofill, ese absoluto ídolo del chamamé que canta cosas del tipo “La juventud de mi país tiene un destino de chamamé” (“La juventud y el chamamé”) acompañado por su banda y hijo Chingoli, y que dio la nota masiva de la primera noche, antes que el dúo Chamameceras, guardián él del legado del Pai Julián (Zini) y los copleros de Jujuy cerraran la primera noche.
La segunda se vio interrumpida por una lluvia tremenda que arrancó por la mañana temprano, dio lugar a un sol radiante durante la tarde, pero volvió con toda su furia tras el crepúsculo, cuando el circo -otra de las grandes atracciones del festival- proponía sus primeras piruetas y la muestra de autos viejos (Ford A, Modelo 31 + Ford “T”, 27 incluidos) concitaba también grandes atenciones. Como se contó líneas arriba, todo ocurrió bajo techo en las peñas de Francia y los países árabes.
El clima volvió a ser más benévolo el domingo. El aire libre recuperó sus artistas callejeros y el escenario principal fue suelo fértil para recibir variopintos artistas. La Murga del Tomate, nacida en El Dorado, Misiones, concentró en sí misma lo ecléctico del encuentro: un ensamble de percusión, baile y canto, en una propuesta símil –aunque con bemoles— a la que mostrarían más entrada la noche Richard Cantero y la Curamales. Tras ella, el numeroso Coro Qom Chelaalapi bajó el canto profundo del Chaco montaraz a escala festivalera y provocó una de las grandes muestras de afecto de la noche postrera. Piezas que los músicos toba vienen mostrando desde que el dúo Tonolec los presentó en público al país como “Lamento de la madre” o “Mujer cazadora”, emblemas, además, de una cultura ancestral que enaltece el rol de la mujer en la sociedad, en un marco afín, dado que el 43 por ciento de la grilla del encuentro estuvo integrada por mujeres.
A propósito, Litoral Joaju (Luciana Lueji + Paula Figueredo + Clarisa Radke + Ana Victoria Carrizo) nutrió al escenario central de su impronta fémino-litoraleña, a través de temas como “Chivato” o “Paraná”. Feli Colina fue también parte del "cupo". La salteña que de cantar en los subtes pasó a grabar en Abbey Road, cautivó a propios y extraños con su interpretaciones a sonoridad envolvente de “El valle encantado”, “Martes” o la “Chakatrunka” de letra vindicativa: “Tenía ganas de gritar a los cuatro vientos / Que sentí injusticia / Porque me trataron como una muñeca inflable / Luego me enteré / Que de verdad soy preciosa / Que estoy inflada de orgullo”. Ceci Simonetti marcó senda de género también mediante la recreación de clásicos como “Gatito e' las penas” y Fabián Meza, crédito de Montecarlo, Misiones, cerró la noche con un tema cuyo nombre dio en el punto: “No se hace eso”.
Y no. Por lo visto durante las tres jornadas que duró el festival, no merecía terminar tan temprano.