Es fácil decir que la Generación Dorada fue un milagro en medio de una estructura débil y una cultura deportiva limitada. Pero si se indaga un poco, enseguida surgen elementos para explicar las razones que gestaron el nacimiento de ese grupo que se convirtió en uno de los equipos más formidables de la historia del deporte argentino.
Algunos son deportivos: la coincidencia del nacimiento de varios talentos en la misma camada (Ginóbili, Pepe Sánchez, Nocioni, Oberto, Scola), la consolidación de la Liga Nacional… Otro de los motivos, tal vez fundamental, es que la formación de esos jóvenes se completó en Europa.
En el final de los 90, la destrucción social y económica del país recortó las posibilidades de desarrollo. La diferencia en los ingresos, en comparación con las competencias europeas, fue abismal. Eso, sumado al nuevo régimen laboral del mercado común europeo por la Ley Bosman, que facilitó la situación para los jóvenes con pasaportes españoles o italianos.
Un censo efectuado en 2004 mostró que 235 jugadores de básquet eligieron irse del país. “Nuestra formación es 50 y 50. La Liga nos dio la oportunidad, y Europa nos terminó de formar como profesionales”, suele decir Manu Ginóbili. Había 25 jugadores en la Liga de España y 15 en la de Italia. Cuarenta hombres en el primerísimo nivel. Hoy, por el momento, hay cuatro en España (Campazzo, Richotti, Redivo y Delía) y cuatro en Italia (Bertone, Cerella, Filloy y Forray). La falta de ese postgrado fundamental se siente en la selección.
El DT Sergio Hernández sabe que es un problema. Y asegura: “Tenemos una buena camada, pero los frena que se haya cortado el éxodo. Falta un salto de calidad, como tuvieron Ginóbili, Scola, Delfino…”.
¿Qué pasó? Hay varias explicaciones. Las leyes del mercado común europeo no cambiaron, pero sí las de los deportes. No se puede prohibir el trabajo de un jugador comunitario, pero sí se puede condicionar la jerarquía de los torneos en los que ingresa. Les ofrecen trabajos menos rentados y menos calificados en el ascenso. Hay que pagar el derecho de piso o ser muy bueno para llegar a primera.
En la última década la Liga recuperó el terreno perdido, especialmente en lo salarial. Hay cosas que deben corregirse, porque muchos siguen cobrando sólo una parte de su salario legalmente y otra porción la reciben en negro. Pero el pago mejoró. Y entre quedarse o sufrir el desarraigo para jugar en un torneo de ascenso, por un ingreso similar, la mayoría eligió seguir aquí.
Es curioso que la crisis como país haya favorecido el crecimiento deportivo, mientras que los tiempos de bonanza produjeron el efecto contrario. Pero el económico no es el único motivo. Hay un cambio de mentalidad. Los jóvenes no quieren jugar torneos de segundo nivel. Sienten que es perder terreno. Lo curioso es que eso es lo que hicieron Manu Ginóbili (jugó en la Serie B con Reggio Calabria), en Italia, y Luis Scola (Gijón) y Andrés Nocioni (Manresa), en España. Hoy pocos toman ese camino.
Algunos jugadores entendieron que debían irse para crecer, como Facundo Campazzo (Real Madrid), Marcos Delía (Murcia) y Nicolás Laprovittola (Zenit, de Rusia). También emigró Nicolás Brussino (tras jugar en la NBA con Dallas, busca club en Europa) y Lucio Redivo hará su primera experiencia en Bilbao.
La fortaleza europea de los deportes de equipo
La crudeza del invierno europeo explica el desarrollo que sus países tienen en el deporte indoor (voleibol, básquet, handball). Allí hay ligas más fuertes, mejores competencias, equipos y jugadores. Suponer que un seleccionado argentino puede ser competitivo con un 100% de sus integrantes que jamás salieron del país –teoría que muchos respaldan en el fútbol -, es ilógico para deportes con base amateur.
Pero también por el desarrollo económico y social, deportes como el hockey sobre césped ofrecen oportunidades de crecimiento. En un primer momento los mejores de la selección conseguían chances en Holanda o Alemania. Ahora, hasta las figuras emergentes del torneo local son buscadas desde Europa. La falta de una liga profesional y la idea de vivir del deporte los empuja al éxodo, ese que se perdió en el básquet.
¿Es tanta la diferencia? Juan Manuel Vivaldi, arquero de Los Leones, lo explica así: “Lo nuestro fue una hazaña grande por la realidad comparativa respecto de las potencias. La cantidad de jugadores en la Argentina es inferior a la de Holanda, Alemania y Australia. Nuestro seleccionado tiene que entrenarse muchas horas más para compensar las falencias de infraestructura de los clubes, donde muchas veces te entrenás y jugás en canchas de arena. Eso en Europa no pasa, porque planifican el calendario del seleccionado junto con las ligas y con la misma calidad de prácticas. Los torneos allá son de primer nivel, entre las figuras y las contrataciones de figuras de otros países”.
Aunque algunos volvieron, la mayoría jugó en Europa. Los especialistas coinciden en que el oro olímpico de los Leones no hubiera sido posible sin esa formación. Hoy se desempeñan en el Viejo Continente Agustín Mazzilli (Holanda), Guido Barreiros y Gonzalo Peillat (Alemania), Pedro Ibarra, Lucas Vila y Matías Rey (España). Son tantos que se decidió realizar una concentración de 14 días en abril último, en Valencia, España, porque resultaba imposible reunir a los jugadores para las prácticas en el país.
Suena el teléfono, son buenas noticias
En 2009, la decisión política del gobierno de Cristina Fernandez de derivar el 1% de la facturación global de la telefonía celular para el deporte fue una medida revolucionaria. Se multiplicó por cuatro el presupuesto que tenía la Secretaría del área y se creó el Ente Nacional de Alto Rendimiento (Enard). Se vieron favorecidos los deportes amateurs, los de menor desarrollo.
El nivel de ingresos de muchos deportistas se elevó. Algunos hasta prefieren quedarse porque no los conmueven las ofertas de viajar a Europa. Pero la elección siempre es personal. Federico Pizarro, de la selección de handball, sigue en la Universidad Nacional de Luján: “No me desvela Europa. Estoy tranquilo y no me falta nada. Trabajo, casa, familia y proyectos personales son los que tienen la prioridad”, dice convencido.
Andrés Kogovsek, ex capitán de la selección de handball y que desarrolló buena parte de su carrera en el exterior, comentó: “Cada persona elige lo que cree que es mejor para su vida y está bien. Pero hay que reconocer que la selección creció por los que se fueron. Es habitual que si un chico quiere progresar se vaya. Yo no tuve problemas de irme y empezar a jugar en un equipo de la B en Europa”.
Doce los 18 integrantes de la selección de handball que llegó a Río 2016 actuaron en el exterior. Sólo Federico Pizarro, Pablo y Adrián Portela, Pablo Vainstein y Federico y Juan Pablo Fernández, siguen en el país.
Históricamente los argentinos lamentaron no poder participar más en experiencias de roce internacional. El atletismo es un ejemplo. Pero en 2014 ocurrió un caso contrario con Rocío Comba, finalista en lanzamiento de disco en el Mundial de 2013. Sugirió que el Enard limitaba su crecimiento. “La Argentina tiene su propia riqueza y recursos, no hace falta ir a buscarla en el exterior. Me ofrecieron ir a Polonia, que no me sirve como lugar de entrenamiento”, se quejó. Y reclamó que la inversión que el Estado hacía para enviar deportistas al exterior se utilice para mejorar la infraestructura en Río Tercero. En cambio, el garrochista Germán Chiaraviglio intenta hacer la mayor cantidad posible de giras, porque considera que es lo mejor para elevar su nivel.
Europa sigue siendo fundamental. El mejor trato que algunos deportistas recibieron gracias al Enard y el crecimiento del algunos deportes, tal el caso del básquet, modificó una cultura que estaba clara. Es hora de repensar las posibilidades, analizar si alcanza la producción interna o si se debe volver a incentivar la salida al exterior. Llegar desde aquí parece ser más difícil. A veces el camino más largo, el más sacrificado, es el indicado. Es tiempo de repensarlo.