Es difícil determinar a rajatabla cuál es el modo correcto de tratar desde los medios de comunicación la muerte de Iván, el niño trans que se arrojó de un balcón en Barcelona junto con su hermana gemela. Es necesario adentrarse en las problemáticas, tratar de ponerse en el sitio desde donde se enuncian las diferentes posiciones (aún cuando nos resulten antipáticas) y mirar los eventos como parte de un proceso en desarrollo.
A cientos de miles de kilómetros del sitio dónde ocurrió el lamentable deceso de Iván y sin poder zanjar las distancias políticas y culturales que tenemos con el pueblo catalán, todas nuestras aproximaciones serán inexactas. Este, será también un vano intento por comprender las tensiones íntimas y las disputas políticas que se ponen en pugna en torno a la identidad de las personas trans, en especial cuando estas no están presentes para poder defenderse.
Las primeras noticias sobre la muerte de Iván no evidenciaban su proceso de transición. Simplemente conocimos el caso como la muerte de “las gemelas” argentinas en Barcelona producto del bullying recibido dentro del ámbito escolar. Poco a poco, fuimos conociendo los detalles y desarmando ese primer conglomerado de “las gemelas” para darnos cuenta de que cada unx de lxs hermanxs vivía de forma distinta el acoso escolar. Supimos que ambxs eran hostigadxs por ser argentinxs y por no tener dominio del catalán.
La aparición de la cartas dejadas por Iván y su hermana nos ayudaron a conocer que incluso la decisión de suicidarse tuvo matices: Iván declaraba abiertamente su hartazgo por la violencia recibida y por la carencia de horizontes para su vida, mientras Leila simplemente expresaba que deseaba acompañar a su hermana (sic), incluso hasta el final.
En aquella carta Iván utilizaba pronombres femeninos para referirse a sí mismo y también lo hacía su hermana al mencionarlo, sin embargo al tiempo trascendió que había manifestado a su círculo íntimo de amistades que “se sentía un chico” y deseaba ser llamado Iván. De hecho se supo que los compañeros del colegio lo molestaban llamándolo “Ivana” y tildándolo de “marimacho”. Así, fuimos conociendo que el bullying no obedecía sólo a su condición migrante, sino también a su identidad trans.
En un primer momento los padres y familiares se manifestaron públicamente sobre la identidad de Iván. Se conoció que durante el entierro la madre mencionó el nombre escogido de su hijo, y también sus abuelos mencionaron que se había cortado el pelo muy corto y manifestó que deseaba ser llamado Iván.
Sin embargo, la semana pasada los padres emitieron un comunicado dónde dejaban en claro que no deseaban que la muerte de su hija (sic) se convirtiera en un circo mediático, ni se utilizará con intenciones políticas. El cierre de dicho comunicado afirmaba en contundentes mayúsculas que “No se llamaba Iván, se llamaba Aldana”. Aunque nos pueda parecer chocante esta decisión de la familia de fijar el género de Iván de un modo distinto al establecido por él, no se trata de un hecho singular.
En otros casos similares, como los de Santiago Cancinos y Tehuel de la Torre, la primera reacción de la familia es la de negar la identidad autopercibida de sus hijos quizás sin malas intenciones, pero conmocionados por la noticia en un momento tan sensible. En el caso Cancinos, al igual que con Iván, la identidad de género se fue conociendo poco a poco y a través de las voces de las amistades. Y es que muchas veces la primera transición de las personas trans es con sus amistades y congéneres, antes que con los padres, debido al temor de ser juzgados, corridos del hogar o castigados.
Los padres de Santiago Cancinos debieron atravesar lentamente su propia transición y asumir que en la búsqueda de su hijo un paso fundamental era reconocerle tal como se sentía. Es presumible que también para la familia de Iván, quizás, no sea este trágico momento el más oportuno para procesar la noticia sobre su identidad de género.
Estos desafíos se han trasladado también a los medios de comunicación que optaron por distintas maneras de tratar el caso. Algunos persisten aún en hablar de “las gemelas” de Sallent, mencionando casi como una nota al pie la identidad de género de Iván. Otros remarcan la cuestión, pero no la trasladan a fondo en el abordaje de sus notas. En ciertos casos usan la fórmula “Alana/Iván” cómo una alternativa fácil para zanjar el debate. Los medios más progresistas y pro-LGBT optamos por llamar a Iván por su nombre escogido, aún ante la negativa de sus familiares.
Y es que tal cómo fue expresado en su reciente comunicado, la muerte de Iván es un objeto de tensiones políticas disputado de un lado y otro de la grieta, pese a quien le pese. El suicidio de Iván nos deja un mensaje a quienes sobrevivimos y alerta a la sociedad sobre el peligro de la transfobia y la xenofobia. Es inevitable que su muerte sea leída en clave política y de hecho, nos corresponde a quienes trabajamos en medios de comunicación, informar desde esa clave atreviéndonos a politizar nuestras prácticas.
Es imposible determinar el modo “correcto” de informar sobre la muerte de Iván y su identidad de género, debido a las lagunas en el relato y lo inasible de su existencia; pero sí podemos determinar un modo acorde a nuestros principios políticos para hablar del tema. Es un absurdo escondernos en la pretensión de verdad sobre la identidad de Iván, cuando toda identidad es mutable y social.
Sin embargo, el hecho de que comunicar de modo respetuoso sobre la muerte de Iván represente un desafío complejo para los medios de comunicación y que se deban sortear las tensiones políticas y las expresiones sensibles de los familiares, siempre es posible tomar como referencia los marcos legales vigentes y las voces trans.
Tanto en España, tras la reciente sanción de la Ley Trans, como en Argentina con la Ley 26.743; la identidad de género de una persona debe respetarse aún sin la realización del cambio registral a simple solicitud verbal de la persona. Existen además cientos de organizaciones trans, que desde diferentes perspectivas, pueden contribuir a una comunicación respetuosa y asertiva sobre la temática.
Que no existan modos correctos, no impide que siempre podamos encontrar mejores modos para dar aquellas discusiones que harán la diferencia para garantizar las libertades de nuestras infancias por venir.