El calor del verano paraguayo es, quizás, el más abrumador del continente. Es febrero y pocas combinaciones entre clima y lugar pueden estar tan relacionadas con lo que sucederá en las oficinas de la Conmebol. Porque esta historia parece estar sacada de una de esas series que paralizan el mundo con cada capítulo nuevo. Claro, el desenlace no se le hubiese ocurrido ni al guionista más afamado de Hollywood. Nada más caliente pudo pasar en el continente que esta historia en Luque, la del detrás de escena del día que Joseph Blatter dio el puntapié inicial de un campeonato paraguayo gracias a nada menos que Julio Humberto Grondona.

Históricamente, la Confederación Sudamericana de Fútbol se dividió en dos bandos: los del Pacífico, con Chile, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, y los del Atlántico, con Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. Ambos sectores siempre necesitaban el voto de Bolivia para definir cada pugna. Con el voto de Bolivia, los del Atlántico solían lograr el empate que, no por casualidad, forzaba una definición por parte del presidente, que era desde hacía años el paraguayo Nicolás Leoz. Una vieja frase del mundillo dirigencial del fútbol sudamericano es que “nadie puede manejar la Conmebol sin el apoyo de Argentina y Brasil”. Y tiene mucho de verdad.

Para entender la historia hay que situarse meses después de la Copa América 2011 que Uruguay ganó en Argentina. El poder del por entonces presidente Leoz se diluía debido a que su salud flaqueaba y el descontento del bando del Pacífico por el poco peso que tenía en las decisiones, crecía. Por eso, sus cinco presidentes comenzaron a armar el plan para quedarse con la Conmebol, manejada desde hacía años por Grondona. Porque todos sabían que el paraguayo Leoz era la cara del poder, pero que las decisiones era de quien fuera por más de tres décadas el dueño del fútbol argentino.

Varias reuniones. Muchas ideas. Hasta que los titulares de las asociaciones del Pacífico llegaron a un acuerdo. Tenían el plan listo e iban a ejecutarlo cuando lograsen conquistar el punto que definiría la votación a su favor. Tenían los argumentos para convencer a Bolivia. Ahí estaba la clave para tener éxito en el golpe a la mesa de un fútbol sudamericano que estaba próximo a sufrir las consecuencias de años de corrupción acumulada. Del otro lado todo seguía igual, con la calma de saber que las decisiones seguían siendo de unos pocos, muy pocos.

¿Qué papel jugaba Grondona en esta historia? En ese momento ninguno. El hilo de la novela se movía con otros protagonistas. Ellos querían lograr el famoso sexto voto que volcase todo a su favor. Y después de varios intentos y ofrecimientos lograron el sí tan esperado. Era cuestión de tiempo. Todos los caminos indicaban que una nueva era se iniciaba. En Luque, mientras tanto, los del Atlántico seguían con la tranquilidad de saber que eran los dueños de la pelota y que nadie iba a poder derrocar 25 años de presidencia de Leoz de un día para el otro. Pero el paraguayo que fue presidente de Libertad y que asumió en 1983, no se esperaba la ofensiva que se le venía. La idea de los del Pacífico era muy clara: crear la Mesa de Presidentes, un nuevo estatus en el organigrama de la Conmebol que estaría situado por encima del rol del presidente, quien pasaría a ser un espectador de lujo a la hora de tomar las definiciones más importantes.

 

Febrero recién comenzaba y Joseph Blatter se subió, una vez más, a un avión para emprender un viaje de negocios. Nadie, o casi nadie, sabía cuál era el destino de quien terminaría siendo, casi involuntariamente, el factor clave de la historia. El viaje de Blatter era un viaje secreto. Uno de los pocos que conocía el rumbo del presidente de la FIFA era Grondona, el responsable de que su amigo enfilara rumbo a destinos sudamericanos en una fecha inaudita. “Julio era un hombre práctico”, supo decir el suizo cuando vino al país a despedir los restos del histórico presidente de AFA, en 2014.  Es que sólo la cabeza del Padrino del fútbol argentino podía adelantarse como el mejor Gran Maestro de ajedrez a resolver una cuestión que se alumbraba decidida.

El día D llegó. La excusa para armar la revolución fue el Congreso Extraordinario de la Conmebol, uno más de los que se hacen cada año y en los que, en general, no se tratan temas demasiado importantes. Una rutina. Se hablaba un poco de todo y listo. Cada presidente tomaba su avión y se volvía a su país. Pero este era distinto. Pocos sabían que algo se venía gestando. El golpe ya estaba hecho en las sombras y Leoz iba a ser historia. Por eso cuando en la orden del día “los del Pacífico” anunciaron una votación por la creación de un nuevo ente dentro del organigrama de la Conmebol, todo estaba definido.

El aire se cortaba como pocas veces en una oficina tan grande como llena de discusiones desde que la sede del fútbol sudamericano se asentó en Luque, cerquita de Asunción, muy cerca del aeropuerto. Leoz se dio cuenta que sus horas como hombre fuerte de la Conmebol estaban contadas. Le quedaban minutos. “Empecemos la votación de una vez”, se escuchó decir de un presidente del bando ganador de antemano. Todos los caminos conducían al golpe sobre la mesa de los que siempre se sintieron desprotegidos ante el poder de los tres gigantes del continente. Es que Argentina, Brasil y Uruguay siempre fueron los caballos que tiraron del carro. Y el resto estaba cansado del poder de Grondona, Texeira y compañía. “Vamos a votar”, insistían deseosos de victorias políticas los del Pacífico.

Ningún final era más previsible que el de esa votación. Todos sabían que en la Conmebol para proponer algo hay que tener el resultado sabido de antemano. Pero nadie esperaba que Grondona saltara a escena. “Esperen un momento”, dicen que salió de su boca mientras se levantaba de la silla. Nadie en la sala entendía nada. “Quiero que esta votación la presencie un amigo”, agregó. Lo que pasaba era la escena cúlmine de una película de mafiosos italianos que dirimen sus asuntos a mano levantada. Pero esto no era Nueva York. Tampoco Chicago. Era Luque, el corazón del poder del fútbol sudamericano. La escena no transcurría en un bar de Manhattan, sino en el cuarto o quinto piso del edificio de la Conmebol. Sin embargo, los bretes de la historia eran los mismos. Mucho poder concentrado en poquísimas cabezas.

Ese amigo al que Grondona invitó a pasar no era otro que el mismísimo Joseph Blatter. ¿Qué hacía Blatter en una reunión de Comité Extraordinario en Paraguay y en febrero? Nada menos que se la carta ganadora de un Grondona que cuando se enteró del plan opositor, armó en secreto un blindaje para salvar la cabeza de Leoz. Se abrieron las puertas y el presidente de la FIFA entró paralizando a los presentes. Lo que era una votación 6-4 para los del Pacífico, terminó con un 10-0 a favor de la no aceptación de la “Mesa de Presidentes”, que buscaba licuar de poder a un Leoz cada vez menos influyente. 

“¿Qué hace acá señor presidente?”, preguntó incrédulo uno de los dirigentes que ya tenía la victoria casi consumada. Pero Blatter ni siquiera pudo contestar. El que tomó la palabra, y el protagonismo de siempre fue Grondona, que con su tranquilidad habitual al hablar lanzó el dardo final para tirar por la borda todos los planes de boicot a Leoz. Apuntó con el dedo uno por uno y disparó: “Lo traje para que sepa que vos, vos, vos, vos, vos y vos lo querían cagar al doctor”.  Pero la sola presencia de Blatter cambió todo. Grondona lo había hecho de nuevo. Un plan maestro.

Días más tarde, mucha gente se preguntaba cuál era el motivo de la presencia de Blatter en Paraguay en esa fecha del año. Tan irreal era la llegada del presidente de FIFA al suelo guaraní, que, como cortina de humo, 24 horas más tarde apareció en el centro del campo de juego del estadio Rogelio Lorenzo Livieres, una pequeña cancha con capacidad para 8.000 personas. El calor era casi imposible, pero el suizo tomó coraje y, después de recibir una ovación, dio puntapié inicial del Torneo Apertura paraguayo. Ese día Guaraní le ganó 3 a 1 a Independiente. Un día antes, Grondona había ganado otra de sus mejores batallas políticas. 

Blatter concurrió al estadio Rogelio Lorenzo Livieres, una pequeña cancha con capacidad para 8.000 personas, para dar el puntapié inicial del torneo paraguayo. En realidad, se trataba de una cortina de humo para maquillar su presencia en la votación de la Conmebol. Ese día Guaraní le ganó 3 a 1 a Independiente.