En sus memorias, Juan Manuel Abal Medina aborda el final de su primera estadía en Madrid, en la que luego de varios encuentros con el “General”, le dijo que si había hecho ese viaje era porque estaba convencido de que era el momento de su regreso a la Argentina. “Mi deseo es que usted no siga la suerte de San Martín ni de Artigas ni de Rosas”, rememora el último secretario general del Movimiento Peronista en uno de los tramos más emotivos de Conocer a Perón. “Para eso he militado todo este tiempo. Estoy seguro de que el día más esperado por la mayoría de los argentinos es el que lo tenga a usted llegando a Ezeiza”. Juan Perón lo interrumpió, y le dijo, según recuerda:
– Doctor, yo no he pensado en otra cosa cada día de estos diecisiete años, y no voy a morirme sin regresar a la Patria.
A cincuenta años del regreso del peronismo al gobierno, después de dieciocho años de proscripción, aquellas escenas encierran algunas potentes lecciones. El viaje, pensado para permanecer “tres o cuatro días”, se estiró a diez, la mayoría con charlas por la mañana y por la tarde, pasando revista a todo un poco, Cuba, Aramburu, Fernando Abal Medina, la interna de las Fuerzas Armadas o el Cordobazo, un escenario que el “General” caracterizó como momento crítico para el peronismo, recuerda Abal Medina: por primera vez la protesta popular “se daba al margen del movimiento y sin una participación masiva de dirigentes y militantes propios”.
Así, aquella revuelta encabezada por el clasismo combativo cordobés y revisitada en esas páginas, parece golpear en el presente para dejar mismas inquietudes sobre el “desenganche” con las barriadas populares del que dieron cuenta las últimas elecciones, y se verá hasta dónde se remonta. Pero volviendo a la escena final de aquel primer encuentro, el Perón del retorno le manifestó, antes de despedirlo, algunas preocupaciones “por cuestiones legales”.
Aunque todo estaba avanzado para la vuelta, “faltaba considerar algunos aspectos --escribe Abal Medina--. Hablamos de cuestiones legales, me dio una información escueta pero precisa de las tres causas que tenía abiertas y me dijo que, antes de regresar, me iba a dar unas líneas para que me reuniera con sus dos abogados que me iban a informar en detalle”. Un párrafo después, tal vez el único en el que vuelve a la cuestión, Abal Medina señala: “Quería que lo ayudara en eso. Para esta altura de las conversaciones, él conocía los dos grupos de abogados con los que yo podía contar. Uno, el de los defensores de presos políticos y, el otro, más adecuado para cerrar asuntos, de abogados conocidos de Buenos Aires y no vinculados al peronismo”.
Entre otras cosas, esas líneas vienen a echar luz a una curiosidad. El retorno siempre pensado en relación al desafío de la proscripción política, también contenía una inquietud por las jugadas de la Justicia. Esa es una novedad. Tal vez así como los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner abrieron el debate sobre los medios como jugadores de la mesa chica, la pedagógica insistencia de la vicepresidenta sobre el ataque de la Justicia habrá, al menos, permitido abrir los ojos sobre el otro esquema de poder al punto de que aquella escena entre el General y el último secretario general del Movimiento, termina pareciendo un mensaje del pasado que llega de manera electrizante hasta el presente.
Hernán Brienza, prologuista de Conocer a Perón y autor de El Otro 17, honrosamente evocado en el libro de Abal Medina, también se quedó inquieto con la novedad y encontró datos impactantes, que gentilmente comparte. “Perón tuvo 120 causas judiciales en su contra”, dice. El 17 de mayo de 1956, el juez Luis Botet bajo las órdenes de la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Francisco Rojas inició una causa caratulada “Sumario instruido contra Juan Domingo Perón y otros, por 'traición a la Patria y asociación ilícita'”. Además de esas acusaciones, al expresidente se le abrieron 119 procesos judiciales. La más inesperada de las denuncias fue la de estupro, por la que se acusaba a Perón de tener relaciones íntimas con la joven Nelly Rivas, agrega.
Nadie olvida la Acordada de 1930, ni los embates sobre militantes, trabajadores y dirigentes de la izquierda, pero 120 causas son, de mínima, un salto en la vocación desaforada de encanar al peronismo; y la asociación ilícita, otra novedad.
“Allá por 1956, Botet procesó a Perón, su gabinete, a las autoridades del Partido Justicialista y de la CGT por pergeñar leyes y ordenar votarlas; y a los legisladores, por hacerlo. Caratuló el proceso como Asociación Ilícita y Traición a la Patria”, reseña Fabián Musso, docente, abogado y exadjunto de Esteban Righi, en un artículo sobre las inconsistencias, uso y abuso de la figura de la asociación ilícita, en el que encuentra en ese caso no sólo a la precuela de Claudio Bonadio, sino un punto de inflexión. “La 'organización' era la propia del gobierno, al que denominó 'régimen' --agrega Musso-- y la 'permanencia' estaba dada por su duración; los delitos, claro, la propia acción de gobierno. Por la misma línea, debería haber procesado a todos sus votantes por participes pero, puestos a imaginar, es posible que no lo haya hecho no por falta de deseo --ironiza--, sino por las limitaciones de los siempre escasos recursos judiciales”.
Casualidad o no, uno de los últimos estudios sobre la llamada judicialización de la política analiza lo que ocurrió con CFK durante 18 años, los mismos de la otra proscripción. “En los últimos 18 años, Cristina Fernández de Kirchner fue blanco de 654 denuncias penales”, publicó este diario el año pasado, de acuerdo a un relevamiento que hizo el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag). Algunos denunciadores seriales, inevitablemente ligados a los sectores más rancios de la oposición, llegaron a hacer más de 70 presentaciones.
Otro estudio eleva el número a 745, pero lo que importa es otra cosa: desde el gobierno de Raúl Alfonsín hasta el de Néstor Kirchner, los presidentes fueron blanco de apenas un puñado de casos, aunque con una tendencia creciente que pega un salto con CFK: los casos pasaron de perseguir hechos aislados de supuesta corrupción a la penalización de la política. Alfonsín no tuvo causas; Carlos Menem tuvo el caso Swift, Yomagate, IBM-Banco Nación y la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia. Fernando de la Rúa, las coimas en el Senado; Nestor Kirchner, Skanska y Antonini Wilson. En 2014, la entonces presidenta y su gabinete de ministros acumulaban 745 causas penales, según el libro La criminalización de la política, de Martín Hissiner y Marcos Aldazabal, ahora abogado de CFK y magister de la London School of Economics and Political Sciences de Londres, una de las universidades más prestigiosas.
“El hilo conductor de esos casos es que eran delitos puntuales por hechos puntuales, manejo ilegal de dinero en la administración pública con fuerte presunción previa”, dijo Aldazabal en una de las presentaciones. “En los últimos años, los casos pasaron de excepción a regla y de la criminalización de la corrupción se pasó a la criminalización de la política”.
Uno de los efectos de la escalada es el miedo, aquello que se mueve detrás del Estado bobo del avance y recule. Otro, claro, la vocación de proscripción. Pero existe otro efecto tal vez más impensado detrás de la impugnación constante y chicanera a la clase política que es la corrosión al consenso por el sistema democrático, y por qué no, la habilitación a un disparo.
¿Qué pasó con las causas luego del retorno de Perón? ¿Cuánto impacto podrían haber tenido? Abal Medina no lo dice en el libro, pero consultado a través de uno de sus hijos, parece decir que no eran para tanto. “El tema de las causas judiciales, Abal Medina se las encargó a Mario Hernández, que era un importante colaborador suyo, un dirigente importante, también abogado de Jorge Antonio, y lo siguió siendo por mucho tiempo hasta que lo desaparecen en la dictadura”, dice. “Se encargó del tema y, por lo que habían visto, no quedaba nada importante, estaba todo medio liquidado. No fue un tema relevante en esa época”.
A Perón lo habían borrado hasta del Registro Civil, explica Abal Medina hijo. “No tenía pasaporte, documento. No podía pisar el país, no le dejaron nada, en ese contexto tener causas o no tenerlas no hacía mucho a la diferencia. Sí, en todo caso, puede pensarse que le inventaron un conjunto de causas después del 55 acusándolo de supuesta corrupción, que después se demostró que era todo mentira para desprestigiar su memoria entre otras cosas, y en todo caso pesaba más en ese momento, que como posible quilombo real en el 73”.