Música clásica argentina. Eso es lo que Los Amigos del Chango dice que hacen, levantando una bandera que viene plantada ya por quien les dio el nombre y creó esta orquesta, el gran Chango Farías Gómez. Tras la muerte del compositor e incansable armador, este que fue su último proyecto, podría haber quedado trunco. Sin embargo, los once integrantes que vuelven poderosa a esta banda sostienen la obstinada decisión de seguir adelante, levantando esa bandera. Y aquí están Los Amigos del Chango, con nuevo disco –Música clásica argentina Volumen 2, un nombre con el que plantan toda una reivindicación– y preparando una fecha importante en Buenos Aires. Hoy a las 21 en el ND Teatro (Paraguay 918) será la presentación en sociedad de este disco recién editado, a la que seguirán otras como la del próximo Festival de Cosquín. 
El repertorio que presentan es muy variado y, al mismo tiempo, está unido por ese modo de hacer asumido como herencia y compromiso: el de abordar un repertorio popular y argentino, siguiendo los lineamientos que podría seguir una orquesta “clásica”. Obviar las barreras impuestas allí donde no debería haberlas. Desde este espíritu es que encaran una versión muy propia de “Durazno sangrando”, de Invisible, o una cueca de Remo Pignoni, “Vino nuevo”;  “La séptima”, de Eduardo Lagos, o una versión “muy grooveada” de la “Chacarera santiagueña”; a Yupanqui y los Hermanos Díaz con su chacarera “La olvidada” y a Gardel con “Melodía de arrabal”. 
Los Amigos del Chango son muchos, grandes músicos con trayectorias destacadas: Rubén “Mono” Izarrualde (flauta y voz), Luis Gurevich (piano), Néstor Gómez (guitarra y bombo legüero, en quien recae la responsabilidad de los arreglos que luego completan entre todos), Jerónimo Izarrualde (batería y voz), Ricardo Culotta (trompeta y fliscorno), Omar Gómez (bajo), Aleix Duran (clarinete, clarinete bajo, saxo tenor), Santiago Martínez (violín), Manuel Uriona (percusión), Daniel Gómez (bandoneón), Agustín Balbo (guitarra eléctrica). Juntos se dieron el gusto de hacer este disco “con el sabor del grabado realmente en vivo”. La orquesta en el estudio, y a grabar. “Hubo apenas alguna sobregrabación de algo que quisimos arreglar, o de voces, pero en general suena la orquesta como sonó un día entero que nos metimos a grabar. El resultado es hermoso, suena la esencia de la orquesta. No sé cómo decirlo de otro modo: es muy de verdad”, se entusiasma Gurevich. 
–¿Hay que trabajar más para sonar “de verdad”?
L. G.:
–Y sí, cuesta mucho llegar a ese “de verdad”, pero es una de las cosas que más me gusta de la orquesta. Más allá de todo lo que significa y de estar tocando con mis compañeros, en un momento de tantas máquinas –que yo también he usado y uso–, es un cable a tierra. Somos músicos tocando en el momento, y cada versión es única. 
M. I.: –Ahí está la impronta que nos dejó el Chango: en esa manera de trabajar con libertad, pero a la vez lo más armado, lo más fino posible. Llegamos al estudio con cada arreglo pulido y ensayado, marcamos cuatro y entramos, y sale fenomenal. No es fácil llegar a eso, tiene que haber mucho entendimiento, trabajo previo. Más cuando se trabaja de un modo en que todos somos lo arregladores. Porque si bien Néstor es el que trae el arreglo general, cada uno de nosotros aporta y, recordando cómo lo hacía el Chango, por ahí dice: acá lo podemos bajar de tal modo, acá puede ir el cuatrillo, el viejo le pondría tal cosa… 
–La figura del Chango siempre está presente, desde el nombre y en el modo de hacer. ¿Qué les dejó, en lo personal?
L. G.:
–Ha sido nuestro referente, nuestro compañero y amigo. Yo trabajé con él entre el 84 y el 85, en la MPA, y luego con Los Amigos del Chango en el tiempo que él estuvo. Pero más allá de eso, hubo una amistad, compartimos navidades, ensayos, días y noches de zapadas como las de Jazz y Pop, que fue la génesis de la orquesta. Un tipo que permanentemente pensaba cosas: cada proyecto que tuvo, lo gestó, lo remó, revolucionó todo, y cuando todo el mundo lo descubría y empezaba a armar cosas parecidas, lo rompía y hacía otra cosa. Por eso proyectos como La Manjija duraron un disco, o un par de años. 
M. I.: –Quedó esto de ir por todo con el compañero, de que el compañero es tan o más importante que uno. Que hay que tenerlo cerca todo el tiempo y seguirlo amorosamente para que responda, que sepa que es parte del grupo y de esto que es la música argentina, hecha de esta manera, de este lado, con mucho trabajo, con harta pasión. 
–¿Cuál es el desafío que se abre ahora para la orquesta?
L. G.: –Poder llevar la orquesta por el país, moverla, mostrarla. Nos invitaron a Cosquín, es una alegría que la orquesta empiece a ser tomada en cuenta en los festivales. Somos once y trabajamos de forma independiente; es difícil pero no imposible. Son tiempos muy difíciles para la cultura, lo sabemos. ¡Hoy el Himno Nacional tendría que ser “Todo a pulmón”! (risas). 
M. I.: –Tenemos muchas cosas por delante, y somos agradecidos: a Jaime Torres, por ejemplo, que prendió la mecha en Cosquín y nos recomienda en todos lados. Estamos craneando un viaje a Europa, porque tenemos invitaciones, nos falta ver cómo hacemos para llegar. Vamos a pasar por Cancillería, teniendo en cuenta que es una orquesta que hace música argentina y que puede representar al país.