La religión de Robert Forster es La Canción. A sus 66 años y con más de cuatro décadas de una brillante carrera como cantautor, crítico y escritor –con el punto alto de esa memorable dupla de songwriters que formó junto a Grant McLennan en The Go-Betweens–, el oriundo de Brisbane, Australia, acaba de lanzar la que considera su obra solista más importante, The Candle and the Flame. Un disco que grabó en familia como una manera de conjurar fuerzas para su compañera, la violinista y psicóloga alemana Karin Bäumler, diagnosticada a mediados de 2021 con un cáncer que sacudió los cimientos de su hogar. Ahí está el tremendo video del tema que abre el álbum, “She’s a Fighter”. La familia sentada en círculo como en una ceremonia sagrada en un living en penumbras. No hay sonrisas. La hija mayor, Loretta, toca el bajo con el pelo sobre su rostro. Su hermano Louis, sentado frente a ella, espera su momento para estallar con la guitarra eléctrica. Karin, cabello corto, blanco, su belleza intacta, se mantiene inmóvil hasta que interviene con un xilofón celestial. Y Robert, metro noventa erguido en su silla en actitud solemne, ataca una guitarra acústica mientras repite el unico verso de la canción como un hechizo: “Ella es una luchadora/ en su pelea crucial”. “Es el mejor verso que escribí”, contó el cantautor recientemente. Y no es poca cosa viniendo de alguien a quien Nick Cave describió como el poeta más extraño y verdadero de su generación.
“No voy a escribir como si tuviera veinticinco. Quiero envejecer junto a mis canciones y que mis canciones envejezcan conmigo”, señaló Forster. Su nuevo disco –el más directo de toda su carrera, octavo de su cosecha solista y cuarto desde el fallecimiento de su amigo McLennan por un inesperado ataque al corazón en 2006– comenzó a tomar forma en julio de 2021 en un hospital de Sydney, sentado al lado de Karin. Tras una operación en septiembre de ese año todo comenzó a mejorar, y ambos sienten que el disco jugó una parte importante en el proceso de recuperación: “Una noche le pregunté si quería ayudarme con un puñado de canciones que había estado escribiendo antes del diagnóstico”, conto Forster en un texto sobre el disco que publicó en The Guardian. Louis, líder del trío The Goon Sax, canceló una gira por el Reino Unido para estar cerca de la casa de sus padres y pronto se sumó a las canciones, igual que Loretta y Adele Pickvance, última bajista de The Go-Betweens. La banda reservó siete horas en un estudio para el día anterior a la operación (programada para durar siete horas) y allí grabaron las diez canciones del disco. “La mayoría sonaba completa a la primera toma, sin necesidad de sobregrabaciones. ¿Podíamos hacer un disco con ellas? Karin fue la primera en insistir que sí”.
The Candle and the Flame resuena con el mismo espíritu despojado de Danger in the Past, primer disco solista de Robert, producido por Mick Harvey y escrito en 1990 en la granja alemana de la familia de Karin, con quien recién empezaba a noviar tras la disolución de la primera etapa de The Go-Betweens. Forster y McLennan se habían conocido quince años antes como compañeros en la carrera de Letras, y tres años más tarde se lanzarían a la épica suburbana que llevó al crítico Robert Christgau a llamarlos la mejor dupla compositiva de los ochenta. Ambos citaban a Joyce, The Monkees, Velvet Underground y el cine de los años cincuenta como influencias; McLennan el cantautor confesional con talento para las melodías pop y una lúcida y sutil daga bajo la manga, Forster el freak amable y elegante de acordes directos y versos surrealistas bañados por ese sonido de “rayo de sol desnudo” que siempre lo obsesionó. Durante aquella década la banda grabó seis discos para cinco discográficas diferentes, pasando por las independientes y las más grandes. Pero la fortuna no los acompañó, y la frase de Beckett sobre fracasar de nuevo y mejor (hoy erróneamente captada como arenga inspiracional de tazas de desayuno) resume como bandera su accidentado recorrido por la industria.
A comienzos del 2000 decidieron rearmar la banda y a partir de entonces editarían tres discos, entre ellos el celebrado por la crítica Oceans Apart (2005). Pero no tuvieron mayor suerte a nivel ventas, y en 2006 golpeó la tragedia con la repentina muerte de McLennan, que venía atravesando años difíciles por sus adicciones a la heroína y el alcohol. Tras la partida de su compañero, Forster grabó The Evangelist (2008), un trabajo solista que incluyó canciones que habían escrito juntos, y tras ese disco retomó una vieja pasión dejada de lado: la literatura. En 2011 publicó Las 10 reglas del Rock and Roll, donde compiló sus críticas para medios australianos, y en 2017 llegó la excelente biografía Grant y yo: dentro y fuera de The Go-Betweens, un recorrido por cuatro décadas con una prosa fresca y afilada que llega al nervio más sensible de anécdotas, reflexiones y ciudades que se mueven al ritmo de su arte. Hoy, cuenta, está terminando su primer libro de ficción: una novela ambientada en la escena rock y pop de comienzos de los noventa.
Su carrera solista continuó con el eléctrico Songs to Play (2015) y el premiado Inferno (2018). Sin que pudiera saberlo, había algo profético en las canciones que comenzó a escribir desde entonces. Piezas esencialmente acústicas con títulos como “Hay una razón para vivir” o “No uso drogas, uso tiempo” cobraron una potente significación durante aquellos días de incertidumbre previos y posteriores a la operación: “Podés sentirte cansada/ podés sentirte adormecida/ Pero el verano ya pasó y seguís de pie/ No vas a necesitar un doctor/ no vas a necesitar un chef/ Estás lejos de terminar, y vas a saber sanar”, canta en “Es sólo veneno”. Claro que el conjuro no habría estado completo sin ese sonido cristalino que obsesionó a Forster desde sus comienzos, y ahí está el video de la encantadora “Tender Years”, él bailando en una pequeña y silvestre cocina de ensueño mientras prepara un desayuno y canta: “Su belleza no se ha marchitado/ desde su aparición en el Capítulo Uno”. Con todo, The Candle and the Flame resume la inquebrantable fe de Forster en la trascendencia del arte más allá de cualquier éxito comercial. Un manifiesto que a su extraña y verdadera manera revitaliza las palabras que Karin le susurró al oído cuando abrió los ojos tras la operación: Seguimos acá.