Vino, chori, libros y bailongo en Villa Crespo. La Francachela de Aristipo está siempre junto al pueblo. Esta mítica fiesta para comer, beber, ver libros y bailar, organizada cada tres meses por la librería de usados Aristipo, del escritor y librero Patricio Rago, celebra este sábado a las 19 en Scalabrini Ortiz 605 (casi esquina Aguirre) la primera reunión del año, la número 16 desde que empezó en 2017. La palabra “francachela” -una reunión de varias personas para divertirse sin moderación, una juerga o diversión desmesurada- no suele estar asociada a los libros. La lectura aparece como una actividad “seria” y solemne, alejada de la idea de goce y felicidad. “Al mundo del libro hay que desacartonarlo un poco. Tal vez haya demasiado cóctel en lugares caretas y falte un poquito más de calle, de barrio”, reconoce Rago, creador de la FLU (Fiesta del Libro Usado), también conocido como “el Roberto Galán de la literatura” por la cantidad de parejas que se han formado en las francachelas.
La Francachela de Aristipo arrancó en 2017 como una movida alternativa a la Noche de las Librerías. Un amigo de Rago que vive en la Boca lo invitó a un cumpleaños y sacó la parrilla a la vereda de su casa. “Yo ya me había olvidado de que esa era una práctica común cuando éramos chicos y de hecho no tenía idea de que se podía hacer. Me pareció algo loco y a la vez hermoso esto de recuperar la vereda como espacio de socialización y disfrute. A mí me encanta estar en la calle; siempre me gustó sacar las sillas a la vereda y mirar a la gente pasar. Es algo que hacían nuestros padres, nuestros abuelos, y que no solo nos conecta con el barrio, con la comunidad, sino que además está buenísimo”, recuerda el librero, autor de Ejemplares únicos, quien tímidamente probó una noche en la vereda de Aristipo, una pequeña librería de usados especializada en literatura, filosofía y ciencias sociales que abrió en 2015.
“Nos juntábamos, prendíamos la parri y tirábamos unas carnes como ha hecho la humanidad desde tiempos inmemoriales. Se armaban unas tertulias hermosas en las que se discutía de literatura, de fútbol, de política. Una de esas noches un amigo propuso hacerla en versión grande, y otra noche, mi bienamada dijo que se venía la Noche de las Librerías, y nos cebamos con la idea de hacer una paralela. Y así fue. Así nació”, resume Rago y aclara que los chorizos los compra en Torgelón, una cooperativa recuperada, y los vinos son de Origen Andino, una pequeña bodega de unos amigos: “Bancamos la Economía Social, Solidaria y Popular”.
Que los libros y la lectura estén del lado de la seriedad y la formalidad, a contrapelo del disfrute y la alegría, puede deberse a dos razones, según plantea Rago. “Leer es un acto solitario que muchas veces opera como un refugio ante la realidad, y cuando leemos estamos quietos, concentrados en la lectura, todo lo que nos pasa -el furor, las emociones, los pensamientos-, todo eso nos pasa por dentro, no lo solemos expresar”, precisa el librero y confiesa que una vez le agarró un ataque de risa mientras leía el Quijote en un colectivo. “La gente me miraba, no debía entender nada”. La segunda razón es que “siempre hubo cierta intención política de presentar a la lectura como algo solemne, para unos pocos, porque es una forma de mantenerla alejada de las clases populares”. El creador de Aristipo profundiza su razonamiento. “Cuando leemos nos pasan un montón de cosas: no sólo gozamos, sino que también consumimos menos, nos desaceleramos, rompemos con la alienación y empezamos a cuestionar ciertas cosas, y eso no le conviene al poder”.