(Matías Moreno, encargado del área de derechos humanos en el gobierno de Axel Kicillof, en 2021 empezó a trabajar con Hebe Bonafini en sus memorias, sobre la base de relatos que ella narraba en su casa. Fallecida Hebe el 20 de noviembre de 2022, Moreno siguió adelante junto con un equipo de la editorial Memoria Verdad y Justicia, y la Subsecretaría de Derechos Humanos que encabeza acaba de editar la obra. En letra común, redonda, está el texto de Moreno. En bastardilla, inclinada, el relato de la Madre de Plaza de Mayo)
Era el año 1977, y en la Provincia de Buenos Aires dos mujeres habían padecido, como muchas otras madres, el secuestro de sus hijos. La primera, de Villa Domínico, en noviembre de 1976 y la otra, de barrio El Dique de La Plata, en febrero de 1977. Ambas, sin saber de la existencia de la otra, salieron simultáneamente a recorrer comisarías, despachos ministeriales e iglesias de la ciudad de La Plata, buscando respuestas que nadie quería darles. Sus nombres eran Azucena Villaflor de De Vincenti y Hebe Pastor de Bonafini.
Azucena fue la primera que impulsó la organización de ese grupo incipiente de mujeres que se cruzaban en las instituciones buscando a sus hijos. Aquel primer impulso podría haberse visto truncado cuando Azucena fue secuestrada y desaparecida en diciembre de 1977, de no ser por la continuidad que pudo darle Hebe.
A Azucena la conocí yendo a la Iglesia Stella Maris, porque ahí estaba Graselli, el Monseñor que tenía un armarito en su despacho, sacaba una fichita así y decía “a su hijo se lo llevaron con un cura”. Y así fue que me enteré que el amigo de mi hijo que venía a mi casa era un cura, yo no sabía que lo era porque todos venían con sobrenombre. Graselli te contaba todo, el tipo sabía todo, y además te preguntaba. Si tenías otros hijos, si tenías marido, era vivo para preguntar, no te hacía una interrogación. Pero una vez le dijo a una Madre que su hijo había muerto en la tortura y la mujer se cayó muerta ahí nomás, se desmayó la pobre. Y nosotras dijimos basta, decidimos hacer una carta. Era la primera vez que hicimos una carta para el Vaticano para que nos den alguna explicación, que le preguntaran cómo era que él sabía esas cosas. Que si sabía tenía que decirnos, que era un testigo clave. ¿Cómo sabía que murió en la tortura? Era muy salvaje el tipo en las entrevistas. Y bueno, habíamos ido ya una vez con Azucena y la segunda, con un grupo de Madres. Ya ahí nos revisaban, nos sacaban la cartera, si llevabas un saco te hacían sacar el saco, te revisaban todo. Y ese día no sé porqué se le antojó al cura, dijo “bueno, hoy se van a tener que sacar también los zapatos”. Azucena contestó: “los zapatos ni loca, vámonos de acá, este es un viejo degenerado, vámonos, vamos a la plaza, hagamos una carta”, y no volvimos más.
Así era entonces, como que primero nos conocíamos por las caras que teníamos de tristeza y de angustia. Yo me acuerdo que a la primera que conocí fue a Laura Rivelli, voy al departamento de policía acá en La Plata y hacía frío. Yo llevaba un tapado que me había comprado en “Casa Beige” que siempre tenía cosas baratas y hacía remates, y viene ella, se sienta al lado mío con el mismo tapado. Las dos también con una carpetita miserable que llevábamos con papeles. Después de un rato nos hablamos y bueno, las dos estábamos para lo mismo. Así nos conocíamos, por esas cosas de vernos en los mismos lugares, de vernos angustiadas.
Filial La Plata
Hasta ese momento, las que podían viajaban a la Plaza de Mayo en Buenos Aires, pero viendo el numeroso grupo que eran, decidieron probar suerte en su propia localidad.
La primera que vino a La Plata fue Azucena, vino esa vez con una Madre que era muy viejita, era la mamá de un psiquiatra, no me acuerdo el nombre, era muy amiga de Juanita. Vinieron ellas dos nomás de Buenos Aires, no pudo traer otra. Azucena quería venir acá porque yo le decía que acá había muchas Madres. Nosotras viajábamos en el tren hasta capital, habíamos llegado a ir una vez 47 Madres en un vagón. Pero muchas no tenían plata y teníamos que pagarle el pasaje entre todas porque era gente muy pobre. Entonces decíamos ¿cuánto va a durar esto de ir a Buenos Aires? Se va a desperdigar, y con lo que costaba juntar la gente. Por eso con Azucena pensamos por qué no marchar acá en La Plata, era la lógica. Porque allá en Buenos Aires marchaban las que podían pagarse o las que iban en auto. Y cuando se estrenó la marcha acá venían acá, y allá iban las que sentían que había que ir a los dos lados. El centro de La Plata en ese entonces era Plaza Italia, había mucha gente, mucho movimiento. Así que estaban Azucena y la otra Madre viejita de capital, y de La Plata fuimos Laura Rivelli y yo. Citamos a la gente y no vino nadie a la plaza, que en ese entonces estaba toda unida, era toda una sola plaza enorme para marchar. Esperamos y esperamos en Plaza Italia, nos quedamos un rato largo, dijimos marchar no podemos, cuatro personas qué vamos a hacer acá. Dos veces fuimos a intentarlo, la segunda fuimos Laura y yo, también citamos y tampoco vino nadie. Y decidimos dejar de intentar en ese lugar.
La Plata fue una ciudad duramente castigada por la dictadura. Según distintas estimaciones, se calculan alrededor de 2000 personas detenidas desaparecidas.
Desgraciadamente eran tantos los pibes en La Plata, miles que de un saque se llevaron en poco tiempo. Aparecían muertos por todos lados, decían enfrentamientos y después aparecían chicos colgados en el bosque. Cualquier cosa los milicos eran capaces de hacer. A mí en un momento dado me dijeron que mi hijo estaba en la comisaría 5a, que lo estaban torturando, que hacía muchos días que estaba torturado. Y yo voy, desesperada fui. Me dieron tal paliza, llovía a cántaros y me tiraron afuera a la calle, en el medio del pavimento.
Las Madres de La Plata como dije, llenábamos a veces un vagón de tren para ir hasta Plaza de Mayo. Pero había muchas que no podían ir porque era un gran esfuerzo para ellas, algunas tenían nietos. Entonces siempre estaba la idea de marchar acá. Así que un día un grupo con Haydeé, con Marta Alconada Aramburu, con Lidia, con Laura Rivelli, unas cuantas, decidimos. Dijimos bueno, vamos y las que somos, somos. Y éramos un lindo grupo, pero algunas dijeron que no, “nosotras venimos hasta acá pero vamos a ir a rezar a San Ponciano para que a ustedes no les pase nada”. Así que algunas se fueron a San Ponciano a rezar y nosotras marchamos en la Plaza San Martín. Pero claro, como ya habíamos dicho, vinieron unos cuántos padres a acompañarnos, algunos jóvenes, entonces ya no éramos tan poquitas. Se había hecho un grupito, no me acuerdo pero capaz que pasamos a ser como 30, de golpe. Entonces así fue la marcha de La Plata por mucho tiempo, terminábamos la marcha e íbamos a San Ponciano porque había unas cuantas Madres que no querían ir a la plaza, que iban a rezar y nosotras no las queríamos perder. Porque si las perdíamos, perdíamos Madres para hacer cosas, para firmar, para lo que sea. Entonces les íbamos a contar lo que habíamos hecho, lo que habíamos conseguido, lo que íbamos a hacer.
En el mes de noviembre de 1977, con la Policía y el Ejército desplegado en las calles, las Madres que recién empezaban a encontrarse e inventarse a sí mismas, decidieron salir en plena noche a la plaza principal de la ciudad de La Plata, para manifestarse y hacer oír su reclamo frente a la Catedral. En medio de la represión más cruda, cuando nadie se animaba a salir ni siquiera de su casa, ellas no solo se juntaban y salían, sino que decidieron filtrase en el medio de un acto organizado por la dictadura y la iglesia.
Entre tanto se llenó la plaza de vírgenes, de chicos y chicas, música, todo, y como a las 12 de la noche vino un grupo, que yo supongo que ahí había de los mismos que nos habían visto antes, y nos preguntaron quiénes éramos, querían saber quiénes éramos. Nosotras les dijimos, les contamos que nos habían llevado a los hijos y las hijas, les contamos lo que pasaba, la tortura, todo. “¡Ah no!” dijo uno, “¡nosotros no nos podemos quedar acá! ¿Cómo vamos a cantar estando tanto dolor acá dentro?” Un pibe se mandó un discurso, no se dan una idea, nos besaron, nos abrazaron, divinos los chicos.
Les dijimos somos las Madres de los desaparecidos. No estábamos con el pañuelo nosotras todavía, porque el pañuelo no se usaba. Bueno, “¿y ustedes qué van a hacer ahora?” nos preguntaron. Y nos vamos a quedar, porque está la policía para llevarnos. “No, no vamos a permitir eso” dijeron. La cuestión es que los pibes casi vaciaron la plaza, quedó poquísima gente, había empanadas para tirar para el techo y a las 5 de la mañana cuando Plaza sale todo vestido de blanco, cuando hace la homilía dice: “ahí en ese lugar, ahí no va a haber la comunión porque hay mucho odio, así que por ahí por favor no”. Ya nos señaló a nosotras que estábamos ahí adelante de todo, que tampoco íbamos a pasar a comulgar. Y bueno, cuando salimos Azucena antes de salir, adentro de la Catedral lo empezó a putear, y nos prendimos, lo puteamos todas, le dijimos cualquiera. Monseñor Plaza estaba histérico, Saint Jean lo quería ahorcar, porque por culpa de él fracasó la Noche Heroica.
Pañuelos y billetes
La filial Madres de Plaza de Mayo de La Plata vió nacer muchas de las insignas que pasaron a la historia mundial de los derechos humanos: no solamente los famosos pañuelos, sino la escritura de los billetes.
Había al principio una Madre, Ana Kovalch de Dimovich, que era una Madre rusa que vivía en City Bell y ella bordaba. Porque para bordar este pañuelo, que tiene punto cruz, se borda arriba de algo que se llama cañamazo. Vos contás los agujeritos y se borda sobre eso, pero ella sabía tanto bordar que no necesitaba el cañamazo, lo bordaba sin eso y le quedaba perfecto. Y así lo bordaba, iba a la Plaza de Mayo y bordaba en la plaza. En su casa bordaba y en la plaza también. Y algunas de las veces que fue a la plaza le sacaron la foto, por suerte. O sea que cada Madre de La Plata hizo lo suyo, porque después ya nosotras empezamos a tener el pañuelo bordado y otras Madres empezaron a aprender. Ahora por ejemplo hace muchos años los hace Rosita (se refiere a Rosita de Camarotti, histórica Madre de Lomas de Zamora). Después el pañuelo lo bordamos nosotras, pero poníamos cualquier cosa: el nombre de los hijos, después le poníamos fotos de los hijos, y cuando socializa- mos la maternidad, que nos dio bastante trabajo, casi un año y medio hablamos sobre el tema, le sacamos el nombre de los hijos y pusimos APARICIÓN CON VIDA. MADRES DE PLAZA DE MAYO. Pero fue todo un proceso, no fue de entrada así nomás.
(...)Entonces una propone que por las dudas que los rompan, vamos a escribir los billetes chicos, porque una vez que se los damos, si los tipos los rompen, perdimos pocos pesos. Así que cada Madre se escribió una punta de billetes. En Buenos Aires no lo quisieron hacer, tenían miedo. Pero las Madres de La Plata lo hicimos. Empezamos yendo a las ferias, a comprar en las ferias acá de La Plata, ferias muy grandes que había. Íbamos juntas y cada Madre se iba con su carrito a comprar y llevaba los billetes escritos, no todos de esos pero cinco seis metidos con el resto de la plata. Se los dejábamos a las personas. Nos dimos cuenta enseguida que era un billete que corría, porque nadie lo quería tener. Cuando la gente lo leía era como un volante que pasaba de mano en mano, pero no era un volante repetido, porque cada una ponía lo que le pasaba y uno no era igual a otro.
Las formas de dar a conocer su realidad no le escaparon a ningún escenario. Incluso la Catedral de La Plata, de la manera más impensada, se convirtió algunas veces en un medio de difusión.
Otra cosa no contada es cuando íbamos todos los domingos a la Catedral, no fuimos muchas porque después nos hicieron quilombo. Los domingos íbamos a la misa de las doce en la Catedral. Las Madres que nos animábamos, sacrílegas y sin confesar ni nada, comulgábamos. Nos poníamos en la cola para comulgar. Esperábamos toda la misa y todo. Nos quedábamos así sentadas sin pañuelo ni nada, señoras comunes. Y cuando la gente se ponía a hacer la cola, ahí nos metíamos. Nosotras nos habíamos puesto de acuerdo con Haydeé, con Marta, cada tres personas una Madre, habríamos sido seis Madres, más no porque no querían hacer eso, era un sacrilegio. Pero lo que queríamos era que se sepa que existían los desaparecidos.
Entonces nosotras nos poníamos y cuando el cura sacaba la ostia decíamos yo comulgo por mi hijo y mi hija detenida desaparecida. “¡No me cambie la liturgia!” decía el cura. Yo decía eso y después abría la boca y me daba la hostia porque qué iba a hacer el tipo. Cuando te tienen que dar la ostia es así. Abrís la boca y decís amén, nada más. Y nosotras decíamos yo comulgo por mi hija o por mi hijo desparecido. El cura se volvía loco y nos gritaba “¡No me cambie la liturgia!” Y nosotras así, seguíamos de largo.
Primer encuentro
Hebe narra también aquel primer encuentro oficial de las Madres, aquel que terminó convirtiéndose en un plenario que juntó casi un centenar de Madres en un parque público. Ocurrió el 24 de septiembre de 1977 en una parada de colectivo sobre el camino General Belgrano, dentro del Parque Provincial Pereyra Iraola. Hoy, es señalado como sitio de memoria por la Subsecretaría de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires.
Estuvimos todo el día y formamos un grupo de El Tigre, de Lomas de Zamora, de La Plata y de Buenos Aires, porque las otras que se formaron de Buenos Aires, Varela y todo eso no cuajó porque eran muy pocas después, entonces preferían ir a la plaza (de Mayo) porque ahí te encontrabas con más Madres, y cosas para hacer también. Entonces fue un hecho político muy fuerte, porque en realidad nos encontramos mucho rato, estuvimos todo el día. Me acuerdo que era septiembre, lloviznaba. A la mañana estuvo feo, después más o menos. Llevamos de todo, banquitos, como para pasar inadvertidas me imagino. Fuimos en el micro Río de La Plata, bancos, banquitos, empanadas, comida, heladeras, de todo trajimos, las de acá y las de allá. No fuimos con autos porque no queríamos que identifiquen a los autos, todas fuimos en micro, peor era. Todo estaba lleno de pozos porque claro, no era una cosa llana. Pero estábamos contentas todas porque era un hecho político. Formamos esos grupos que algunos quedaron y otros no porque el de Tigre por ejemplo, las Madres que estaban a cargo en Tigre se mudaron al sur y ya las demás no siguieron. La que siguió fue Lomas de Zamora, La Plata y nosotras. Y después también Mar del Plata. En Bahía Blanca había una o dos Madres que también hacían, pero cuando son pocas es más difícil, igual ellas siempre se agrupaban, por lo menos había dos pañuelos blancos cada vez que se hacía algo.
Un dato que es poco subrayado a la hora de contar la historia general de las Madres, es la importancia que tuvo siempre el rol de las Madres de La Plata en muchos de los momentos claves de la formación del movimiento, hasta consolidarse y convertirse en Asociación. Tal es así, que en esta ciudad se firmó ante escribano público el acta constitutiva con la firma de las Madres, de la primera comisión directiva.
Las elecciones se hicieron en la casa de Emilio Mignone que era en Buenos Aires porque no teníamos todavía local, se hizo el 14 de mayo de 1979, y recién el 22 de agosto de ese mismo año lo legitimamos acá en La Plata. Porque en Buenos Aires no había ningún escribano dispuesto a hacerlo (...) Y en La Plata, el escribano Ogando, que era padre de un desaparecido, ofreció su escribanía y ahí fuimos este grupo de mujeres, firmamos y quedó constituida la Asociación frente a escribano público. Después, al conocerse la noticia, a algunas nos empezaron a amenazar. Por eso al otro día una de las Madres que había firmado se fue a borrar, y hasta incluso el escribano tuvo que cambiar de lugar para atender. Fue difícil, pero así siguió. Ahora, analizando con el tiempo me pregunto, habiendo tantas otras me eligieron a mí, nunca supe bien por qué me eligieron.
(El libro Madres de Plaza de Mayo - Filial La Plata se encuentra disponible de manera web para su descarga gratuita, haciendo click aquí o en la página de la editorial MeVeJu dependiente de la Subsecretaría de Derechos Humanos bonaerense)