Después de que toda Buenos Aires estuviera empapelada con el regreso a los escenarios locales de Imagine Dragons, en octubre la banda estadounidense anunció que reprogramaba sus fechas en Sudamérica. Como si se tratara de un efecto dominó, sucedió lo mismo en otras partes del mundo. La noticia fue tan brutal que se temió una posible separación, por lo que en noviembre el cuarteto tuvo que salir a ponerle paños fríos a los rumores. “Queremos ofrecer la gira más grande, diferente y honesta que nunca antes hayamos hecho. Algo con lo que los fans puedan tener una gran conexión y una experiencia emocional que nunca antes hayan tenido en una de nuestras actuaciones”, explicaron en ese entonces sus integrantes. “Aún estamos imaginando lo que haremos, haciéndonos una imagen de cómo sería nuestro mejor show e investigando cómo hacerlo posible”.

El jueves finalmente acabó la espera y terminó la intriga en el Campo Argentino de Polo. A cuatro años de su último desembarco local, los de Las Vegas regresaron impulsados por un nuevo disco, Mercury – Acts 1 & 2, así como por un show sustentado en el concepto que atraviesa su repertorio. Si la parte uno se encuentra inspirada en la muerte y los sentimientos que giran en torno a ella, el desenlace está basado en el duelo. De hecho, poco antes del final del recital, Dan Reynolds, vocalista del grupo, hizo alusión a esa sensación de soledad que embarga a los que pierden a un ser querido y a los que se sienten abrumados por la depresión. “Recuerden: no están solos”, enfatizó el capitán, mientras intentaba abarcar con su intensa mirada esa efímera inmensidad que enarbolaron las 50 mil personas que se aproximaron hasta el predio del barrio de Palermo.

Más allá de los dichos y de poner el foco en las nuevas canciones, la performance estuvo dividida en cuatro actos. Si bien cada segmento aludía a los tópicos que se desarrollan en el sexto álbum de estudio de la banda, en realidad funcionaron como guión emocional del espectáculo. Mientras los artistas nórdicos apelan a una sensorialidad lánguida para recrear en vivo y directo semejante panteón existencialista, los norteamericanos lo resuelven a punta de luminosidad y pirotecnia. Sin muchas vueltas. Y eso fue lo que hizo Imagine Dragons. A tal punto que, tras comenzar su show con “My Life”, secundada por su hit “Believer”, en “It's Time” los papelitos ya rodaban por el césped. Aunque en ese momento, con la Luna llena como espectadora accidental, al igual que los vecinos de los edificios contiguos y los que deambulaban por Avenida del Libertador, la atención estaba en lo que pasaba en el escenario.

Como buen hijo de la generación de grupos post Viva la Vida or Death and All His Friends, disco parteaguas en la carrera de Coldplay, Imagine Dragons es un militante del equilibrio de las fuerzas. Es por eso que busca la misma proporción entre lo netamente musical y las posibilidades que la tecnología puede brindarle a un recital. Sin embargo, el concepto del Mercury World Tour era más afín a la modesta puesta en escena que trajo Bastille para el Luna Park, en septiembre pasado, que la inalcanzable espectacularidad que compartieron los liderados por Chris Martin en cancha de River. Si algo iguala a londinenses y nevadeños es el carisma que emana de sus respectivos frontmen. Y también su corrección política, cabría agregar, aunque Reynolds es todavía más radical, y lo demostró con esas cruces pintadas en el dorso de sus manos: símbolos propio del movimiento straight edge.

El afinado estado físico del cantante se debe a una espondilitis anquilosante, enfermedad crónica reumática que causa dolor e inflamación en la columna vertebral. Eso lo obligó a llevar un estilo de vida vegano, libre de excesos y próximo al de un deportista de alto rendimiento. Al igual que su música, todo un collage de matices musicales en el que caben el pop, el rock sinfónico, el folk y hasta la métrica del trap, sus integrantes rompen los estereotipos. Mientras Reynolds mostraba su atlético torso desnudo (un identikit suyo más allá de este calor XL), Ben McKee tapaba su cuerpo tatuado, en tanto sacaba a relucir su bajo con los colores de la bandera trans. Y si el baterista Daniel Platzman parece un pibe de barrio, el guitarrista Daniel Wayne Sermon en este paso por la capital argentina emulaba estéticamente a un violero de los '70 y hasta sonaba como uno de ellos (evocó por momentos a Alex Lifeson, de Rush).

Parece que fue una noche de riff y yeites en Buenos Aires. Al mismo tiempo que Def Leppard y Motley Crüe actuaban en el otro extremo de la ciudad, a unas cuadras de ahí Ca7riel presentaba a su banda de metal: Barro. Entonces Imagine Dragons desenfundaba su furia hard rockera con “I’m Sorry”, aunque luego bajó un cambio R&B con “Thunder”. Más tarde le metieron trap al pop “Follow You”, y ya para ese entonces el frontman se había ganado al público al esbozar la canción mundialista “Muchachos…” El ademán le fue devuelto desde el público con una remera de la Selección. Una vez que terminaron el primer segmento con “Lonely” y “Natural”, iniciaron la segunda parte del show bien adelante de todo y de todos, en la pasarela conectada al escenario. Ahí arremetieron con un set acústico, de donde destacaron el country “Amsterdam” y una versión bolerística de “Wrecked”.

Al regresar al escenario, el cuarteto nuevamente flirteó con el trap en “Whatever It Takes”, a lo que le siguió un pasaje de pop oscuro y misterioso protagonizado por la terna de canciones “Sharks”, “Enemy” y “Bad Liar” (aunque esta última desprendía cierto aroma étnico). Luego de “Demons”, se vino el cuarto y definitivo acto, anunciado (literalmente) con globos, correteados por los chicos y estos a su vez por sus padres. Escena idónea para hacer “On Top Of The World”, que podría haber funcionado para cualquier película de Disney de este siglo. Entonces tocaron su éxito “Bones”, con la que le subieron el voltaje a ese cierre encarnado por “Radioactive” y “Walking the Wire”. Volviendo al comienzo del fin, Dan Reynolds afirmó que su mejor público era el argentino, bajó a saludar a algunos fans y agradeció por el aguante a lo largo de todos estos años. En ese momento miró al cielo y rogó para que fueran muchos más.