Escribo poesía desde hace algunos años. Cuando tengo enfrente el Docs abierto y el guioncito titila severamente en la página blanca, mis dedos toman impulso y en la cabeza titilan débilmente ideas, sale un ritmo, se encadena a un sabor, de a poco caen las palabras, se arman los versos, fluyen hasta armar toda una estrofa. Pauso. Edito y edito. Defino el ritmo y se forma un poema.

Para escribir necesito seguir ese impulso sonoro y de alguna forma siempre está presente la cumbia. Ese ritmo bailable tocado por toda una orquesta de músicos, o por un chaboncito con su compu, ya sea inventada por un lisiado tocando su órgano postrado en una cama, o con actores que fingen tocar instrumentos mientras hacen bailes sincronizados. La música de fondo que sonaba del minicomponente en los asados de mi abuelo ("El Campanero", Onda Sabanera), por la compactera del auto de papá yendo a Villa Gesell ("Paisaje", Gilda), cantaba picarescamente en la primaria ("Estoy saliendo con un chabón", Los Sultanes), retumbando en mis primeras salidas por boliches de Ciudadela ("El cielo se quedó sin estrellas", Cumbietón). Un movimiento popular que me interesa es cuando suplantan las letras para convertirlas en cánticos apasionados de hinchadas violentas. La constante mutación del ritmo cumbianchero. De merengues y salsas caribeñas pasaron a cumbias argentinas. La cumbia villera agarraba una canción popular y la vuelve villera. Las vedetongas usaban la cumbia para ser picarescas y zarpadas. Las maricas caemos rendidas por una vedetonga cumbianchera que es picaresca y zarpada. Bajo ese criterio, Noelia Pompa y su “Haceme la co” es una canción que me gustaría recomendar en esta sección de cultura.

Noelia es una estrella local: bailarina, actriz, exuda glamour y presencia. Ganó 2 Bailandos por un sueño. Pero es más conocida por tener pseudoacondroplasia. Es casi enana. No tiene los rasgos típicos ni la movilidad reducida. Criada en la municipalidad de Merlo, su hambre artística la trajo a la gran ciudad. Forma parte del grupo de cumbia Las Chikis, dónde las integrantes eran enanas y las canciones hablaban sobre ser enana. Manejadas por dos hombres, les hacían grabar un tema, ir a un programa de chimentos o de humor para que se rían de las enanas. Una eterna secuencia del secundario. Noelia se va de la banda y saca su tema “Haceme la co” en solitario. En la canción, ella quiere una copia del CD de Las Chikis, que le trae muy gratos recuerdos, pero quien le habría prometido esa copia parece no darle bola. Una temática muy dosmilera de quemado de discos y copias piratas. Lo jugoso de la canción es su burla al oyente: en todo el estribillo amaga con ser un himno a la práctica del sexo anal, en donde ella entregaría su segundo agujero con tal de tener su preciado disco. Pero nunca termina de decir la frase que uno quiere escuchar. La música (y la poesía) no deben satisfacer a su oyente. Noelia Pompa canta una cumbia que no habla de su enfermedad, habla de su deseo. No se mofa del pene de un hombre comparándolo con un chizito. Ella no está dolida por cortar con un cornudo celoso calentón. Ella no quiere esparcir su mensaje evangélico. Ella horroriza. No sólo por su tamaño, por su letra zarpada, sino también por su actitud: es despampanante. Pisa un escenario como una artista atrevida que se sexualiza alejándose de la infantilización, padecimiento adicional en la gente con discapacidades. Ante su arte, la respuesta que recibe sigue siendo la ignorancia de los comunicadores ante un cuerpo distinto. Panelistas re duros la quieren alzar como trofeo, como una criatura, pasársela como una pelota de volley. Panelistas putos se suman al chiste, sin empatizar con la opresión enana de ser juzgado por como sos y te quieren mandar a la hoguera por eso. Se le ha llegado a decir en televisión abierta “Vos tenés un estacionamiento para un fitito y yo tengo un Torino”, en alusión de negar cualquier práctica sexual con un cuerpo enano. Y la respuesta a todo ese juego mediático es “Haceme la co”. Dónde Noelia parece un personaje salido de También los enanos empezaron pequeños (1970) una de las primeras películas de Werner Herzog. Es parte de ese clan de enanos destructores de las normas civilizadas, con diversión y crueldad. Es así, como su figura actúa como espejo: Aquel que sintió el rechazo, quién no puede definirse, ver para qué lado tira, se ve reflejado tanto en la pantalla de la televisión como en el rostro gatuno y desafiante de Noelia.

Las luces rojas de las cámaras están iluminándote. Grabando señor director. La mirada que juzga estupefaciente al monstruo está detrás del lente. Bajo la luz del reflector principal tenes que dar una perfo. Cerrarles el orto para que dejen de ver tu enfermedad frente a tu nombre propio. No sos La enana Noelia. Sos Noelia… No, no sos Noelia. Sos tu brillo que se alimenta de tus inspiraciones y tus referentes. Una constelación. Y ahí ves el otro lado de lo que tanto soñaste. Rostros desconocidos que te piden autógrafos y fotos. No te tratarían así si no supieran que bailás como la puta madre ¿Qué queda para la enana contadora? ¿Las otras enanas de Las Chikis? ¿Una niña con pseudoacondroplasia que se compara con el resto de sus compañeritas? La eterna jodita entre gente que actúa como chabones. El peso de sus ojos cuando ven tus manitas muñones. El arte caretea todos los prejuicios y justifica la brutalidad de tu entorno.

Gracias a Noelia y su cumbia zarpada aprendí que las letras pueden tener humor, picardía, desparpajo, acidez mientras haces bailar a la gente. Los monstruitos pueden ser bufones y asesinos al mismo tiempo. Un poema tiene que incomodar a sus oyentes. Tiene que traer a la escena aquello que decidimos pasar de largo. Un poeta escupe y se banca las mordidas. Cuando me paro a leer un poema me siento como Noelia.

Cito su letra que quedó encadenada en mí: Haceme la co/ Haceme la co/ Haceme la copia del CD que quiero/ Ponela en el or/ Ponela en el or/ Ponela en el orden que yo más prefiero/ Si me haces el cu/ Si me haces el cu/ Si me haces el cuento que no tienes tiempo/ Verás mi oje/ Verás mi oje/ Verás mi ojera del llanto que tengo./ 

Lucas Olarte (1991) es poeta y productor. Publicó su libro de poesías Diablada (2020) por Ed. Socios Fundadores. En 2021 lanza Diablada Remixada una cruza entre música y poemas. Ese mismo año, junto a Carlos Bastidas abren PUTICLÚ, bar marika del centro que cada noche ofrece algo diferente, en Marcelo T de Alvear 980, Retiro, CABA.