Cincuenta toneladas de escenario repartidas en 2 camiones de equipos de sonido, 3 de pantallas y 3 de luces. Así decían que llegaban a Buenos Aires Mötley Crüe y Def Leppard para clausurar el segmento sudamericano de una gira mundial ambiciosa. Eso se vio y escuchó la noche de este jueves en Parque Sarmiento frente a 25 mil personas, cuando dos de los grupos más emblemáticos del rock de los '80 -ahora, de todos los tiempos-, ratificaron la estatura de sus propias leyendas.
En el juego de las similitudes y diferencias puede haber mucho por contar. Aunque unos son norteamericanos y otros ingleses, el impacto de ambos es patrimonio de la década mimada por la cultura pop vigente. Una explosión marcada por el dominio de MTV, la señal televisiva que marcaba pautas comerciales y podía exportar ya no sólo sonido, sino también imagen.
Aún ante el parecido de dos grupos que tienen semblante festivo pero vivieron cercados por la muerte, ésta era una buena ocasión para apreciar las diferencias. Unos responden a la tradición británica de lo melódico y su delicadeza; los otros, a una sonoridad cruda.
El audio de Def Leppard fue como un bálsamo para la dimensión de la música en vivo. Claro, equilibrado, con espacio para cada instrumento y, además, potente. Todos esos fierros que trajeron toman sentido cuando los músicos hacen bien su trabajo, como Joe Elliot, que sostiene una gran forma vocal hasta cuando recurre al falsete. “Todo va a estar bien”, pareció comunicar el set durante los 90 minutos que los de Sheffield estuvieron sobre el tablado, en su primera visita después del desembarco en el Luna Park de 2017.
La lista de temas puso el ojo sobre aquellos momentos en los que el quinteto más se pareció a sí mismo. Desde la renovación del metal británico (“Switch 265”, de su segunda placa High ‘n’ Dry, derivó en el solo de batería de Rick Allen) hasta Diamond Star Halos, el disco pandémico que editaron el año pasado, con temas como “Kick” -primer corte de difusión-, o la balada “This Guitar”, que grabaran con Alison Krauss. Y en el medio, sus álbumes más resonantes: algo de Pyromania (la fiestera “Rock of Ages” más las dulces “Foolin’” y “Photograph”, que cerró el set) y mucho de Hysteria. La balada “Love Bites” y el hitazo “Pour Some Sugar on Me” brillaron como las piezas morfológicamente ochentosas que son.
Después del golpe que sufrieran bandas como estas cuando en los ‘90 todo se volvió más alternativo y conflictuado, el rescate de la cultura pop vino bien para poner en valor a dos leyendas del rock que, después de todo, notaron que debían hacer lo que sabían. Con Leppard cantaron Taylor Swift y Miley Cyrus, Joe Elliot grabó un tema con los suecos Ghost, exponentes de la renovación del metal más cancionero.
Y Mötley Crüe había relanzado su mito con la aparición de la película ficcionada The Dirt a través de Netflix, adaptación libre de la biografía escrita por la banda en conjunto con Neil Strauss en 2001, donde se hace foco tanto o más en las vidas privadas que en la obra de los músicos. En definitiva, una no existiría sin las otras. Y así como la obra de los angelinos habla también de su privacidad, tiene el poder de situar al oyente en un momento y lugar específicos. ¿Adónde puede llevar la blasfema “Wild Side”, que usaron de apertura, sino a la Los Ángeles de mediados de los ‘80?
Cultor de un sonido más áspero que el de su contraparte británica, el cuarteto llegó sin muchas novedades creativas respecto de su debut porteño, un Pepsi Music empapado de 2008 que se metió en la Historia. “Uno de los mejores momentos en la carrera de esta banda fue cuando vinimos acá por primera vez”, volvió a confesar el bajista y mente maestra Nikki Sixx, mientras una fanática abrazada a él le repetía que lo amaba: “Estamos terminando la gira sudamericana acá, dejamos lo mejor para el final, ¿qué les parece?”.
De lo más nuevo sonaron “Saint of Los Angeles”, extraída del disco que llegaron a presentar aquella vez, y “The Dirt (Est. 1981)”, de la banda sonora de la película. La actualización mayor fue la ausencia de Mick Mars, el guitarrista que dejó la banda por asuntos de salud. Su reemplazo fue John 5, un músico excéntrico que tocó con Marilyn Manson y Rob Zombie, entre otros. “El mago”, como le dice el bajista, tiene sonido y presencia, y conoce su instrumento como pocos. Y aunque el nivel de su guitarra estaba tal vez algo alto, supo recrear cada yeite. A esto se podría agregar la incorporación de dos bailarinas y coristas, más presentadas como efigies pecaminosas que como músicas.
Se sabe que en un concierto de ellos hay unos diez o doce temas que no se mueven de la lista porque funcionan siempre. Pasan “Shout at the Devil”, “Live Wire” o “Looks that Kill”. Aún así, lo que más encendió a la masa fueron apariciones más frescas, como el rockito “Too Fast for Love” -del disco epónimo, considerado por muchos su obra maestra-, y un medley con cortes como “Rock and Roll, part 2”, de Gary Glitter, “Helter Skelter”, tema de The Beatles versionado por ellos en el ’83, y la cara punk con “Anarchy in the UK”, de Sex Pistols más la ramonera “Blitzkrieg Bop”. Al igual que en el resto del show, las pantallas aportaron detalles y reforzaron cada concepto.
Durante la hora y media de set el sonido fue menos claro pero no menos potente que el de sus predecesores. Ya cerca del final, dos clásicos que encierran una paradoja: “Home Sweet Home”, con el baterista Tommy Lee al piano, inspiró a Axl Rose para componer “November Rain”. Y “Dr. Feelgood” representó al disco clásico de mismo nombre, cuyo sonido animó a Metallica a llamar a Bob Rock como productor para trabajar en el “Álbum negro” de 1991. Pese a que la década de los ‘90 les fue esquiva estéticamente, su música influyó en dos de las piezas más emblemáticas del nuevo comienzo.
“Oh, my God!”, exclamaba el baterista una y otra vez frente a la multitud. “Ahí veo un par de tetitas argentinas. Muestren, a ver, muéstrenles a los pibes”, insistió, con complicidad de las cámaras, relativo éxito y nula intención de mostrar algún tipo de aggiornamiento. Y una vez más, aunque a simple vista se puedan parecer, Def Leppard y Mötley Crüe son distintas hasta en la forma de encarar el propio envejecimiento. Eso sí: las dos dieron la talla este jueves en Buenos Aires.