En un artículo destinado a volverse un clásico de las ciencias sociales, “El dinero solo no hace la felicidad”, Georg Simmel hace una digresión respecto de ese dicho que forma parte de cierto sentido común mercantilista. Según el filósofo, el dinero solo no hace la felicidad tal como se suele afirmar, sino que ¡también hay que tenerlo! Y agrega: “Lo que para gozar de ello debemos poseer terminamos destruyéndolo, más rápido o más lentamente a través de la posesión: la carne asada y el vino, la vestimenta y todo aquello que poseemos materialmente”.
Paradojalmente, para las existencias solo perdura y tiene verdadero valor lo inasible, lo momentáneo y aquello que va más allá de la cuestión de tener o no tener: un paisaje, un amanecer, un beso, la contemplación de una belleza que pasa, una música, una noche de cópula loca de esperanza y esfuerzo… En esto reside únicamente la eternidad de las cosas. Con estos y otros tantos ejemplos, Simmel alertaba sobre el peligro de las relaciones humanas viciadas por la voracidad del dinero, el poder y el mercado en el naciente mundo capitalista de fines del siglo XIX y principios del XX.
Situada en pleno siglo XXI, “El último”, la obra teatral de Marcelo Allasino, es testimonio de un tiempo en donde las peores pesadillas de Simmel se volvieron realidad. En efecto, la relación sexual, afectiva y comercial entre dos varones, un cincuentón adinerado (Marcelo Gieco) y un bello taxi boy (Agustín Keller), es representativa y paradigmática del capitalismo salvaje y le sirven al autor para dar cuenta de la consolidación del neoliberalismo más siniestro.
Si Tincho, el joven devenido trabajador sexual precisa dinero para sobrevivir y poder dedicarse a la música que es su pasión, “’Él”, el cincuentón, precisa amor y cree que puede comprarlo a través del vil metal. A su vez, los dos personajes funcionan como espejos invertidos: el muchacho quiere libertad y el maduro quiere contención afectiva.
Apoyados en la sólida y poética dramaturgia de Allasino, las interpretaciones de Gieco y Keller resultan convincentes y logran crear en escena dos perfiles de personalidad bien delineados que lxs espectadores pueden rápidamente identificar y si bien no comprender, al menos intentar compadecer. A eso se suma, la puesta en escena de un delicado erotismo y la agradable y melancólica música que anticipa la tragedia compuesta por el propio Keller.
Tomando como punto de partida un crimen de odio cometido contra un joven trabajador sexual litoraleño en un hotel céntrico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires durante la pandemia, “El último” supone también una variación sobre un tema clásico -las relaciones entre maduros y muchachos atravesadas y/o mediadas por el dinero- en la cual víctimas y victimarios no tienen los estereotipados roles fijos que se suelen otorgar recurrentemente en las ficciones más conocidas. Por el contrario, el joven, en este caso, aparece más luminoso y hasta beatificado en imágenes que evocan una versión gay de "La piedad" de Miguel Ángel. De esta y de otras maneras, se pone en evidencia una problemática social que suele ser silenciada o soslayadas: la de los crímenes de odio perpetrados contra trabajadores sexuales generalmente gays.
Finalmente, hija de su época, la obra supone una reflexión sobre la soledad y el individualismo, los riesgos del amor romántico y el afán de posesión propias de una época donde la afectividad aparece contaminada por el mercantilismo.
“El último” de Marcelo Allasino con Agustín Keller y Marcelo Gieco. Teatro Anfitrión. Venezuela 3340 (CABA). Últimas funciones en Buenos Aires: viernes 10 y sábado 11 de marzo a las 21 hs.