Marilú Marini sabe tener la chispa de la caricatura, acepta las poses de La mujer sentada y es historieta y dibujo sobre un escenario negro, ella se desmadra y asume el texto como si fuera una forma elástica, un ejercicio que entiende en su humor mínimo y malicioso.
El montaje de los textos de Copi arma una dramaturgia nueva. Un modo de ficción donde la teatralidad consigue esa coloración expresionista del blanco y negro, esa fogosidad de una actuación que quiere hacer saltar las palabras como si se chocaran entre ellas en una escena poblada de personajes que Marini inventa con esa mirada entre cautivante y excéntrica, permite el pasaje a la biografía que en Copi siempre se construye en el dato falso, producto de un recuerdo que tiene mucho de deseo. El amor hacia Buenos Aires se declara en esas imágenes de roces en el colectivo, donde la furia del conductor parece un motivo para la excitación. La nostalgia en Copi se delata en la idea extravagante de cines donde todos copulan. En esa persistencia de una sexualidad ruidosa y pública en la descripción de Buenos Aires, Copi hace del amor y la nostalgia elementos desencajados y graciosos.
Marini sabe cómo transitar esos diálogos absurdos, inspirados en el nonsense donde la vida de una soñadora se compone de una docena de despertadores que suenan a la vez y hombres subidos a los árboles de su jardín que podrían estar muertos pero con los que establece una conversación despojada de toda trama, construida en los detalles sobredimensionados de una imaginación que hace de lo infantil su adversario. De algún modo Copi siempre batalla con la inocencia pero la usa como impulso de su humor desconcertado. El mundo de El día de una soñadora está arrebatado de recursos ínfimos que él deja en la intemperie de un territorio vacío. Al igual que esa Mujer sentada de sus historietas que parecía estar en un no lugar. El enorme escenario del Teatro Cervantes permite que el detalle y la gestualidad habiten como un todo la escena y sean, en la actuación de Marini, la encarnación de imágenes que se desprenden como iluminaciones fugaces.
Si un descendiente de Georges Méliés toca el piano junto a Marini se podrá decir que toda la puesta de Pierre Maillet tiene algo de la estética del cine mudo y que los gestos y movimientos de Marini parecen inspirarse en esa necesidad expresiva.
Pero Copi no solo está presente en su escritura. Hay en la complicidad de Marini con el público un guiño que parece invocar a Raúl Botana y traernos ese río plateado de la fuga para pensar la historia desde su costado más indigerible.
El peronismo que aparece en Copi como un enemigo sobre el que no puede dejar de escribir, no deberá limitarse a la encarnación del antiperonismo que se encuadró en la familia Botana. Él hizo de su odio una poética dislocada en la que se involucró como un hijo más de esa raigambre plebeya. Copi escribió contra Perón y contra Evita como si los interpretara en una actuación paródica para burlarse de sí mismo. No olvidemos que satiriza sus años finales con sida en Una visita inoportuna y se ríe de su homosexualidad. Jamás se considera ajeno al motivo de su saña. No tenía por qué ser piadoso con el peronismo.
Marini es una conocedora lúcida de esa biografía que se corre del testimonio para generar una contienda entre opuestos sin hacer foco en la propagación de conflictos sino en un interés extasiado por mostrar la exageración y allí destruir el verosímil.
Sexo y peronismo son las formas escénicas de una política donde la farsa y la tragedia están sueltas y pelean para no apagarse nunca.
El día de una soñadora se presenta los lunes a las 20 en el Teatro Cervantes.