No hay nada más monstruoso que ser un adolescente. Lo más parecido a un X-Men es un adolescente: una persona con un cuerpo deforme, la piel un poco grasosa y una tormenta de confusión mental que sólo contribuye al desequilibrio emocional. Es ahí, en la adolescencia, donde todo es intenso y visceral, aunque las situaciones que aparezcan sean ridículas. Es ahí, en ese momento de la vida, en la que está Mungo, el personaje principal de la última novela de Douglas Stuart, el escritor y diseñador de indumentaria escocés.
Un lugar para Mungo es el título de este libro, ambientado en los primeros años de la década del 90, poco después de que Margaret Thatcher abandonara el cargo de primera ministra del Reino Unido. La historia transcurre en Glasgow, una ciudad de Escocia, y tiene dos líneas de tiempo que se entrelazan a lo largo del libro: por un lado, una transcurre en el mes de mayo y cuenta un viaje de pesca que hace Mungo con dos hombres; por el otro lado, la segunda línea sucede unos meses antes, en enero, y cuenta la relación que el protagonista tiene con James, otro adolescente de la ciudad.
Lo que aparece en la superficie de Un lugar para Mungo, es la sordidez del relato. Esta no es una historia cute de una adolescencia gay, sino más bien todo lo contrario. No tiene el encanto de Heartstopper, ni nada que se le parezca. El protagonista de esta historia está inserto en una familia que se cae a pedazos, con una madre alcohólica, un padre fallecido, un hermano violento y una hermana que trata de mantener lo poco que queda a flote trabajando sin parar en un café. La sordidez del contexto va más allá y se mete adentro del cuerpo de protagonista, que está lleno de tics, que se rasca la cara compulsivamente, que recibe golpes todo el tiempo. Un lugar para Mungo, es una novela que narra una carrera por la sobrevivencia, muestra las grietas que un adolescente debe encontrar en el mundo que lo rodea para poder seguir con su vida sin salir demasiado lastimado.
Esta violencia aparece en las dos líneas temporales del libro, la de enero y la de mayo. Sin embargo, en la segunda –la que narra el viaje de pesca que tienen Mungo con dos hombres– esto se acentúa más. Las dos personas que acompañan al adolescente, St. Christopher y Gallowgate, son dos compañeros de Alcohólicos Anónimos de su madre. Lo único que mantienen del grupo de rehabilitación es la parte de “anónimos”, lo otro sigue intacto.
En ese viaje, Mungo va a tener que enfrentarse a lo que más detesta que es, al mismo tiempo, todo lo que estos hombres representan: la idea de masculinidad. Durante esos días frente al lago, el protagonista tendrá que escuchar la manera en la que estos tipos hacen alarde de las mujeres con las que se acostaron y la humillación sistemática que aplican en su contra por su actitud de “maricón”.
Sin embargo, lo curioso de este momento de la novela no es que Stuart acentúa esta virilidad con olor a naftalina para burlarse o exponer lo anticuada que es la forma de ser de estos tipos, sino que también aprovecha ese contexto para sacar a bailar la sexualidad de Mungo. De una manera muy sutil, el autor muestra la violencia machista, pero a la par exhibe ciertos brillos homosexuales, por ejemplo: cuando estos borrachos se sientan, Mungo mira cómo se les marca la entrepierna gracias a sus jeans ajustados. No es únicamente un relato “políticamente correcto” en contra de la heterosexualidad tradicional: es también una historia de la astucia marica.
La pregunta por la manera en la que se construye el ideal de “hombre” –Mungo es arrastrado a ese viaje porque su madre considera que sólo así se convertirá en un verdadero “hombre˝– ha aparecido recientemente en la literatura y no sólo de la mano de autores queer, como es el caso de Stuart. Otro ejemplo de esto es Un hombre con suerte, del norteamericano Jamel Brinkley, en tanto el hilo conductor de los cuentos que componen este libro es la manera en la que se construye la subjetividad de los hombres masculinos y heterosexuales.
La otra pregunta que atraviesa toda la novela de Stuart tiene que ver con el despertar sexual y la forma en la que se establecen los primeros vínculos sexoafectivos. Siguiendo con las referencias, dentro de la literatura gay este tipo de novelas también es bastante tradicional. Se puede ver en Un beso de dick, del colombiano Fernando Molano Vargas, o en Las tres carabelas, de Blas Matamoro, por mencionar un ejemplo argentino. La particularidad de estas novelas es que la certeza no es lo que gobierna los impulsos de los personajes, sino más bien la desesperación: “yo quiero eso”, “yo quiero a esa persona” dicen los protagonistas de estas historias, aunque no sepan bien por qué.
Mientras Mungo sobrevive a los alcohólicos, el derrumbe de su familia y la violencia social, va a entablar una relación con James, otro chico de Glasgow que pasa sus días alimentando palomas en un palomar que construyó. Lo que va a proponer Stuart con la relación de estos dos personajes no es un toque marica en un contextomachista, sino más bien una fantasía de escape. El encuentro entre Mungo y James es una forma de narrar la salida del contexto en el que están inmersos estos dos adolescentes. Quizás no sea cada uno de ellos lo que retiene al otro, sino más bien el hecho de que es ahí, en ese espacio entre ambos, que los dos no enfrentan ningún tipo de violencia. La relación funciona para ellos como un espacio de libertad.
Lo que va a proponer Stuart en Un lugar para Mungo es un relato que va a dar cuenta de cómo es el funcionamiento de una parte de la sociedad escocesa, mientras se permite dar rienda suelta a una aventura de amor gay. Es una novela impulsada por fuerzas contrapuestas y personajes antagónicos, un relato que avanza en la medida que crecen las piñas, las violaciones, los insultos y también los besos, el amor y una esperanza de fuga.