“En un contexto de deuda, precariedad, trabajo doméstico no remunerado y falta de salarios dignos: ¿En qué momento feminista estamos?”, dice la pregunta que llega por Whatsapp y me deja un rato titubeando frente a la pantalla. No sé si el desconcierto es por la descripción del contexto o por la pregunta en sí. No tengo recuerdos de haber vivido sin deudas, sin zozobra, ni hablar de que las tareas de cuidado, de reproducción de la vida, hayan tenido un valor en términos de remuneración.
¿Puede marcar una situación casi permanente un momento particular para los feminismos? De inmediato me doy cuenta de que en la pregunta hay algo de acierto, es en la misma pregunta donde está la respuesta: la agenda feminista enlaza esa descripción corta del modo en que nuestras vidas están condicionadas por todo lo que tenemos que hacer para vivir, así a secas.
Casi al mismo tiempo llega la consulta de una compañera de la India a quien conocí en un encuentro feminista en los que seguimos tramando conexiones que no siempre resultan en acuerdos pero permiten vibrar al mismo tiempo en días como el de hoy. Me pregunta qué vamos a hacer para el 8M, le digo que vamos a tomar las calles, que de los múltiples modos en que podemos vamos a volver a la huelga feminista. También le cuento del cansancio que se siente en el cuerpo por la crisis permanente a la que ¿nos acostumbramos? ¿resistimos? Ellas también están cansadas, me dice, de la construcción diaria, del dolor del mundo, “pero vamos a hacer una marcha grande de trabajadoras el 8, pidiendo por salarios dignos, trabajos decentes y libertad de asociación”.
No pude preguntarle por la libertad de asociación, la precariedad cotidiana obliga a hacer demasiadas cosas a la vez y la instantaneidad de los mensajes que se acumulan no ayuda a las conversaciones. El breve intercambio, de todos modos, da cuenta de lo que se agita en el planeta.
¿En que momento feminista estamos? La pregunta sigue resonando, más allá de mi respuesta apurada a otra periodista. Algo de ese cuestionamiento apareció en una charla sobre violencia política que compartí esta semana en el marco del ciclo Nosotras movemos el mundo que organiza el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad durante el mes de marzo. Participaban también Lucía Portos, militante peronista según su propia presentación —aunque también es parte de Ministerio de Mujeres y Géneros de la provincia de Buenos Aires— y Marisa Herrera, abogada e investigadora del Conicet.
Por supuesto estuvo en primer plano la persecución judicial a Cristina Fernández de Kirchner, la falta de respuesta y la naturalización del intento de magnicidio en su contra, la prisión que todavía sufre Milagro Sala y sus compañeras de organización justamente por eso, por organizarse. Y también otra pregunta: ¿Por qué pareciera que los feminismos corren en paralelo a la macro política? ¿Por qué se masculinizaron tanto los espacios de decisión después de la pandemia y sobre todo después de las elecciones de medio término de 2021?
Así como ahora buena parte de la derecha cada vez más extrema promete terminar con el “todes” —para simplificar— y avanzar sobre conquistas como el derecho al aborto, buena parte del campo popular parece acordar en que las políticas que abren las posibilidades de ser y de estar en el mundo por fuera de las reglas invisibles pero férreas del patriarcado son una molestia, una pérdida de tiempo y de poder en el plano electoral. Así es como Cristina aparece como única, “esa” mujer poderosa, sin igual. Y la soledad, en política y en militancia, nunca es buena compañía.
¿En qué momento feminista estamos? Vale la pena insistir y preguntarse porque si hay algo que no cesa también hay necesidad de seguir ampliando, encantando, enamorando. Los feminismos pueden disputar el desencanto que parece ser la caja de pandora de los votos de la derecha. Porque por definición nos enfrentamos a toda forma de opresión, la del hambre y el endeudamiento permanente, la del racismo, la de género, la de la heterosexualidad obligatoria … y sin embargo pareciera que tantas veces incubamos el huevo de la bicha que se muerde su propia cola.
La masividad de los feminismos que comenzó en 2015 y que continuó sin pausa en 2016 con el primer Paro Nacional de Mujeres, en 2017 con el inicio de los Paros Internacionales Feministas cada 8M, en 2018 con las históricas movilizaciones por el aborto legal que conquistamos en 2020 fueron una maquinaria arrolladora, una fiesta para las militancias, una casa abierta para describir el malestar, para poner en común el duelo y también para aliviarlo en la fiesta de estar juntes, de pelear juntes.
Pero también y a la vez ¿cuánto costó y cuánto cuesta narrar nuestras vidas como mujeres, lesbianas, trans, no binaries, travestis en clave de violencia? ¿Cuánto cuesta ahora mismo seguir repitiendo “paren de matarnos” poniéndonos todas y todes en el lugar de las víctimas? ¿Somos nada más que sobrevivientes quienes habitamos esa primera persona del plural y seguimos respirando? ¿Contamos cuánto le costaron los escraches al tejido social de les adolescentes feministas? ¿Por qué se insiste en discutirle a lxs trabajadorxs sexuales que no puede ser trabajadorxs? ¿Cómo es que aparecieron entre las jóvenes los discursos biologicistas que pretenden explicar la opresión desde la anatomía genital y reproductiva? ¿Por qué señalamos la pedagogía de la crueldad que impone el sistema patriarcal y apenas nos inmutamos frente a ciertas condenas a cadena perpetua?
El punitivismo, esa ilusión de que castigar resuelve la violencia social, esa ilusión de que se puede segregar a algunos como si así se salvara el resto, es uno de esos huevos de serpiente que incubamos. Ocupar todas y todes el lugar de las víctimas es otro. Porque el patriarcado es un sistema de opresión, pero no somos solamente víctimas. Nos oponemos a ese sistema porque lo develamos y a la vez inventamos fugas, intentamos, fallamos, nos enchastramos, gozamos a contramano de cualquier corrección política, intentamos otras maneras de cuidarnos, fallamos, nos reconocemos en otras, en otres, fallamos.
Los “momentos feministas” no son estables, al mismo tiempo que se toma una herramienta sindical para denunciar y demandar contra la precariedad de nuestras vidas habrá discursos sobre las ventajas del emprendedurismo, el empoderamiento personal y la necesidad de más CEOS mujeres en las empresas extractivistas. Al mismo tiempo que se exige democratizar el Poder Judicial y por el cese de la persecución judicial a líderes políticas habrá demandas de penas más duras para delitos contra la integridad sexual —como ya se pidió en algún momento, ¡hasta castración se pidió!—, por ejemplo. O se seguirá insistiendo en pedir, como si eso fuera Justicia, que se aplique la prisión perpetua. No en nuestro nombre.
Queda entonces insistir en la pregunta ¿En qué momento estamos? ¿Cómo desarticulamos la naturalización de la crueldad? ¿Cómo disputamos también la fiesta de luchar juntes por un mundo otro? Cómo le robamos a las derechas una idea de futuro que no sea a costa de excluir, de cancelar, de castigar. Cómo defendemos la libertad de planear cómo tomar el cielo por asalto.