Agustín Amicone transita su cuarto mandato como secretario general de la Unión de Trabajadores de la Industria del Calzado de la República Argentina. Junto con un grupo de empresarios del sector, avalados por la Cámara de la Industria del Calzado (CIC) que lidera Alberto Sellaro, con el apoyo técnico del ministerio de Producción de la provincia y el impulso de la diputada nacional Constanza Alonso, impulsa un régimen de promoción de la industria del calzado. Mientras trabajan en los últimos detalles, previos a la presentación, Amicone analiza la evolución de la industria en las últimas décadas, su transnacionalización y deslocalización, y las posibilidades de convertir a Argentina en un jugador que no compita sólo por precio.
En los próximos meses, habrá una presentación detallada del proyecto de ley, pero Amicone adelanta a Buenos Aires/12 que la iniciativa incluye un registro de importadores, la sustitución gradual de calzado por componentes y de componentes importados por nacionales, una política de precios para el mercado local y la creación de un instituto. "Lo más destacable es que acá hay un proceso de trabajo sistemático, de trabajadores y empresarios, sectores público y privado, en defensa del trabajo argentino", dice el gremialista que, en ese sentido, espera que el régimen de promoción pondría a la industria mínimamente a salvo de una hipotética "nueva ola importadora y desindustrializadora", como la del período 2016-2019.
--¿Qué pasó con la industria del calzado en los últimos años?
--Lo que ocurre es que, en las últimas décadas, la industria del calzado se transformó, por una serie de factores, que van de los vaivenes políticos y macroeconómicos del país a tendencias globales de moda y consumo. Antes se usaba un calzado de vestir, en el caso de las mujeres, con taco, en el caso de los hombres con puntera y contrafuerte, que era intensivo en mano de obra y requería una alta calificación de los trabajadores. Eso fue cambiando, ahora se usan otro tipo de zapatos, que tienen una vida útil de dos o tres años. Aquellos zapatos, se hacían en talleres, ubicados mayormente en Lomas, Lanús, Avellaneda, San Martín, La Matanza, y se apalancaban en la enorme cantidad y calidad de cuero vacuno disponible, porque Argentina faena más de 10 millones de cabezas anuales. Esa industria del calzado, la del siglo pasado, no desapareció, pero se redujo mucho y resiste. Hoy, la cadena del cuero exporta mil millones de dólares anuales. Con trabajo, planificación y desarrollo, podría exportar mucho más, para un público global exigente y de ingresos altos.
--¿Pero la tendencia global es otra?
--En el mundo, las preferencias fueron para el lado del calzado deportivo y ese calzado lo producen jugadores globales, que deciden en qué lugar del mundo ensamblar sus componentes donde encuentran el costo más bajo. Nosotros tuvimos un estallido en 2001 y en los años siguientes necesitábamos desesperadamente empleo. Entonces, entre 2004 y 2007 aproximadamente, aparecieron las primeras ensambladoras, que demandan más empleo porque son más grandes, pero comparativamente menos calificados y peor pagos. Entre nada y eso, en su momento nos aferramos a eso, porque mi teoría es que, con empleo, uno discute salario, condiciones, convenio, lo que quiera. Pero sin empleo, no discute nada. O discute miseria. Por eso, creemos que es el momento de pegar un salto, de pasar del ensamblado a la fabricación, cada vez con más componentes nacionales. Ya tenemos capacidad instalada en Chivilcoy, Las Flores y Coronel Suárez, por ejemplo.
--¿Y cómo incidiría este régimen de promoción que uds. plantean?
--En la Argentina posterior a 1976 hubo momentos de crecimiento industrial y momentos de contracción y pérdida de empleo. Pero nunca más hubo planificación industrial y la industria necesita planificación y promoción. Puma, en los años setenta llegó a integrar un 90% de componentes nacionales. Hoy, llegar a 50 y 50, como plantea el proyecto, es un objetivo muy razonable. Pero para eso hay que compatibilizar intereses, que es lo que venimos haciendo en nuestro sector. La ley es la garantía mínima de continuidad para la actividad de nuestro sector.
--¿Lograron un acuerdo entre capital y trabajo?
--Claro, porque tenemos intereses similares. Nuestro objetivo es que haya empleo y para eso hay que fabricar calzado. El interés de Juan Recce (N de la R: el titular de la firma Bicontinent.ar) y sus socios es producir, porque no están detrás de un negocio financiero. Ese es el espíritu que necesita una burguesía nacional. No cualquiera reúne inversores, arma un pool, toma riesgos. Por eso creo que merecemos un trato más generoso por parte del Estado y rescato el compromiso del ministro de Producción, Augusto Costa, y de la diputada Constanza Alonso. Porque ni Recce ni ningún empresario argentino tiene la misma espalda financiera que una marca internacional, con la que se tiene que sentar a negociar condiciones, cuotas de producción, precios, números. Cuando cierra una fábrica es un drama, un duelo. Frente a eso, nadie se salva solo. Por eso este régimen.
--Nombraste tres localidades del interior bonaerense: Chivilcoy, Las Flores y Coronel Suárez. ¿esta industria puede ser un factor de desarrollo de ciudades pequeñas?
--Eduardo Bachelián, el dueño de Gatic, que en su momento fabricaba Adidas, llegó a tener una fábrica en Huanguelén, una localidad de 5 mil habitantes en el centro oeste de la provincia. Hay una percepción compartida por los empresarios: cuando se alejan del conurbano, la tradición sindical es menor y eso les evita o les reduce determinadas tensiones y les permite vivir más tranquilos, aún cuando el salario sea el mismo. No me atrevo a asegurar que tenga una incidencia demográfica, pero puede ocurrir algo de eso en el mediano plazo.